El secreto de su cocina, como tantas otras cosas, lo aprendió Fernando de su abuela: “La carne de caza se hace estofada porque tiene un sabor muy fuerte que es necesario suavizar. Para hacerla tierna, antes se dejaba en las bodegas durante dos semanas y ahora se congela para que rompa la fibra; luego, el punto está en macerarla durante un día entero, con ajo, laurel vino y orégano”. Le pregunto cual es el plato preferido de La Cierva y me responde sin dudar un instante lo que ya sé, que “gusta todo”, y lo dice con esa sonrisa pudorosa con la que miran las mujeres mayores que encuentran divertido que alguien curiosee y valore lo que hacen.
En la cocina, Fernando es ese niño feliz que corría por las dehesas, cuida sus platos como a hijos a los que ve crecer y, de hecho, cría en su finca los cerdos, cabras y ovejas de sus asados con alimentos naturales y elabora él mismo su propio queso de cabra. “Si no es para los clientes, estoy cocinando para los amigos, porque disfruto haciéndolo”, dice Fernando, y lo cierto es que ha conseguido convertir La Cierva en la casa de todos: ese lugar confortable que te hace sentir a recaudo, del paso del tiempo, de la velocidad y, especialmente, del confuso ruido de fondo de nuestros pensamientos.