Las urnas ha hablado. Victoria clara del PP en el ámbito de la Comunitat, que no obstante, necesitará a Vox para gobernar, aprobar presupuestos, leyes, etc. Esa victoria tiene varias aristas: la autonómica y la local. En la autonómica, el PP ha sumado la mayor parte del voto de Cs, mientras que Vox ha crecido en menor medida, gracias a una parte también del voto naranja. Ambas corrientes han sabido movilizar el malestar generado por el Gobierno de Pedro Sánchez y tangencialmente, al del Botànic. Y ahí radica el éxito de la campaña del PP: haber llevado el debate a su conveniencia.
Que la disputa no haya estado, al menos, igualada, se debe al derrumbe de Unides Podem y al desgaste de Compromís, que tampoco ha sabido rentabilizar el PSPV. Aquí es donde cabría preguntarse si su campaña ha sido la más idónea ante el escenario planteado: de primera vuelta de las generales, en la que las cuestiones autonómicas quedaron en un segundo plano; las propuestas brillaron por su ausencia y todo se movió sobre tres ejes: fiscalidad, sanidad e influencia del Gobierno valenciano en Madrid.
Se equivocó el PSOE, o la campaña la puso el PP donde quiso, pero peor fue que el PSPV no hiciera nada por plantear una agenda propia. Jugó a no cometer errores cuando delante tenía a un león -PP y Vox- enfurecido, con ganas de cobrarse batallas anteriores. La semana pasada escribí sobre las elecciones de 1995, aquellas que lograron que el centro derecha (entonces era centro derecha, aunque también había propuestas carcas) y que el escenario planteaba este 28M, si era igual, peor o diferente. Visto lo visto, podemos decir que su desenlace ha sido igual que hace 28 años, pero en un contexto diferente. Ahora, el votante de centro derecha y de ultra derecha lo ha planteado, con la boca pequeña, como un 2015, cuando el votante de extrema izquierda acudió a las urnas para castigar la gestión de la crisis y, sobre todo, como pago por los múltiples casos de corrupción que azotaban en aquella entonces al PP.
La gran derivada de este 2023 es el hundimiento de Podemos y el desgaste de Compromís, que han impedido la disputa del partido en las futuras Cortes Valencianas. Y si esa diferencia se ha agrandado más allá de lo que decían las encuestas -que contemplaban una escenario por la mínima-, todavía ha sido más abismal en los comicios locales allí donde la izquierda del PSOE no ha comparecido. O simplemente ha desaparecido.
Ahora bien, hay un imput que sí se puede achacar a las formaciones de izquierda, incluido el PSOE, y que no han sabido ver o leer. Y de ahí la decepción en algunas ciudades, fundamentalmente, las grandes y los sustos y sudores, en las medias, para las fuerzas progresistas. La doble cita electoral de 2019 se resolvió con una híper movilización en abril, en generales y autonómicas, y una baja participación en las locales. Ello salvó el Gobierno de Pedro Sánchez y el Botànic, y disparó el voto socialista en la mayoría de las ciudades, con un Compromís todavía impoluto y un Podemos, renqueante.
Era de prever que el escenario de 2023, con movilización de la derecha y la extrema derecha, se iba a dar en las autonómicas y, cómo no, en las locales, aunque hubiera diferencia de voto en ambas urnas. En las autonómicas estaba en máximos y solo podía caer; en las locales, sólo podía crecer, Es decir, el plebiscito contra Sánchez, que hacía temblar al Botànic, se iba a replicar en las municipales, y sobre todo, en aquellas en las que la sintonía sobre las tendencias nacionales se replica en las ciudades. Y allí donde el PP no podía crecer más, lo iba hacer Vox como si un borrachera se tratara. Es decir, el crecimiento previsto en el PP, de una media de dos o tres concejales, que es casi transversal en la mayoría de las ciudades de más de 20.000 habitantes, iba a tener su réplica en Vox, como así ha pasado en los grandes feudos del PP: Vega Baja, L'Alacantí y Baix Vinalopó, más lo que ha sumado en la Marina Baixa y otras grandes ciudades.
Que sí, que ha sido una ola en toda regla, de PP y Vox, en la que el PSPV y sus socios han sabido surfear con más fortuna en unos feudos -Vinalopó, L'Alcoià-El Comtat y Marina Alta-, pero allí donde la amenaza era más latente, ni el PSPV ni sus socios han sabido frenar. Una vez, porque los socios se diluyeron; otras porque el propio PSPV hizo aguas con campañas equivocadas y no tomaron el control de la agenda mediática para poner sus argumentos sobre la mesa y atemperar los escándalos que la prensa de Madrid ha impuesto. Cuando Ximo Puig y el PSPV despertaron ya era tarde.
Puedo entender que sus múltiples oráculos no vieran la movilización de la derecha y la extrema derecha. O la participación dual que iba darse. Ese fue el gran error, desde mi punto de vista, el de la confianza. Pero cuesta entender que tampoco hicieran nada por cambiar la estrategia a mitad campaña, o antes, y se lanzaran por los votantes de sus socios, si de verdad presentaban síntomas de enfermedad, como se ha demostrado, con Podemos, y de resfriado, con Compromís. El 28M fue un 2015, pero al revés.