No tenía pensado abordar esta cuestión, pero la lectura reposada del artículo de Carlos Pastor sobre el Auditorio Provincial de la Diputación de Alicante y su encaje en la ciudad me ha traído una serie de reflexiones que creo que toca realizar. El ADDA se ha convertido en un icono de la capital: ejerce de polo cultural y de centro de congresos. La planificación y coordinación que ahora reclama el PP no era tal cuando Díaz Alperi, Francisco Camps y Sonia Castedo luchaban por un palacio de congresos, mientras José Joaquín Ripoll les adelantaba por la izquierda con un auditorio, que, a la postre, y tras las miserias de las Generalitat Valenciana, se ha convertido en el centro de eventos de la ciudad de Alicante.
Pero pugnas políticas a parte, la verdad es que el ADDA ha aportado mucho a la ciudad de Alicante, en cuanto a oferta cultural y de congresos se refiere, pero muy poco a su entorno muy inmediato. Lo explica el presidente de la Asociación de Vecinos de Campoamor-Carolinas en el artículo de Carlos Pastor. Y, se preguntarán, ¿qué ha pasado? Pues sencillamente, lo que suele pasar con los proyectos megalómanos: que nadie se ha acordado de sus inquilinos más cercanos, los vecinos, los residentes, los comerciantes de la zona...Este el problema del ADDA, como dice Pastor, un telón de acero colocado en medio de un antiguo paseo.
Sólo hay que darse una vuelta por las avenidas de Alcoy y Jijona o la parte posterior de la Finca Cañaveral. Todo sigue igual. El ADDA sólo se les ha mejorado las aceras a los vecinos: de todo su entorno, sólo la transitada vía de bajada tuvo un plan de mejora que asumió Aguas de Alicante. Los vecinos más importantes de la zona, la Conselleria de Sanidad, el centro de menores Lucentum, el colegio Campoamor, la Confederación Hidrográfica del Júcar, aceptaron con estoicidad el plan para completar el anillo cultural diseñado por Antonio Fernández Valenzuela, aprobado por Antonio Mira-Perceval y ejecutado, parcialmente, por José Joaquín Ripolll con el ADDA y Castedo, con Cigarreras. Ese anillo cultural contemplaba unir la antigua Tabacalera, con la Plaza de Toros y el hoy ADDA. Todos funcionan hoy pero cada uno por su cuenta, sin coordinación alguna. Nadie de los insignes residentes dijo algo.
La llegada del tripartito, tanto en el Ayuntamiento de Alicante, como en la Generalitat Valenciana, fue otra oportunidad para acometer un plan integral de la zona, que asumiera lo que pedían los vecinos y además, completara el anillo cultural con prestaciones que podía reportar valor añadido a la zona. Pero ni los chicos de Vicent Marzà lo vieron; ni los de Carmen Montón ni Mónica Oltra, y muchos menos, el principal usuario, la Diputación de Alicante, explotadora del ADDA. Pedir eso al Ayuntamiento de Alicante quizás era demasiado. Se conformaron con el plan EDUSI para rehabilitar la zona de Carolina Bajas, pero, de momento, nadie ha visto nada, qué sepamos.
Era el momento de mover las piezas. Por ejemplo, ubicar un nuevo conservatorio en Alicante; qué mejor sitio que al lado del ADDA; reformar el centro de menores, trasladarlo o convertirlo en centro de día para el barrio, al estilo del de la Plaza de América (qué si ha sido un éxito de interacción administrativa); buscar una nueva ubicación para el colegio concertado de la zona; crear una jardín abierto aprovechando la flora de la finca Cañaveral o los exteriores de la sede de la CHJ, o, ya puestos, remozar o buscar un nuevo encaje a las instalaciones de Sanidad de Campoamor, afectadas parcialmente por la aluminosis. ¿Por qué no se le ocurrió a nadie? Y la Diputación Provincial o el Ayuntamiento de Alicante, ¿qué han hecho? Quizás debieron conjuntamente impulsar ese plan, que contemplara además la construcción de un aparcamiento subterráneo para dar servicio al barrio y a los usuarios del ADDA o la Plaza de Toros. Pero no. Unos optaron por enredarse en las ayudas a los municipios o disparar contra València y otros, por pelearse pequeñas miseras, sin tener altura de miras y trazar un plan que transformara la zona, a lo largo de varios años, independientemente de quién gobernara.
Quizás ha faltado más pisar la calle o hablar con todos esos agentes implicados: de haber conocido sus inquietudes, hoy Alicante tendría en el ADDA no sólo un edificio magnífico para las audiciones musicales o los congresos; un telón de acero cultural, como dice Carlos Pastor, sino un barrio vivo, con tráfico de gente, que interactuara con sus futuros edificios (un conservatorio; unos jardines o oficinas para funcionarios, etc) y, que, además, hubiera remozado la escena urbana del entorno y atraído alguna inversión comercial o hotelera. Pero ni si quiere se pensó en un posible pelotazo. Y eso que en Alicante, quien quiere verlo, lo ve a la legua.