ALICANTE. A nadie pudo sorprenderle la presencia de Enrique Ortiz en Barcelona, como un miembro más de la expedición del Hércules.
La del Camp Nou era una de esas fiestas que al constructor no le gusta perderse; como compartir fila de asientos con Florentino en el palco del Bernabéu, fumarse un puro al lado de Roig en Villarreal (pese a que ese día el Hércules tenía ya pie y medio en Segunda y era vox populi su impago masivo a todo bicho viviente pese a la lluvia de millones de la televisión por militar en primera) o, no muchos años antes, cuando quiso jugar a la versión valenciana del Monopoly, ofreciendo dinero por una de las parcelas sobre las que se asienta el estadio de Mestalla.
Si hiciera lo mismo cuando las cosas vienen mal dadas, lo de este miércoles hubiese sido lo de menos; el problema es que, como ya ha ocurrido en el pasado (recuerden aquel día en Fontcalent cuando decía que se apartaba, solo unos meses después de haberse bañado en Luceros y en un momento en el que el club se desangraba deportiva y especialmente económicamente) ese no es el proceder habitual de Ortiz cuando se trata del Hércules.
En breve vamos a tener la oportunidad de saber si la historia se repite o varía para bien el guión: si el Tribunal General de la Unión Europea desestima la solicitud de suspensión cautelar de la obligación de pagar 6,9 millones y desaparece de la escena una vez más, en este caso dejando al Hércules más herido de muerte que nunca o se rasca el bolsillo y arregla un problema generado bajo su 'desgobierno'.