ALICANTE. Cuando compré en mi librería de proximidad El polaco, la última novela de J. M. Coetzee (Nobel de Literatura en 2003), me llamó la atención la delgadez del ejemplar y, relacionado con esto, su precio de 15,90 euros, el recomendado por la editorial. Me pareció un coste excesivo, teniendo en cuenta que, además, era de tapas blandas; y también me extrañó que se ofreciera plastificado, algo poco usual. Al llegar a casa medí su lomo que era de ocho milímetros y, para confirmar lo que me figuraba, lo comparé con otros ejemplares de una encuadernación similar. Busqué libros de tapas blandas, pero de un mayor espesor —me decanté por los más comunes, que rondan los tres centímetros—, y al ver que los precios oscilaban entre los 21 y 23 euros, me reafirmé en que, ciertamente, mi compra era cara.
Retiré la envoltura y, enseguida, reparé en que las solapas tenían una anchura exagerada y que, curiosamente, no estaban impresas como es habitual. Luego, lo hojeé y vi que en las páginas anteriores y posteriores a la narración había algunos textos superfluos y otros fuera de su ubicación habitual que son las solapas, y todas ellas con el reverso en blanco, es decir, desperdiciadas. Así, el editor decidió recoger los siguientes apartados: Colección Literatura, con un texto de siete líneas y media que ensalza la literatura como arte; la biografía y obra del escritor —incompleta porque no se incluye Verano, una de sus mejores obras—; Otros títulos del autor (sigue faltando Verano); Títulos de la Biblioteca Personal de J. M. Coetzee; Otros títulos de la Colección Literatura, es decir, una selección de libros de otros autores publicados por la editorial, y una foto en blanco y negro a toda página del novelista, pero esta vez compartiendo el reverso con el índice de la obra.
Continué la inspección y me di cuenta de que las sorpresas no habían acabado. El anuncio del inicio de los seis capítulos que conforman la novela (es decir, el Capítulo 1, Capítulo 2, etcétera) iban en el centro de una página impar sin más texto (con la posterior también en blanco), cuando lo común es que encabecen cada capítulo con cierto margen superior y algunos espacios hasta el comienzo del primer párrafo. De momento, conté veintitrés páginas de relleno.
Proseguí, y al revisar el texto me sorprendí de que estuviera dividido en secciones y con una disposición igual que los versículos bíblicos —cosa de autor, no del editor, y que más adelante comentaré—, que en total sumaban 153 versículos y que, entre uno y otro, se dejaba un interlineado de doble espacio. Aquí me rendí en seguir calculando. Teniendo en cuenta que el libro contiene 145 páginas (al relato corresponden solo 123, y considerando lo expuesto en el párrafo previo), constaté que se había utilizado mucho papel de forma innecesaria.
Novela Vs. guion
En cuanto a la numeración del texto, que guarda similitud, además de con las Sagradas Escrituras, con las escenas del guion cinematográfico, Coetzee aclaró al respecto, a preguntas de un periodista: “Una de mis primeras novelas, En el corazón del país (1977), también está escrita en bloques de prosa numerados, a menudo más largos que un solo párrafo. Separar los bloques de este modo me permite prescindir del material de transición y, por lo tanto, acelerar el ritmo de la narración”.
Efectivamente, “prescindir del material de transición” agiliza el ritmo narrativo, al igual que en el guion; pero, una cosa es el lenguaje literario de una novela y otra, bien distinta, un guion, ¡aunque ambas modalidades de escritura pueden ser alta literatura! A quien interese esta cuestión, me permito recomendarle la lectura del artículo Woody Allen y el Nobel de Literatura, de Manuel Hidalgo, publicado en El cultural el 7-10-2022. Son numerosos los guiones publicados y en la portada se anuncia debajo del título de la película que es un guion cinematográfico, pero es obvio que, cuando un lector compra una novela, quiere leer precisamente eso, una novela, y no un guion.
Por otra parte, en este caso, la novela —en realidad, es una novela corta— no da para un largo y ni siquiera para un corto, entre otras razones porque se trata de un argumento de personajes —no de trama— que, como es sabido, suele ser de difícil adaptación a la pantalla. ¿Por qué, entonces, el autor ha decidido escribirlo con esta estructura? En mi opinión, sus declaraciones no lo esclarecen.
La prosa es concisa y visual, dos de los elementos que caracterizan al lenguaje del guion, junto a la división en escenas mencionado anteriormente. Y aunque la historia no resulta verosímil, al autor le da pie para construir una narración con un subtexto sobre el interior del ser humano —el amor, la muerte, la suspicacia, las inseguridades que nos envuelven— que es el poso que le puede quedar al lector al cerrar el libro.