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Carlos Pujadas, mar y montaña por herencia y por pasión

Carlos Pujadas, empresario con larga experiencia en el sector IT, fundador y presidente ejecutivo de LÃBERIT es un apasionado desde niño del mar, navega por el Mediterráneo todos los veranos, pero también se relaja en los Pirineos y saborea su amor por la montaña.

23/07/2023 - 

VALÈNCIA. ¿Cómo recuerdas los veranos de tu infancia?

Pues muy familiares, predominantemente en Benidorm, donde nos reuníamos toda la familia. Mi padrino y tío era un gran lobo de mar y salíamos siempre a navegar. Tenía una pequeña lancha que subíamos manualmente a la arena, en el puerto. Fue mejorando y acabó comprándose un velero con el que cruzábamos a las Islas Baleares.

Que belleza, desde tan joven navegar por el Mediterráneo

Sí, pero la realidad es que, aunque fueron épocas maravillosas, en las que descubrimos la naturaleza más recóndita de las islas, con todavía muchas zonas vírgenes, hubo un giro realmente dramático en mi vida: cuando yo tenía 16 años se muere mi padre y con 17 años mi tío y padrino. Un golpe realmente duro.

Difícil imaginar lo duro que es, tan joven y perder a dos referentes así. 

Absolutamente, algo muy curioso es que gracias a mi padre aprendí a amar la montaña, de pequeños nos íbamos 20 días a un hotel en los Pirineos, cada año en un pueblo diferente porque, para mi padre, las vacaciones de verdad eran ir a un hotel y que mi madre no hiciera nada. Como contraste, con mi padrino, que era un lobo de mar como he dicho, aprendí a disfrutar y conocer bien la mar. Actualmente, tengo una modesta embarcación en el Mediterráneo y una casita en los Pirineos. Aquellos bellos recuerdos de mi infancia han acabado siendo mis aficiones de verano, las he conservado y marcan parte de mi carácter. 

Y sobre tu afición al mar, ¿qué recuerdos destacarías?

Con 28 años me compré mi primer barco de vela, recuerdo que era de tercera mano y a medias con un íntimo amigo, y en ese velero de 42 pies recorrimos repetidas veces todas las islas baleares. Hubo años que embarcaba el 1 de agosto y hasta el 31 de agosto no regresaba a tierra. Y vivimos momentos maravillosos, como hacer barbacoas en acantilados inaccesibles y, sobre todo, una vez que hicimos una paella en la playa de Espalmador, algo que hoy en día sería imposible.

Otro momento inolvidable fue cuando, en aguas de Mallorca, mis hijos y yo avistamos una manada de cientos de calderones, y no dudamos en bajar del velero para flotar entre ellos con una pequeña neumática auxiliar, a remo.

Y también he tenido momentos muy duros en la mar: recuerdo un temporal que vivimos cuatro amigos, estábamos navegando por Ibiza en un viaje de buceo. Cuando nos tocaba regresar teníamos mala mar, pero decidimos hacer el Ibiza-Valencia y al cruzar los Freus el mar cambió, pero mucho. Las olas no nos permitían avanzar y al final decidimos volver a San Antonio, ahí pasamos dos noches esperando que amainara, aunque permanecía el aviso de temporal, pese a todo salimos cuando el mar estaba en calma y por la noche con un tercio del viaje recorrido comenzó la tormenta, con rayos truenos y viento in crescendo, rizamos las velas y plegamos el génova hasta se quedó como un tormentín.

Me estás generando una mezcla de intriga y tensión.

La verdad es que fue una experiencia muy dura, el viento continuó arreciando hasta que el anemómetro topó y ahí me di cuenta de que el viento era superior a 60 nudos, es decir, que superaba los 100km/h. He de reconocer que había vivido situaciones similares y en este caso la experiencia ayuda mucho. Nos vimos envueltos en una tormenta blanca con vientos huracanados, durante más de 12 horas vivimos un auténtico infierno, y yo tuve que amarrarme junto al timón para poder resistir. Es lo más cerca de la muerte que me he visto nunca, aunque finalmente arribamos a Moraira, sanos y salvos, aunque yo con hipotermia y lesión de córnea.

Pese a todo ¿sigues manteniendo tu afición por el mar y la navegación?

La verdad es que sí, cuando murió mi padrino nos quedamos sin barco y durante muchos años alquilaba veleros con amigos para mantener los clásicos viajes de verano. Y con 28 años pude comprar mi primer barco.

La muerte de un padre tan joven, ¿marca mucho tu personalidad y tu vida?

Tanto es así que con 16 años mis veranos pasaron de ser idílicos, largos y navegando, a ponerme a trabajar en un pequeño negocio familiar (parking y lavadero de coches) para sacar adelante a mi familia. Aun así, intentaba aprovechar los días de descanso y me saqué el título de patrón de yate y así luego podía alquilarme el barco y navegar.

Con el tiempo has logrado consolidar una carrera profesional en el sector IT, ¿cómo son los veranos para un empresario?

Aquellos veranos de adolescente donde trabajaba en el garaje familiar, configuraron mi carácter emprendedor y, por ello, pese a sacarme dos oposiciones y trabajar como funcionario en la Generalitat y el Ayuntamiento de Sagunto, busqué el tiempo para montar mi propia empresa y lo conseguí. En ese garaje empecé a programar con un compañero de carrera y buen amigo, y en 1992 fundamos Dimensión Informática, llegando a ser la primera empresa de sotfware de la Comunidad Valenciana, la vendimos en 2005 y ahí me compré la casa en el Pirineo para recuperar la pasión que mi padre me había inculcado en los veranos que disfrutamos juntos en la montaña. Pero actualmente, en Lãberit, hemos conseguido formar un maravilloso equipo humano de 1.000 personas, también es fruto de aquellos aprendizajes.

Una vida forjada a base de buenos ejemplos y grandes recuerdos, muchos de ellos vinculados a tus veranos. 

Me siento afortunado por haber tenido aquellos referentes, que junto a mi madre marcaron mis valores, esos que he trasladado a mis hijos y a mi empresa. Desde que mi hija cumplió 6 años, nunca ha faltado el viaje familiar de una o dos semanas navegando por las islas, es el punto de encuentro de mi pasado con el futuro de mis hijos. Y me encanta finalizar el mes de agosto en el Valle de Arán, disfrutando de los idílicos paisajes y sobre todo de las noches frescas del Pirineo, casi frías. Allí también disfruto de otra de mis grandes aficiones: el ciclismo de montaña.

¿Algún olor, sabor y color que te recuerden al verano?

Los colores sin duda el azul y el ocre de una puesta de sol en el mar. En cuanto el olor, me encanta el de la tierra mojada en el Pirineo. Y para sabores, los que inundan nuestros paladares con la maravillosa gastronomía española, pero si he rescatar uno entre mis recuerdos estivales, sería el sabor del arroz a banda que de pequeño comía con mi familia en el restaurante Bahía de Altea y, cómo no, lo que más me gusta en verano es la horchata de Alboraya, porque además yo vivo en Port Saplaya.

Ahora que mencionas tu recuerdo al arroz a banda, me consta que eres un gran aficionado a la gastronomía.

Mucho, desde hace unos años estoy en la Academia de Gastronomía de la Comunidad Valenciana, y también formo parte de una asociación gastronómica denominada Cuchara de Plata donde comparto con muy buenos amigos nuestra pasión por la gastronomía mediterránea y española, disfrutando especialmente de grandes momentos de amistad y diversión.

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