Hay días que amanecen lentos. Son esos días en que las sábanas ya se han familiarizado de nuevo con el peso de los edredones y remolonean alrededor de tu cuerpo para no dejarte ir a los quehaceres cotidianos. La lluvia te arrulla desde la ventana como una balada de otoño mientras en la lejanía algunos truenos interrumpen la melodía con su acento gutural. Son mañanas que piden a gritos un café bien cargado y una sesión de mesa camilla.
Hoy toca vestirse de Yoyoba pero una pereza lluviosa cubre el teclado del ordenador que se resiste a hilvanar letras, palabras, frases y párrafos que son el andamiaje sobre el que se construye esta columna con la que me desnudo cada semana ante mis lectores. Cuando ustedes me lean ya habré conseguido despertar el teclado y habré puesto orden en las ideas que se atropellan por salir desde la punta de los dedos. Pero les confieso que ya voy por….¡la décima línea! y me siento como Lope de Vega cumpliendo el mandato de Violante mientras construye un poema en dos cuartetos y dos tercetos de arte mayor y rima consonante para explicar qué es un soneto. Ese ejercicio de transparencia literaria que ya inventó el Fénix de los ingenios en el siglo de oro me servirá como argumento si el Herr Direktor (le tomo prestado el apelativo a mi colega del domingo Juan Carlos de Manuel) me manda a paseo por esta invitación impúdica a visitar la trastienda de una columna semanal. Me enciendo un cigarrillo. Releo las 16 líneas anteriores, selecciono el texto, lo justifico (una tiene sus manías) y descarto definitivamente los temas que me había ido apuntando en las notas del teléfono móvil desde el viernes anterior.
El campo de concentración de Albatera, clandestino y olvidado, que visité por primera vez el otro día. Las palabras que hieren o acarician según quien las entone. Ese “ey, fill de puta” de Xavi Castillo que actúa como un bálsamo convirtiendo un insulto en un abrazo léxico. Como esas balas que son inofensivas sin la velocidad que les imprime el disparo. O cuál es el número ideal de palabras para que te lean más. ¿Hasta 300 o más de 1.500? Creo que estoy en un limbo con mi encargo de 500 palabras que nunca cumplo. Siete minutos de palabras compartidas quizá sea demasiado tiempo para este estriptis semanal. Otro día retomaré esas ideas que todavía aparecen pespunteadas en mi bloc de notas. O no, porque los días que vendrán traerán sus propios hilvanes y habrá que tirar de ellos.
Han pasado dos horas desde que tecleé ese “hay días que amanecen lentos”. Lo que iba a ser una columna intimista y una loa a las mesas camilla se ha convertido en un manual básico y atrevido sobre cómo construir una pieza de opinión sin opinión, la radiografía de un proceso donde nada es lo que parece. Creo que en el fondo estoy retando a mi director para ver cómo ilustra esta columna sin base, sin fuste y sin capitel. @layoyoba