Capitán Swing publica esta extraordinaria y audaz obra de divulgación científica del psicoanalista y neuropsicólogo Mark Solms que encuentra la experiencia de ser en el sentir
VALÈNCIA. ¿Pienso, luego existo? Por definición, la experiencia subjetiva de la conciencia es tan personalísima que en realidad no podemos asegurar con certeza que cualquiera de las personas con que nos cruzamos la posea. Sin experimentarla, y eso por ahora es imposible —e incluso puede que sea imposible también coexperimentándola si se diese el caso—, tenemos que fiarnos de que es así, porque aunque aparentemente y casi seguro lo que estén experimentando nuestros congéneres desde el origen sea conciencia como la mía, lo cual es además lo más lógico por la abundante producción generada a lo largo de los siglos acerca de la experiencia propia del ser, no tenemos manera de constatar esa subjetividad. El asunto de la conciencia es uno de los más complejos de aquellos que tratamos de resolver. La cuestión de porqué y cómo acabó pensando la materia, en concreto la forma en que los procesos físicos del cerebro dan lugar a experiencias subjetivas y conscientes, es llamada “el problema difícil”.
El “fácil” es la manera en que el cerebro realiza funciones cognitivas específicas, algo que cada vez en mayor medida vamos pudiendo abordar y entender. La conciencia es hoy un hecho de enorme actualidad: se están publicando noticias sorprendentes —aunque no inesperadas— sobre animales no humanos, en este caso cetáceos, comunicándose por medio de llamadas que hacen la función de nombres, y por otro lado, la inteligencia artificial se desarrolla hacia un horizonte donde siempre se encuentra la posibilidad de que la dotemos de conciencia, o bien que la adquiera más allá de nuestro control y comprensión. Lo que sabemos de la conciencia no es suficiente todavía, pero al menos la estamos abordando desde diferentes perspectivas, yendo más allá de preconcepciones monolíticas des las que son víctimas también quienes se dedican a la ciencia, porque hay posibilidades que abruman incluso a aquel o aquella que ha reparado en ellas por primera vez, sacándolas de la oscuridad de lo desconocido. Le pasó a Einstein (la metáfora tan repetida de dios y los dados).
Siento, luego existo. Una revolución copernicana en nuestra concepción de lo que es la conciencia y cómo se origina. El psicoanalista y neuropsicólogo Mark Solms es el autor de una de las más importantes obras de divulgación científica del año, con potencial a serlo de la década, o quien sabe si de la historia, si él y su equipo acaban demostrando tener razón. El manantial oculto. Un viaje a la fuente de la conciencia, publicada por Capitán Swing con traducción de Isabel Llasat y Alicia Martorell, es la divulgación de un ambicioso trabajo, actualmente en marcha, cuya hipótesis es que la conciencia se origina con los sentimientos, con la emoción, que aparecería en una fase primitiva de su desarrollo en una región del cerebro que compartimos con los peces, con el objetivo de permitirnos registrar y analizar si las acciones que estamos llevando a cabo para sobrevivir están funcionando o no. Por tanto: siento, luego pienso, luego existo.
La propuesta de Solms, al menos sobre el papel, parece prometedora. El manantial oculto es una obra compleja que Solms se esfuerza en hacer digerible para un público ajeno a los campos del saber implicados. No obstante, lo que propone es tan fascinante y tan verosímil (aunque aquí el peso carga en la ciencia y no en la literatura), que seguimos leyendo hasta el final con la sensación de estar viviendo en directo la gestación de un descubrimiento de enorme trascendencia. Solms está muy convencido de estar en lo cierto. El autor, además, no solo ha puesto la mirada en un terreno, el de las emociones y la experiencia propia de los individuos, denostado como materia fiable por gran parte de la comunidad científica, sino que reivindica a Freud como uno de los grandes genios de la historia, ya que habría sabido vislumbrar —un siglo atrás y con unos medios mucho menos competentes— lo que ahora Solms cree que se está revelando. No se le puede negar la valentía.
Además de eso, Solms cree que la conciencia es un fenómeno que se deriva de las leyes que rigen el universo a todos los niveles (dicho así parece obvio, pero en realidad para muchos no lo es). Así, la entropía jugaría un papel fundamental en la generación de la conciencia: los seres vivos como sistemas autoorganizados emplean la homeostasis para reducir la entropía: ese es su (nuestro) trabajo principal. Ordenar el caos para sobrevivir, manteniendo las condiciones que lo permiten. Sentir los desajustes a corregir y el resultado afectivo de las correcciones (displacer por un aumento de la temperatura, placer al ponerme a la sombra) sería el origen de la conciencia. La inteligencia, posterior, sería un fenómeno derivado mucho más actual.
Así lo explica Solms: “Sentir es una herencia valiosísima. Lleva inscrita la sabiduría de los tiempos: una herencia que se remonta al principio de la vida misma. Cuando la homeostasis acabó dando lugar a los sentimientos, lo más importante de esta nueva capacidad fue que nos permitió saber cómo estamos dentro de una escala biológica de valores. Las sensaciones y los sentimientos dan lugar a predicciones que se basan en las experiencias acumuladas en situaciones de importancia biológica de —literalmente— todos nuestros antepasados; nos permiten hacer lo que es mejor para nosotros, aunque no sepamos por qué lo hacemos. Ya hemos intentado imaginar qué pasaría si cada uno de nosotros tuviera que aprender de nuevo qué alimentos contienen grandes reservas de energía y si tuviéramos que descubrir por nosotros mismos lo que ocurre cuando saltamos desde un acantilado. Debido a los sentimientos y sensaciones no buscados que nos atraen hacia lo dulce y nos hacen evitar las alturas, «sabemos» de forma precisa (en una primera aproximación) qué hacer y cuándo. Por ejemplo, sabemos qué hacer cuando los bebés lloran, cuando los depredadores atacan o cuando se interponen obstáculos frustrantes en nuestro camino.
Este conocimiento innato (que se nos transmite explícitamente solo en forma de sentimientos) es lo que nos permite sobrevivir en los mundos altamente impredecibles en los que vivimos, donde los vehículos a motor circulan a toda velocidad a nuestro alrededor y el dióxido de carbono invade el aire. Así pues, mientras abandonamos la ilusión familiar de que la conciencia fluye a través de nuestros sentidos y la idea errónea de que conciencia es sinónimo de comprensión, nos consolaremos con el hecho de que en realidad procede espontáneamente de nuestro interior más íntimo. Amanece en nuestro interior incluso antes de nacer. Desde los orígenes, nos guía una corriente constante de sentimientos, que fluyen de un manantial de intuición que no sabemos de dónde brota. Ninguno de nosotros individualmente conoce las causas, pero las sentimos. Los sentimientos son un legado que nos ha dejado toda la historia de la vida para prepararnos para las incertidumbres que se avecinan”. Maravilloso a nivel científico y a nivel literario.
La demostración de la hipótesis de Solms requiere, a su juicio, la creación de una máquina sintiente. Tenemos que poder crear la conciencia. El trabajo de esta máquina será sobrevivir en un entorno cambiante, aprovisionándose se la energía necesaria para ello: “En otras palabras, estaremos tratando de hacer un ser que no tiene más objetivo ni finalidad que seguir siendo. Así pues, partiremos de algo parecido a lo que creó Friston: un sistema autoorganizado inconsciente dotado de una manta de Markov (y, por lo tanto, de estados sensoriales activos e internos) que modela automáticamente el mundo a partir de muestras sensoriales, minimizando los efectos de la entropía sobre su integridad funcional mediante la mejora de su modelo generativo. Es decir, de acuerdo con la ley de Friston, medirá su propia energía libre previsible y actuará en consecuencia. Esto la convertirá en una máquina de predicción. Y entonces mantendrá un modelo generativo cada vez más complejo y jerárquico de su organización en relación con los estados externos imperantes, aunque, al igual que la Eva Periacueducto que tapona las fugas, no tendrá más tarea explícita que taponar las fugas de su sistema. Será un sistema parecido a la vida, pero no estará vivo. Aunque la conciencia evolucionó en los organismos vivos, el objetivo de este experimento es demostrar que también puede producirse artificialmente”. Y después, quién sabe.