Están todos posicionándose para quitarle el puesto a Alberto Nuñéz Feijóo. Veía el otro día una foto de los miembros de la nueva ejecutiva arropando al gallego y pensaba en lo que se les podía estar pasando por la cabeza al mirarle con las retinas bañadas de emoción de cocodrilo. Mientras el presidente del PP reestructuraba su equipo de confianza los barones populares tomaban posiciones para ser los primeros en reposar la cabeza inerte de su líder en una bandeja de plata. Juanma Moreno se paseaba románticamente con la ministra Teresa Ribera; Isabel Díaz Ayuso se enrabietaba al no ser invitada a la inauguración de un trayecto en tren; Carlos Mazón se recreaba con la crítica feroz a la amnistía desde las Cortes Valencianas como si la cámara autonómica pudiese hacer algo para remediarlo.
Merece especial atención la actitud de Juanma Moreno, el presidente de Andalucía ha cimentado un oasis en el páramo de las trincheras políticas enseñando la bandera blanca, firmando un armisticio con el Gobierno de Pedro Sánchez para salvar el parque de Doñana; ha pasado de los reproches más rebeldes al ejecutivo central a darle la mano para caminar juntos en la búsqueda de una solución común. La foto en la que se veía la complicidad entre la administración nacional y la andaluza denota una estrategia de Moreno para posicionarse en una posible sucesión para liderar el Partido Popular nacional.
El talante conciliador que contrasta con el comportamiento bronco y vehemente destilado desde Madrid no es más que una forma sutil de desconcertar al personal. Ese espíritu no es casualidad, pretende enviar un mensaje alterando la estrategia dictada desde Génova y el resto de las baronías. Juanma Moreno, que se ha confirmado como un ingenioso estratega se ha dado cuenta de que para gobernar, para conquistar al electorado, es necesario aportar algo más consistente que la bronca.
Una de las palabras que más repite Iván Redondo en su 'verbolario' es la esperanza. El antiguo Rasputín de Pedro Sánchez es un obseso de predicar que la gente busca que los gobernantes les devuelvan la ilusión. Algunos de nuestros dirigentes se han olvidado de aquello que dijo Reagan sobre que los políticos no deben meterse en la vida de la gente sino protegerla. Si uno analiza la evolución y el comportamiento de las elecciones en diferentes países del globo podrá darse cuenta de que los vencedores en los comicios tienen algo en común: afrontan la campaña electoral con un mensaje positivo rebosante de esperanza. Pedro Sánchez ganó la rifa de la feria de la democracia parlamentaria (por favor, que alguien le diga a Feijóo que no estamos en un sistema presidencialista) porque a diferencia de los eslóganes demonizados del PP ha sabido calar con un discurso constructivo; “España es un país maravilloso, también puede serlo para los independentistas”, dijo en su investidura del pasado noviembre. Si Javier Milei ha ganado en Argentina ha sido gracias a los retoques de moderación a los que Mauricio Macri sometió a sus consignas; sus insultos y las reprimendas a los zurdos quedaron atrás en la segunda vuelta. La ciudadanía está curada de espanto ante los hooligans, tan depurada que generan rechazo a los votantes.
Cuando Carlos Mazón ganó las elecciones autonómicas el pasado mayo lo hizo con una inteligencia maquiavélica al fundamentar sus tesis equilibradas con una crítica optimista alejada de toda melancolía. Recuerdo cuando a un año de las elecciones las marquesinas de autobús y las vallas publicitarias se llenaron de su cara y un eslogan que decía “Sonríe que ya se van” o “Sonríe, ya viene el cambio”; era una crítica implícita a la gestión de Ximo Puig barnizada con un halo de esperanza. Quizá si hubiesen escogido un discurso mucho más duro y sin dejar cabida a la construcción de un relato alentador la suerte de hace unos meses habría sido diferente y Ximo Puig seguiría gobernando.
Le vendría bien a Carlos Mazón recuperar ese halo del pasado, talante conciliador que es el que puede dominar la política en los próximos años. Ha demostrado tener la capacidad para llegar a consensos, pero vistas sus últimas intervenciones, creo que va a optar por la estrategia rezagada e invasiva de ejercer una oposición frontal a todo lo que venga de Pedro Sánchez; sabe que actualmente no tiene a nadie delante en las Cortes Valencianas que le haga frente y necesita los estímulos de la política nacional, circo contaminado por la ira que será la perdición de Alberto Nuñez Feijóo.
El presidente de la Generalitat Valenciana y el resto de los barones deben estar atentos en acertar en sus posicionamientos con las corrientes procedentes del río revuelto de Génova.