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reflexionando en frío  / OPINIÓN

El obispo Munilla y la batalla cultural

14/12/2021 - 

Están obsesionados. El País abre el debate sobre si el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, debería ser festivo. El Vaticano anuncia el nombramiento de José Ignacio Munilla como obispo de la diócesis Orihuela-Alicante y le falta tiempo al Información para encarnar al anticristo en la figura de la nueva autoridad eclesiástica. Con titulares sensacionalistas, le tildaban de “antifeminista, homófobo…” había tantos prefijos negativos que con sólo leerlos uno se inmunizaba contra la Covid-19. Puro populismo periodístico. Ayer coincidí de refilón con Toni Cabot y me dieron ganas de invitarle a una tila para calmarle la exacerbación.

Son peligrosas las simplificaciones, esas banalidades son de lo que se alimenta la demagogia y el populismo. Estoy seguro de que los que escribieron las respectivas informaciones sobre el futuro Obispo era la primera vez que escuchaban su nombre, o lo intuían por alguna noticia leída por casualidad. No le han escuchado, no le han leído, no conocen lo que predica. Se han quedado tan solo en ciertos comentarios, –algunos descontextualizados–, dejando en papel mojado cientos de homilías o predicaciones. Tampoco les interesa el hecho de que Monseñor Munilla haya sido uno de los grandes defensores de las víctimas del terrorismo y uno de los opositores a ETA y sus variantes. Algunos son más de pactar con ellos. Entiendo que todo el que ejerza como dique de contención les suponga malestar. Es cómodo blanquear a Bildu desde Madrid, lo complicado es pasear por San Sebastián como él mientras desde la capital te dicen que ETA ha sido derrotada. Es fácil hablar de opresión porque te exigen enseñar tus datos antes de entrar a una cervecería, lo difícil es digerir la presunta paz cuando incluso en Alsasua se te riza la piel del miedo que se percibe en sus calles. No tenemos ni idea. Por eso Munilla merece mi respeto, mi admiración. Es más héroe que Otegui y menos intolerante que los que quieren erradicar todo pensamiento distinto al propio. Bienvenido, señor Obispo.  

El vicio que tiene lo sufren muchos católicos y parte de la derecha. Reside en esa obsesión con calificar como pecaminosas las relaciones homosexuales. Partiendo de la base de que el catecismo de la Iglesia Católica las define como “desviadas”, tenemos mucho que mejorar. Somos inconscientes que “del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, robos, falsos testimonios y calumnias” refleja Mateo en su Evangelio. Olvidamos que las mayores atrocidades nacen de cintura para arriba y no en los genitales. Vivimos inundados de un profundo puritanismo que otorga una inmensa importancia a la carne eximiendo de maldad a quien es casto, pero luego no cuida otros aspectos existenciales. Me recuerda a la escena del Padrino en la que uno, nada más cometer un asesinato acude a toda prisa a confesarse a una iglesia.  

Son muchos los que ven la circunstancia de que dos personas del mismo sexo se metan en la cama como un reflejo de la degradación de la sociedad. Se empeñan en enfocar la batalla cultural desde ese prisma, como es el caso de Douglas Murray en su obra La masa enfurecida donde se despacha a gusto contra los homosexuales y sus variantes. Creo que se equivocan, y lo hacen porque sin arrancar esos prejuicios homófobos jamás le quitarán a la derecha y al catolicismo esa patina antigua con aroma a naftalina. El que nuestra sociedad sea garante de una moralidad no lo determina la condición sexual de las personas. Que cada uno haga lo que quiera mientras no sobrepase los parámetros de la inmoralidad.

¿Qué es lo inmoral? Si para Aristóteles la virtud moral es un hábito o facilidad adquirida por la repetición de actos para elegir y ejecutar el bien honesto, lo contrario es la comisión de acciones malas y equivocadas. Es más importante evitar los homicidios, luchar por la verdad atacando el relativismo imperante que ha convertido, por ejemplo, a los herederos de ETA en unos dandis de la paz o educar a la ciudadanía en un humanismo que proteja la dignidad de todas las personas. El mundo, las ciudades, como dijo Ana Iris Simón en su artículo de la semana pasada, están llenas de hijos de puta. De violadores, de asesinos, de farsantes, de estafadores… Puedo seguir. A mi lo que de verdad me dan miedo son los hijos de puta.

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