El Paseo del Chanco

El misterioso callejón de San Isidoro

26/04/2018 - 

ALICANTE. Los sucesivos Planos de Alineaciones, Planes Generales, Planes Parciales y diversas reurbanizaciones y rectificaciones de fachadas y rasantes se han llevado por delante plazas, calles, jardines y parcelas. A su vez, se han creado nuevas plazas sobre viejas tramas urbanas de callejones insalubres, como es el caso de San Cristóbal o se han abierto nuevas avenidas, como el tramo inicial y final de la Rambla. Poco a poco la trama urbana se ensancha, se abre y ventila. Todo esto tiene su lado bueno, obviamente, pero estas obras se llevan por delante rincones del Alicante antiguo. Que no por antiguo tiene que ser siempre mejor, pero que destilan ese aroma a tiempos pasados. Un aroma, sea dicho de paso, no siempre es saludable.

Si uno baja por la calle Canalejas en dirección a la plaza que alberga el monumento a este benefactor de Alicante y provincia pasa, sin darse cuenta, por el último vestigio que queda del callejón de San Isidoro. Entre los números 6 y 8 de esta antiquísima calle se observa un estrecho pasaje cerrado con una persiana metálica. Si nos fijamos bien vemos que la casa número 6 (accesorio) de Canalejas tiene ventanas a este pasaje. A día de hoy este es el último recuerdo que queda de esta pequeña calle que unía las de San Quintín (actualmente Lanuza) y las Bóvedas (hoy Canalejas) y que desde 1852 llevaba el nombre de San Isidoro.

El barrio de la Buda

Esta centenaria calle conocida en sus orígenes como calle del Almacén de los Cordeleros del Esparto, era una de tantas que existían en el entonces conocido como Barrio de la Buda. Era un humilde barrio de pescadores y esparteros anexo al de San Francisco. Desapareció al rectificarse y modificarse la trama urbana de la fachada marítima, quedando unido al primero e integrado en él.

Tal y como nos contó nuestro amigo el divulgador etnobotánico Daniel Climent por correo electrónico, el propio nombre de la buda haría referencia al acto de calafateo de una barca. A la hora de fer la buda se usaba una planta denominada boga, bova o balca que se introducía en las juntas de los tablones antes de calafatearlos. Práctica que sería muy común si, como decimos, en el barrio residían pescadores. Esta planta es también usada por estereros y aún podemos verla trenzando los asientos de las sillas antiguas.

Las calles que formaban aquel pequeño barrio llevaron hasta mediados del siglo XIX los nombres de Bóvedas (Canalejas), Virgen de los Desamparados, la Pelota (Antonio Galdó Chápuli), el Arquet o los Arcos (luego Almas, San Quintín, hoy prolongación de Lanuza), Buda (hoy parte de Lanuza), Honda (Valdés), Pantoni (Santiago), Troncos (Velarde), los Limones, Parador (el Cid), el Babel (Rafael Terol), las Esteras (la de San Isidoro que nos ocupa), Orito, Lorito o Virgen de Lorito (absorbida por la prolongación de San Fernando) y la calle del Mar (fachada a la Explanada). Además existía una plaza hoy desaparecida denominada San Carlos.

El barrio según el arquitecto Guardiola

El arquitecto higienista José Guardiola Picó en su obra Reformas en Alicante para el siglo XX (1895) nos cuenta que en la parte baja del barrio de San Francisco donde se encuentra el antiguo barrio de la Buda, y debido a "su poca altura sobre el nivel del mar, las casas que por lo general son de dos pisos tienen la planta baja enterrada, á modo de sótano ó cueva, á consecuencia del establecimiento de las rasantes y aceras; resultando con esto para las viviendas, las más pésimas condiciones, con humedad constante y filtraciones de las alcantarillas, viéndose así aumentado el desarrollo en las intermitentes y dolores reumáticos que son un verdadero azote en aquel vecindario". 

"Aparte de esto", proseguía su informe, "las casas son también lóbregas, de reducidas dimensiones como las de la parte alta, perennes focos de infección, que son un peligro constante para la salud pública. Las calles son rectas pero estrechas, y por su situación especial no dan salida á las aguas fecales, y las sucias del servicio de las viviendas, que las arrojan al exterior, vician la atmósfera con miasmas pútridos, tan perjudiciales siempre á la salud".

Por tanto, no es de extrañar que Guardiola abogara por "reformar radicalmente las alineaciones de las calles del Cid, Pelota, Desamparados, San Quintín, Orito, Valdés, Velarde, San Isidro (sic), Santiago y Lanuza, dándoles una latitud proporcionada á las calles del Ensanche, y estableciendo en ellas alcantarillas y rasantes".

La calle de San Isidoro

La calle que nos ocupa tenía una anchura de unos cinco metros y estaba formada por diez o doce casas en total, distribuidas en ambas aceras. La longitud de fachadas variaba entre los casi cuatro metros de la casa número 6 a los poco más de catorce de la casa número 4. La profundidad de las viviendas era de unos doce metros y casi todas tenían fachada también a las calles traseras del Babel (Rafael Terol) y del Orito. Unas pocas, situadas en la parte central de la calle de San Isidoro sólo tenían acceso a través de ella. Con la desaparición de la calle del Orito al prolongarse San Fernando, la manzana impar de la calle de San Isidoro fue ampliada y sus viviendas se sustituyeron por otras de nueva planta manteniendo una fachada trasera al callejón de San Isidoro.

La aprobación del Plan de Ensanche a finales del siglo XIX llevó consigo la sentencia de muerte de la calle de San Isidoro. En el plan se contemplaba la unión de ambas manzanas. Aun así tendrían que pasar todavía más de cincuenta años para que el callejón desapareciera. Como posteriormente se comprobó, ningún vecino de la calle alegó al mencionado plan al ser expuesto en 1893.

A principios de la década de 1930 el empresario Renato Bardín levantó el edificio de viviendas de alquiler que lleva su nombre ajustándose a las nuevas alineaciones de la zona. Teniendo en cuenta que el terreno de la calle de San Isidro sólo era aprovechable por los propietarios de los solares que a ella recaían, se dividió la calle en dos por su mitad y se ofrecieron los terrenos de la vía pública a los propietarios. El Señor Bardin por tanto adquirió y ocupó su parte de la calle de San Isidoro dejando a las viviendas de la acera opuesta con una medianera a sólo 3 metros de sus ventanas y con la entrada a la calle convertida en un pasillo.

Tras las protestas de algunos vecinos el Ingeniero Municipal Sebastián Canales advirtió al Ayuntamiento que si proseguía la construcción de viviendas sobre la calle de San Isidoro, habría tres casas que quedarían incomunicadas al cerrarse los accesos a la calle puesto que sólo tenían acceso por este callejón. Tras el informe del arquitecto Francisco Fajardo, propietario a su vez de viviendas en la mencionada calle, el arquitecto Miguel López recomendó la expropiación y subasta de las viviendas o la unión de éstas a las casas colindantes del mismo propietario.

La desaparición

La Guerra Civil paralizó la desaparición de la calle de San Isidoro, un tema que no se retomó hasta la década de 1940. En 1942 fue derribada la casa número 2 de San Isidoro, tema que coleaba desde hacía un lustro. Fue derribada para rectificar la calle de San Quintín (hoy segundo tramo de Lanuza) y poder unirla a la de la Pelota (hoy Antonio Galdó Chápuli). No sabemos si al final se indemnizó a los propietarios de las casas interiores de la manzana o si bien se unieron éstas a las casas anexas.

Los sobrantes de vía pública que quedaban en propiedad del Ayuntamiento en el centro de la nueva manzana fueron ofrecidos a las casas colindantes. Con la venta de estas parcelas, en 1950 se dio por desaparecida la calle de San Isidoro.

Como hemos visto, de aquella calle sólo queda hoy un sobrante de la misma adquirido por el edificio de la esquina de Canalejas 6 con San Fernando 50 al que se accede por una persiana metálica. Este tramo hace las veces de patio de luces del edificio. Si observamos la manzana con Google Maps descubrimos que otro tramo, inaccesible, hace las veces de patio de luces del número 48 de la calle de San Fernando.

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