ALICANTE. Un plan de promoción de lectura hizo llegar la historia a 40.000 familias en Ecuador, a modo de obsequio, junto a la factura de la luz. Inicio insólito el de Siberia. Un año después, publicado por Editorial Candaya, y que comienza no hace demasiado. Es abril de 2018, justo después de que Daniela y su marido aterrizaran en Quito, llegados de Buenos Aires. Allí adonde habían vivido los últimos años y también donde una parte de ellos había muerto. Hacía tan solo nueve meses que habían perdido a su bebé recién nacido. “Sufrí el síndrome de HELLP, una preeclampsia severa. Comencé a tener acidez a los siete meses. Me dijeron que estaba a punto de entrar en un coma hepático y que me tenían que hacer una cesárea de emergencia. Mi hijo vivió veinticuatro horas después de eso”.
Justo aquí empieza Siberia. Un lugar de lugares que está hecho, precisamente, de pedazos. “Surge en un momento de depresión, caótico, cuando todo costaba físicamente, desde la cicatriz de la cesárea hasta cualquier terminación nerviosa”, asegura Daniela. Son relatos cortos, derivados de la dura experiencia vivida los seis meses consecutivos a la pérdida de su bebé, a los que se añade un cuento, justo un año después, con motivo del aniversario de esa muerte.
Y, en mitad de la vorágine, un poco de calma. “El mundo se ordenó con la escritura”, dice Daniela. Como unas ruinas que se agrupan. Pero, ante todo, Siberia es la necesidad de agarrarse. Es imagen hecha deseo, y paisajes, como el del volcán Pichincha. Es la pulsión de vida al rescate cuando asoma la muerte en una experiencia límite de la vida. “Es la contradicción del Eros y el Tánatos.
El cuerpo y la resistencia son la clave en la novela. La vida, que no está asumida, como una fuerza brutal, que arrebata y devasta, pero que te obliga a seguir al mismo tiempo”. Y en ese deseo que tira de la propia consciencia a través del impulso y la materia, otra búsqueda: la de la paz. Porque Siberia tal vez sí pueda tener un lugar, después de todo. “Es una coincidencia en un espacio en el que la inclinación de los rayos de sol y el rocío hacen parecer que todo es blanco.
Es en el campo de Ecuador, en un ‘pueblito’ llamado El Quinche”. La protagonista crea el espacio mientras pasea con un perro, bajo estas perfectas condiciones lumínicas. Es la búsqueda, lo decíamos, del blanco, un blanco-silencio, por una cabeza que no para de gritar y gritar; que no puede parar.
Daniela explica que la escritura, “que intenta nombrar lo innombrable, fracasa con respecto a la experiencia”. Conocedora de tal sentencia irrefutable, la novela no duda: es una ficción deliberada de que el mundo existe. “La vida siempre es huidiza con respecto a lo que se cuenta de ella”, matiza Daniela. En la actualidad, es una de las ensayistas más conocidas, además de editora y activista. En este sentido, reconoce que en ninguna parte la mujer escribe como mujer, todavía.
Lo dice citando a su coetánea y paisana –comparten Guayaquil como lugar de nacimiento- Mónica Ojeda. “La mujer escribe como madre, como esposa, como amante, aunque el hombre sí puede escribir como hombre”. Porque Siberia es, siendo relato de mujer, la culpa sostenida durante generaciones por el deseo de vivir sin que sea recordada, manifiesta no obstante en un cuerpo que produce leche para un bebé que ya no está. Esa especie de soliloquio delirante que grita a voces aquello que la feminidad aún sufre: una imagen concreta de la pura realidad.
Daniela Alcívar ha acompañado a ‘Siberia. Un año después’ hasta Alicante, esta pasada semana, con su presentación en la recién premiada Librería 80 Mundos. También estuvo en Murcia. Con este libro, Candaya se ha marcado recorrer un total de ocho ciudades españolas hasta el 23 de diciembre, entre ellas, Barcelona, Zaragoza, Madrid y Valencia. En Bolivia, el relato de Daniela ha contado también con una edición, aunque está previsto que viaje próximamente a otros países de América Latina como una de las propuestas de la nueva narrativa más esperadas.