Este artículo se podría haber escrito hace tres años o cinco, pero volvemos: en sus primarias, el PSPV debe apostar por la modernidad y acabar con las camarillas y los chiringuitos. La sociedad ha cambiado, pero para todos
Lo dicho: este artículo se podría haber escrito en 2008 o 2014, cuando el PSPV celebró primarias o un congreso. Los socialistas valencianos pasan ahora el test de estress, después de la aplastante victoria de Pedro Sánchez en las primarias federales y el paseíllo que ha supuesto el congreso. Por lo menos, el PSOE se ha reencontrado con su militancia. Falta saber si con su electorado.
Y eso mismo es a lo que se enfrenta el PSPV de Ximo Puig: una prueba de modernidad. Hasta la fecha, o mejor dicho, hasta marzo de 2014 en el que los socialistas celebraron las primarias abiertas que catapultaron a Puig, la militancia socialista valenciana ha sido como un baúl abandonado, en el que sólo dos o tres tenían su llave. Con el poder como excusa, nadie tosió, nadie discutió, nadie examinó a Puig, pese a sus raquíticos resultados: el poder lo curó todo.
Hoy, dos años después, Puig se ha acordado de las bases y ha regresado esta semana a las sedes de las agrupaciones que pisó hace tres años a pedir la confianza del afiliado de base. Hasta el momento, no había dado explicaciones, por ejemplo, de por qué Julián López debía encabezar la lista al Congreso de los Diputados o a las Cortes Valencianas por Alicante. Ha hecho y desecho a su antojo.
Hoy, dos años después, el afiliado socialista está abrumado de datos: le llegan informaciones y crónicas por todos los sitios, como a todos los ciudadanos: por el móvil, por el Facebook, por otras redes sociales. Pese a ello, Puig ha vuelto a un acto con militantes a la antigua usanza: comida en el bar de pueblo (sin desmerecer nada sus ricos manjares), sentado en la mesa presidencial, como si fuera el novio de la boda, y pasando por todas las mesas para dar las gracias y frotar la mano por la espalda a todos los militantes, a aquellos que vio por última vez en marzo de 2014, con una autocomplaciente sonrisa y la esperanza de volver a ser un partido hegemónico.
Desde entonces todo ha cambiado. Es más, el cambio, además de político, ha sido social. Existe una masa crítica, que también habita en el PSPV. Lo que pasa es que la camarilla que ha rodeado al president, tanto en el Palau como en Blanquerías, le ha impedido ver la realidad. Durante todo este tiempo, todo aquel que ha rechistado, ha sido enviado al rincón de pensar. La ilusión del cambio empoderó a muchos, que sofocaron la revuelta silenciosa con amenazas y desprecios privados (veáse cómo fue la recogida de avales para los candidatos federales).
Sólo hay que ver el cuadro de resultados electorales del PSPV para ver que la organización hace tiempo que ha dejado de ser hegemónica para convertirse en un grepúsculo de líderes que recogen adhesiones en favor del secretario general de turno. Hasta al más viejo alquimista de ese truco, el alicantino Ángel Franco, le han birlado la receta de esa pócima. Señores, todo esto ha cambiado.
Está claro que irse al lado contrario del establishment tampoco significa ser una asambleario. El PSOE nunca lo será; es un partido de cuadros, que hasta cierto tiempo tiene la sana costumbre de abrir su sede, hacer asambleas informativas o consultar la militancia determinadas decisiones. Todo eso se ha ido al garete y la caspa de antaño, la que ahora ha desconectado a Puig de la realidad, de su realidad, es la que tiene o ha tenido al secretario general secuestrado por su tribu a base de palmaditas y elogios baratos.
No se cómo acabarán las primarias en el PSPV: si con bicefalia, con Puig reforzado o abatido, o con Rafa García como nuevo inquilino de Blanquerías. Pero si para algo pueden servir es para que el PSPV se quite la caspa que le ha rodeado al transformar en establishment a cuatro privilegiados que han creído tener el mundo a sus pies, y no al resto de la militancia. Cuando se habla de desconexión con la sociedad o falta de sintonía con el electorado, lo que falta es falta es escuchar al afiliado, o pisar más calle para descifrar y traducir lo que el pueblo traspira. De nada sirve dar claves a editorialistas de turno para que después te den golpes en la espalda lo tuyos a cambio de publicidad.
Y no, el gran problema del PSPV, de Puig ahora, de Alarte en su día, fue confiar en que con la secretaría general del PSPV se tenía todo. Y la verdad, como ha demostrado el tiempo, es que con la secretaría general del PSPV empieza todo: y si con las yemas de los dedos no se detecta la realidad de la calle, es que algo ha fallado. Y por eso, los socialistas valencianos se encuentran de nuevo en ese Día de la Marmota, ahora en el poder, de las primarias porque desde hace mucho tiempo a esta parte no han sabido solventar ese ejercicio necesario en la izquierda que es hacer a todos partícipes de las decisiones. Sólo se ha hecho en circunstancias de necesidad, como lo fue marzo de 2014, aquellos meses en los que la diástole del cambio -tras años de escándalos populares e indignidad institucional valenciana- era una necesidad que urgía la propia calle.
Ha pasado el tiempo suficiente, y los acontecimientos necesarios, para que el PSPV (y sus bases) abra los ojos y se dé cuenta de que el modelo de antaño no vale, que hay que cambiarlo, y que la humildad y la necesidad de sus dirigentes debe ser una examen diario. No porque lo imponga un dogma en concreto: la calle, la realidad y otras fuerzas políticas, surgidas de la dejadez socialista, así lo exigen. No se puede salir al campo a ver qué pasa cuando hay rivales que quieren comerse la hierba. Eso es lo que falta. Por suerte, las primarias nos lo van a deparar.
P.D. Tampoco hay que denigrar a las viejas glorias del partido. Algunos o muchos, siguen siendo útiles para la defensa del mensaje del puño y la rosa. Pero el tiempo ha pasado: se puede ir en el autobús, pero ocupar las últimas filas, siempre dispuestos para ser consultados o dar sabios consejos.
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