ALICANTE. Las Hogueras de San Juan de Alicante —declaradas Fiesta de Interés Turístico Internacional y Bien de Interés Cultural Inmaterial— tuvieron un inicio que, en opinión del arriba firmante, es poco conocido y, por ello, ha decidido recordarlo en estas breves líneas que saldrán a la luz mientras se festeja la edición de este año. Las hogueras en la noche de la víspera de San Juan son una tradición que algunas poblaciones alicantinas, al igual que en otros lugares del mundo, la han venido celebrando desde antiguo para conmemorar la entrada del verano. Sin embargo, no fue hasta 1928 cuando ondeó el banderín de salida de nuestras Fiestas de Hogueras de San Juan. Su comienzo fue verdaderamente sorprendente.
Un alto funcionario de correos gaditano, tras pasar un tiempo en Valencia y empaparse de sus Fallas, fue destinado a Alicante a principios de la década de los veinte del pasado siglo. Sin duda, al poco de llegar no tardaría en preguntarse: «¿Por qué estas gentes no tienen unas fiestas de auténtica categoría acorde con su maravillosa ciudad?». Dándole vueltas al asunto, no tardaría en decirse: «Podrían levantar unos monumentos falleros, pero creados con su idiosincrasia que es bien diferente de la de sus hermanos del norte». Y no sería de extrañar que un día, paseando por el Postiguet o la Explanada, todo inmerso en sus cavilaciones, se dijera: «Pero no deberían celebrarse en el equinoccio de primavera, sino en el solsticio de verano para diferenciarse de los valencianos… ¡Eso es, y así coincidirían con los ancestrales fuegos de San Juan!». De camino a su casa de Alfonso El Sabio seguiría devanándose los sesos: «¿Y cómo se podrían llamar a esas fiestas?..., ¿en castellano o en valenciano?… Aquí todos coinciden en decir que viven en la millor terreta del món...». Probablemente, intuyendo que el eureka lo tenía cercano se detendría unos momentos y, mientras se atusaba los bigotes con la mirada perdida, de pronto le irrumpiría en la mente: «¡Fogueres de San Chuan!».
José María Py, que así se llamaba este enamorado de nuestra terreta, enseguida se entrevistó con las personalidades más relevantes de Alicante para exponerles su propuesta y convencerles de que sería beneficiosa para la ciudad en todos los ámbitos. Autoridades municipales, periodistas, abogados, médicos, comerciantes y lo más granado de la sociedad recibieron encantados su proyecto. El caso es que con su entusiasmo brindó a los alicantinos unas fiestas que, con el transcurrir de los años, serían las más identitarias y de proyección internacional.
Pero al ser una fiesta de nuevo cuño, ya que no había tradición como en Valencia, las comisiones fogueriles solicitaron la colaboración de los artistas plásticos más destacados, y como era de esperar todos se implicaron. Pintores como Gastón Castelló, Emilio Varela, Lorenzo Aguirre, Heliodoro Guillén, Francisco Hernández, Adelardo Parrilla, Manuel González Santana y Melchor Aracil; escultores como Miguel y Adrián Carrillo, Juan Esteve y Rafael y Fulgencio Blanco López; el dibujante Juan Such, y el tallista Manuel Gallud abandonaron sus caballetes y sus estudios y se pusieron manos a la obra.
Gastón Castelló confesó en su día que los artistas desconocían el proceso de construcción de una hoguera y que tuvieron que contactar con un maestro fallero para que les echara una mano en esa primera edición. Tras pasar por no pocas dificultades, las nuevas fiestas vieron la luz en 1928 con la plantà de doce hogueras; y dos años más tarde se constituyó la Comisión Gestora de las Hogueras, siendo elegido José María Py como su primer presidente. Desgraciadamente, falleció en 1932 a los cincuenta y un años de forma repentina. La temprana muerte del fundador e impulsor de la Hogueras conmocionó a los alicantinos que le dedicaron una calle cercana a su domicilio, y en 2011 —con bastante tiempo de retraso— fue nombrado Hijo Predilecto de Alicante a título póstumo.
Los artistas alicantinos se mostraron cada vez más cautivados por este arte efímero que les abría las puertas de la creatividad. Gradualmente se fueron alejando de la concepción barroca y de la socarronería de las fallas y empezaron a experimentar con elementos del arte moderno, como eran los volúmenes y la incidencia de la luz sobre las formas, pero sin desprenderse de las raíces populares alicantinas.
Así que elevaron lo que se consideraba una simple obra artesana a una artística. Un ejemplo significativo del viento artístico innovador que impregnó a nuestros artistas fue Emilio Varela. En 1934 diseñó y levantó una hoguera en Santa Cruz, barrio por el que sentía una especial devoción.
El monumento consistía en un cubo de formas planas con pinturas de figuras humanas y paisajes que representaban la vida cotidiana de la ciudad. El crítico Francisco Armengol definió la obra como un «poliedro de cristal». Varela había creado, sin saberlo, la primera «hoguera experimental», modalidad de hoguera que no fue hasta mediados de los ochenta cuando la ciudad la incorporó a las fiestas.
Pero el regalo del bueno de don Emilio a su barrio preferido no gustó al personal: «¡No tiene ninots, ni sentido del humor!». Por aquellas fechas, un ilustre alicantino comentó: «Es posible que los honrados vecinos la quemen antes de hora». Afortunadamente, no sucedió así.
Las Hogueras navegaban viento en popa, y la llegada de la República supuso un formidable impulso para su continuidad. El entonces alcalde Lorenzo Carbonell publicó en 1931 un artículo en el semanario satírico El Tío Cuc en que afianzaba de forma vehemente su compromiso con la nueva fiesta: «La hogueras las ha creado el alma popular y son exclusivamente del pueblo (…). El alcalde declara la guerra sin cuartel a todos los enemigos de las Hogueras». La creación de comisiones fogueriles fue en aumento y tres años más tarde eran treinta y cuatro, elevado número que solo se superó a principios de los setenta.
El Ayuntamiento de Alicante, pionero en nuestro país en la promoción turística, decidió difundir las excelencias de las Hogueras mediante la creación del Foguerer Machor, una figura vinculada a cada comisión, que recayó en personalidades de reconocido prestigio que desempeñaron el papel de «Embajadores de la Fiesta». Entre sus nombres podemos destacar a Manuel Azaña, Mariano Benlliure, Carlos Arniches y Rafael Altamira, entre otros.
Y de esta original manera nacieron nuestras Hogueras de San Juan, que en cinco años celebran su centenario.