ALICANTE. Primero fue una antológica sobre el argentino Julio Cortázar. Después vino su paisano, Jorge Luis Borges. Ahora han llegado todos. Entremedias, Mario Benedetti también estuvo en el MUA, a iniciativa del Museo del Escritor de Madrid. De hecho, lo hizo a través de su cama original, la prolongación del lugar de ‘cocción’ de sus más bellos poemas desde el inconsciente.
“Nosotros nos criamos con él; teníamos pósteres con sus poemas colgados de la pared”. Otro de sus objetos personales ha regresado a esta parte del Atlántico, esta vez, para no volver; sus famosas gafas, desde donde tentaba a ver el mundo de una manera diferente. La historia está relatada en el libro ‘Egos revueltos’, de Juan Cruz: él las donó al museo de la capital española. “La última vez que Benedetti vino a Madrid, Cruz le invitó a comer a un restaurante. Juan volvió a la semana y el dueño se acercó con un sobre diciéndole que se había olvidado las gafas. Se las intentó llevar a Montevideo pero Benedetti ya estaba en una condición que no reconocía a nadie. Nos dijo que consideraba que estaría mejor en nuestro museo que en el cajón de su escritorio”. Y, del Museo del Escritor, a la Sala El Cub del MUA. El Museo de la Universidad de Alicante, el Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti (CeMaB) y el Museo del Escritor de Madrid, han inaugurado la exposición que lleva por título ‘El boom. La literatura latinoamericana vuelve a cruzar el Atlántico’.
Raúl Manrique y Claudio Pérez son los directores del último espacio, integrado en el Centro de Arte Moderno. Hasta 300 piezas descansan en el precioso espacio del campus universitario de Alicante. Entre libros, objetos y documentos, muchas anécdotas: un sillón de Juan Carlos Onetti y el mismo ‘dinosaurio’ famoso –y no extinto- de Augusto Monterroso, que luce plácidamente entre las joyas rescatadas del otro lado del Atlántico. Además, el bolígrafo con el que Borges firmó ejemplares en la presentación de su último libro. El calientapiés de Jacinto Benavente se ha quedado en Madrid: pero no la inconfundible boina de Ernesto Cardenal, que siempre le ataviaba junto a la cotona, típica de Nicaragua. “Nos dio ambas cosas; por razones de espacio, la camisa de Ernesto no está”.
Los directores del Museo del Escritor recuerdan que Cardenal visitó su espacio, donde hizo una de sus últimas presentaciones de un libro que ellos mismos editaron. Su colección privada, que surge en Argentina en 1995 y ‘arrastran’ hasta Madrid en 2002, tenía un claro fin cuando se consolidó en el espacio expositivo hace ocho años: un museo dedicado a la memoria personal de los autores del boom con algunos ejemplares de sus libros, siempre que fueran primeras ediciones, o firmados, como excepción. “Solamente para que la gente que nos visite sepa qué hizo este señor y su trayectoria (…) Era una pena tener guardado todo lo que habíamos acumulado durante treinta años”. En sus estanterías, ya suman 180 autores, de 21 países. Todo material de escritores en lengua española. “El tipo de piezas que nos interesa a nosotros no sale a comercio; la mayoría son donaciones de los mismos autores, algunos ya han muerto, o de sus herederos, amigos”. Un camino complicado que, no obstante, ha permitido a los comisarios de la muestra del MUA conocer a los propios protagonistas que exhiben: aproximarse a la figura de un Borges octogenario con la admiración propia de un adolescente, o entablar una bellísima amistad con la mujer de Cortázar.
“Lo cierto es que no sabíamos si iba a resultar al público tan interesante como nos parecía a nosotros, por eso arrancamos con este pequeño espacio en Madrid”. La expectación que está generando la muestra en el MUA resuelve, de nuevo, cualquier duda. La exposición del boom comienza con una sección dedicada a la Revolución cubana. Una instantánea de Fidel Castro, dos libros relativos a la promesa del cambio y algunos discos que cuelgan de las paredes de la sala, como los ‘Poemas al Che’, por la muerte del Che Guevara, sirven de alegoría que apunta al primer fenómeno causante de la eclosión literaria de los sesenta en Latinoamérica. En los archivos sonoros está registrada la voz, con textos propios o lectura de otros, de los autores del boom que aparecen en la muestra.
“La Revolución cubana fija los ojos del mundo sobre Latinoamérica. Porque ha terminado ahora con lo que todo sabemos que terminó. Pero, en el momento, fue un soplo de aire fresco para todo el continente. Se veía como el nacimiento de una posible nueva sociedad”. El nexo de unión del boom de los sesenta guarda una relación humana prácticamente indisoluble por este motivo: que los ideales sobrevivan. “Casi todos los autores eran amigos entre ellos; fue una época de mucho compromiso entre los intelectuales, vinculada a los inicios de la Revolución”. Eran escritores, la mayoría, con alguna que otra “decepción”; pensaban que el intelectual del momento tenía que tener alguna misión “activa” en el cambio social, lo que imprimía esta universalidad forzosa en sus diferentes estilos. “Todos se vieron afectados por el fin de la dictadura. Onetti decía que a él el boom lo había arrastrado”. O incitados por otros movimientos, como el sandinista, como resaltan. “Ahora, uno escucha a Julio Cortázar y parece casi hasta ingenuo. Ya no existen las utopías de un mundo nuevo; la creencia del cambio ha terminado mal”. Un compromiso político que, en general, siempre fue latente en las obras de los autores.
Un inicio del boom más que suficiente para que las grandes editoriales se fijaran en el otro lado del charco, con la efervescencia política a la orden del día en muchos de sus países. Esto acompañado de la generación de nuevos reconocimientos, como el Premio de Biblioteca Breve, de Seix Barral, con la novela premiada en 1964 de Guillermo Cabrera, ‘Tres tristes tigres’, como ejemplo. Aunque la inclusión en la muestra de autores como el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que había publicado su libro más importante en 1941, veinte años antes –y el caso de Borges-, desmiente esta idea: demuestra que, técnicamente, la generación de los años sesenta había nacido mucho antes. “Como dice Cortázar: los latinoamericanos empezamos a leernos a nosotros mismos. Las editoriales no crean el boom, todos eran autores que ya estaban trabajando y tenían éxito en sus respectivos países. Las editoriales los encuentran”.
Una afirmación que no hace más que reforzar la ‘hermandad’ entre coetáneos y no coetáneos, reivindicando la literatura propia, que deja de mirarse en el reflejo de Europa. Es cada vez más propia y personal; eso sí, elaborada desde el extranjero. “Todos escribieron su obra fuera de Latinoamérica, lejos del país de origen: desde Barcelona, por ejemplo, como Vargas Llosa”. A esto se suma la llegada de latinoamericanos a España –que vive un fenómeno parecido con la literatura de los cincuenta-, portadores de sus gustos literarios. “Aunque nosotros tratamos de no entrar en valoraciones, lo que realmente une a los autores del boom es la lengua; una literatura con características variadas según el lugar. Cualquiera de nosotros puede leer a un latinoamericano o a un español sin necesidad de traducción”. Los comisarios, ambos argentinos, lamentan que exista una visión “reduccionista” en el concepto de Latinoamérica. “Como si fuera una. La realidad es que son un conjunto de sociedades muy diferentes entre sí, más allá de compartir un idioma.
La literatura del Río de la Plata no tiene nada que ver con la colombiana, ni la cubana, ni tampoco la mexicana. No es solo Borges o realismo mágico”. En su amor por la literatura, plasmado a través de la muestra de la Sala El Cub del MUA, no les preocupa dejarse fuera a nadie. “Tratamos de ser lo más amplios posibles en este sentido. No pretendemos acotar ni decir: estos son los autores del boom. Hemos querido mostrar una época particular de la literatura latinoamericana que vuelve a cruzar el Atlántico. Antes ya lo había hecho Rubén Darío y demás”.
La exposición, que puede visitarse hasta el próximo 15 de marzo, se completará con la jornada ‘La literatura hispanoamericana del boom a nuestros días. Recepción crítica y editorial en España’, que tendrá lugar el 11 de marzo a las 16 horas en el MUA, con la participación del escritor peruano Fernando Iwasaki y los profesores de la Universidad de Granada, Ángel Esteban y Ana Gallego.