Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado
VALÈNCIA. No es una comedia que se nombre mucho, pero fue una de las mejores de la década pasada. El argumento era muy sencillo. Una pareja se casaba de penalti, es decir, porque ella se había quedado embarazada. Él, estadounidense, estaba de paso por Londres. Se conocieron en un pub y el resto de semana que le quedaba a él en la ciudad se lo pasaron teniendo sexo. Con cuarenta años, ella no esperaba quedarse embarazada y ahí empieza todo, cuando da positivo.
Los guionistas, en un principio, sabían muy bien lo que estaban contando cuando el embarazo se complica y la pareja no para de recibir malas noticias. También es ahí donde se vio lo mejor y lo peor de la serie. Por el lado bueno, se atrevían con todo sin tabúes; por el malo, al final todas las situaciones tienen un alivio para el espectador, porque todo acaba saliendo bien.
Es gracioso, hoy lo mejor que han aportado las plataformas a la ficción es que, al no depender de la publicidad, los guiones no tienen autocensura en temas que el comercio considera tabúes, como el sexo y las drogas. En Gran Bretaña no es así, esta serie se emitió en Channel 4 y todos los comentarios sobre genitales, olores a los que se hace referencia y prácticas sexuales con las que se juega en el guión no tienen el más mínimo recato. Solo con eso, una serie que se limita hacer reír sin querer llevarnos a lugares muy incómodos, al no tener estúpidos recelos con el sexo, resulta muy divertida y llevadera.
Ignoro si la española Vergüenza se inspiró en esta serie o la tuvo como referencia, pero hay ciertas similitudes. Los protagonistas se meten ellos solos en situaciones patéticas en las que nos hacen experimentar genuina vergüenza ajena. Es un recurso muy británico hacer sufrir a los personajes hasta el escarnio para gozo y disfrute del espectador. Sin embargo, la versión española en este caso resultó mucho más británica y estaba llena de aristas y asperezas. No así su supuesta heredera, Poquita fe, que era excesivamente consciente de cuáles eran sus propósitos, la primera condición para no alcanzarlos.
En Catastrophe la vergüenza juega con varios clichés. Ella es una irlandesa en Londres y él un estadounidense. No hay piedad con él, su mentalidad, su forma de actuar y su rollo nice, siempre sonriente, tontorrón, para el público británico es un tentetieso sobre el que se ceban inmisericordemente. Pero el verdadero viaje estaba en ver cómo se va conociendo un matrimonio que no se conocía de nada días antes de casarse.
Aunque sea una serie con diez años de antigüedad, su mensaje sigue siendo perfectamente válido. Muestra hasta qué punto estamos todos alienados por el qué dirán, por exigencias y roles en los que es casi imposible encajar. Así, los hombres arrastran problemas sexuales hasta pasados los cuarenta, les cuesta ser fieles a sus mujeres y luchan contra la alargada sombra de la edad, que les recuerda que su tiempo está pasando.
En este sentido, hay una escena que tiene incluso la calidad de la mejor cinematografía, cuando un amigo de la pareja protagonista se separa de su mujer y por fin se puede dedicar a lo que le más le motiva, acostarse con prostitutas trans. Cuando por fin lo logra, la trans es joven y está absorta en el móvil. No se puede entablar un diálogo coherente con ella porque ese hombre ya pertenece a otra generación. Cuando el cliente se marcha de ahí, cariacontecido, siendo consciente de que está fuera, duele verlo, y eso que es una comedia.
Un problema que es incluso más grave en las mujeres. Inteligentes y trabajadoras, también luchan contra los complejos que supone ir dejando de ser sexualmente atractivas. El paso del tiempo no perdona y por mucha madurez que se tenga, al final el poso de amargura que supone estar alienado por las expectativas sociales conduce a la melancolía e incluso el patetismo.
Está perfectamente retratado el fenómeno más repugnante de la vida adulta, las comparaciones. Las parejas miden su felicidad en la desdicha de sus amigos y se envidian y se odian en una relación que graciosamente denominan amistad. Esa mezquindad cotidiana que te hace sufrir si eres menos que los demás o si los demás están mejor que tú tortura a los protagonistas de una forma deliciosa.
Al final, la complacencia con el espectador es lo que destroza la serie. En las cuatro temporadas, no se quiere incomodar demasiado y al fenómeno ya mencionado de que todo va saliendo más o menos bien, se añade un enfoque desde el mito del amor romántico que, en la actualidad y para una serie como esta, no era en absoluto necesario.
La pareja protagonista, Rob Delaney y Sharon Horgan, son también los creadores y guionistas. Se conoce que se enamoraron de sus personajes y decidieron maltratarlos solo hasta cierto punto e inclinarse más, a la hora de mantener el humor, por el equívoco. No obstante, los perfiles que trazó de empresarios fantasma arruinados, uso como arma del acoso sexual en el trabajo, gente con dinero y éxito en la vida que está profundamente deprimida y, sobre todo, un grupo de adultos en su cuarentena que ve cómo el mundo deja de pertenecerles fueron un excelente retrato del panorama que iba tomando la sociedad en la década anterior, los años 10, que supusieron una profunda catarsis sin marcha atrás posible.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame
Netflix ya parece una charcutería-carnicería de galería de alimentación de barrio de los 80 con la cantidad de contenidos que tiene dedicados a sucesos, pero si lo ponen es porque lo demanda en público. Y en ocasiones merece la pena. La segunda entrega de los monstruos de Ryan Murphy muestra las diferentes versiones que hay sobre lo sucedido en una narrativa original, aunque va perdiendo el interés en los últimos capítulos