ELCHE. Carlos García (Alicante, 1975) es psicólogo psicoanalista de profesión, pero hace nueve años se sometió a un reto. Alguien le propuso pintar un cuadro en un año. Esa apuesta no solo le sirvió para descubrir primero una manera de meditar, sino que después también vio en la pintura una forma de manejar su mundo interno. “Me enseñaba caminos”, afirma el artista, que en la consulta escucha las palabras de otros para desnudarlas y confrontarlas frente al paciente, mientras que en el taller plasma las suyas en el lienzo para abordar su propia terapia. Primero lo hizo con el óleo y después se pasó a la acuarela para contar pequeñas historias que vienen a darle sentido a su existencia, tratando de hacer de lo oscuro algo luminoso. Fragmentos de su vida unidos con la argamasa del deseo de pintar, creando su particular trencadís. Esa técnica que popularizó el arquitecto modernista catalán Antoni Gaudí es la que da título a la muestra que ahora lleva el alicantino a la sala de exposiciones de la antigua capilla de la Orden Tercera Franciscana de Elche, del 24 de enero al 25 de febrero, con el hilo conductor de su proceso creativo y vital.
— El trencadís hace referencia a una especie de mosaico cerámico, pero tu técnica artística es la acuarela. ¿Haces una alegoría de la recopilación de pequeños fragmentos de tu vida, como si fuera un trencadís, pero con la acuarela?
— Se titula Trencadís por varias cuestiones. Efectivamente, se trata de un concepto que hace referencia a lo fragmentario, a los retales que se reúnen a través de una argamasa, que para mí fue el deseo de pintar, el cual se despertó de repente en mi vida y me arrolló por completo, descubriendo partes de mí que no sabía que existían.
El concepto de lo fragmentario me remite también a su contrario. Frente a lo unitario, a la coherencia que pretendemos lograr en nuestro psiquismo, esas historias que nos dan una supuesta coherencia, encontramos que la realidad es otra: somos fragmentos. Es decir, que estamos rotos y cualquier intento de reunión coherente de esos fragmentos es solo un espejismo. En este caso, el trencadís no pretende esconder su naturaleza rota, sino mostrarla presentándose roto y a la vez hermoso. Esa es una valentía con la que me identifico.
Por otro lado, el título es un guiño a la relación con un buen amigo y colega psicoanalista. Una relación que se fue tejiendo ligada, precisamente, al concepto de trencadís, con la lectura del libro Trencadís. Guadianas psicoanalíticas (NC Ediciones, 2010), de Víctor Korman. La relación maestro-alumno se fue transformando en una estrecha amistad. Además, el título también se debe a que soy un declarado enamorado de la obra de Gaudí.
— La muestra no solo recoge tu evolución pictórica, sino que en ella también haces un recorrido vital y, por tanto, expones tu intimidad, también en forma de poemas...
— En mis acuarelas comparto mis reflexiones, pensamientos, sentires, recuerdos, etcétera, que se producen durante el proceso creativo. Pintar es un acto solitario y, en los silencios, uno se encuentra irremediablemente consigo mismo, con sus abismos y sus fantasmas. Además, en la acuarela, el agua te confronta porque es impredecible. Te hace preguntas y, de vez en cuando, en interacción con ella, se producen algunas respuestas que, de una manera sencilla, remiten a cosas verdaderamente trascendentes si uno sabe leer entre líneas. Me parecía un desperdicio dejar fuera estos aspectos, así que también lo complemento y los comparto en forma de pequeños textos y poemas.
— Es habitual que a un artista le cueste dar por concluida una obra. Hay cierto inconformismo en el proceso creativo. En tu caso, esta es una colección de la que te sientes particularmente satisfecho...
— Se trata de un resultado del que me siento orgulloso porque me veo en él. Me reconozco en cada uno de sus rincones. Puedo ver mi propio proceso en las piezas, tanto en lo pictórico como en lo personal. Se trata de obras que han supuesto giros, saltos cuánticos, conquistas, comprensiones. Miro mis obras y me gustan. Eso es algo que, para alguien tan exigente como yo, no es fácil.
— En ese recorrido vital que muestras, ¿qué momentos has escogido y por qué?, ¿cómo has hecho esa selección y qué querías contar con ello al público?
— La muestra cuenta con unas 25 pinturas y otras tantas piezas si hablamos de poemas, textos y videoprocesos. La exposición consiste en mucho más que las pinturas. Es un ambiente, un espacio casi onírico que evoca lo emocional, el recuerdo, etcétera. Las obras son pequeños momentos que han jalonado mi progreso artístico, que han supuesto de alguna manera momentos de entendimiento o de comprensión, saltos, etcétera. Voy incluyendo en la metamorfosis constante de la muestra nuevos elementos. Cosas que voy haciendo y que me gustan. De esta manera, la exposición ha ido puliéndose hasta este momento de madurez.
— Has actualizado la muestra, que ya se ha podido ver en otras salas. ¿Son obras nuevas? Es decir, ¿continúa creciendo? ¿es una colección que sigue viva?
— Trencadís es un ente vivo que metamorfosea. Ninguna es igual. Más del 50% de esta muestra es obra nueva, que he ido incorporando a medida que yo mismo voy cambiando. He mantenido el nombre de Trencadís como un tronco común, como concepto que voy madurando y cambiando, pero las ramas son cada vez distintas. Ese es mi interés, la metamorfosis. “Todo hombre herido está formado a una metamorfosis”, dijo Kafka.
— Trencadís se compone de un conjunto de acuarelas que van desde el retrato hasta el paisaje, la mayoría de ellas inéditas. ¿Pertenecen todas a la misma colección o serie?
— Si el concepto es lo fragmentario, las obras son los destilados de mi trabajo como consecuencias de un proceso evolutivo y de aprendizaje. Van del retrato al paisaje porque precisamente esas han sido mis dos inquietudes. Por un lado, lo humano, el retrato, las historias, las personas… y, por otro lado, la crudeza de la naturaleza, lo salvaje. Aunque en un futuro me planteo presentar series o colecciones, en este momento, el hilo conductor ha sido mi propio proceso. Mi recorrido.
— Retrato de mujer es la pieza protagonista, conformando el cartel de la muestra ¿cuál es la intrahistoria de esa acuarela?
— En esta muestra enseño mis “cariños” y no podría elegir entre mis hijos, pero supongo que la obra que encabeza el cartel es icónica porque, a nivel pictórico, fue para mí un salto importante. Sin embargo, también hay varios paisajes como, por ejemplo Charca entre vegetación, Luz y aguas cristalinas o Río entre rocas, que he mantenido invariantes en Trencadís porque, en el fondo, considero que son esenciales.
Me gustan todas. De lo contrario, no estarían. No hay relleno en esta presentación. Precisamente por eso, no voy a vender obra. Forman parte de mi colección, de la que de momento no voy a desprenderme. Sí hay otra parte de mi obra que vendo y que está a disposición.
— Empezaste a emplearte en esta técnica artística hace relativamente poco. ¿Qué te llevó a la práctica artística ?
— Yo pintaba de pequeño, pero dejé de hacerlo. A veces, las palabras del otro tienen demasiado peso. No me olvido ni me canso de agradecer a mi buen amigo Rafa Serrano, quien me invitó a ir un día a su modesto taller, para ver si pintaba un cuadro en un año. Aquí estoy, nueve años después, habiendo descubierto todo un universo apasionante y habiendo pintado cientos de acuarelas. Ocurrió justo tras el nacimiento de mi segundo hijo. Tuve mis primeros contactos con el óleo en ese momento, pero conocer la obra de Manolo Jiménez me conectó con las sensaciones de la acuarela, que fue para mí un reto y un estímulo.
La pintura fue primero una manera de meditar, de alejarme del pensamiento y practicar la presencia pura en la pincelada. Sin embargo, poco a poco me di cuenta de que pintar me ayudaba a manejar mi mundo interno. Me enseñaba caminos. El arte, como las palabras, es una manera de hacer, con el vacío, esa extraña presencia que nos habita. Para mí, pintar es contar pequeñas historias que de alguna manera vienen a dar sentido a mi existencia, tratando de hacer de lo oscuro algo luminoso.
¿Qué te llevo a la acuarela? Has citado a Manolo Jiménez...
Podría dar muchas respuestas. Por un lado, porque la acuarela no es fácil. No es para cualquiera. Te reta y te pone a prueba, y a mí me va ese reto. No es para cobardes. Lo escrito, escrito queda, pues cada pincelada ya ha dejado huella, como la vida misma. Apenas hay posibilidad de enmendar o corregir y, cuando lo intentas, siempre es peor. Tan solo queda aceptar que las decisiones tienen consecuencias, que los errores pueden ser oportunidades y que lo mejor siempre es dejarse llevar, asumir lo espontáneo y ponerse a favor de la fuerza del agua, que inexorablemente se abre camino.
Se trata de un ejercicio constante de humildad, porque no hay control posible ni tregua. Desde los primeros compases entendí que la naturaleza imparable del agua me planteaba cuestiones que me venían al dedo para trabajar mis propios fantasmas. Me ha hecho trabajar mis oscuridades y, claro… yo soy psicoanalista. No concibo otra forma de vivir que la de confrontar conmigo mismo.
— ¿Qué es lo que te inspira y por dónde crees que pueden llevarte esos caminos en el futuro?
Mi gran obsesión es capturar la luz. Al fin y al cabo, pintar es pintar la luz. Me fascina la luz, así que busco constantemente capturar su comportamiento sobre las cosas. Intento captar la atmósfera, la sensación intima que me produce cada paisaje, retrato o escena, y contar su pequeña historia. El agua y sus reflejos, la naturaleza unas veces exuberante y otras árida y despiadada, son motivos en los que me apoyo para realizar cada vez ese viaje en la oscuridad para hacer salir la luz. Todas mis obras son el resultado de la curiosidad y la pasión, del deseo de conquistar aquello que me produce interés en cada momento. Nunca sé cómo llegaré a hacerlo, pero sí sé que lo haré.
Intento constantemente atrapar las sensaciones que me producen esos paisajes. Quizás los caminos futuros tienen que ver con capturar sensaciones e impresiones. Desmarcarme un poco de la línea, de lo figurativo realista. Por otro lado, en el paisaje he explorado sobre todo el agua y sus fenómenos. He tratado de comprender qué sucede con los fenómenos acuáticos, los fondos, los distintos estados del agua, los fenómenos de superficie, reflejos, etcétera. Ese ha sido otro punto de interés: tratar de que el agua pueda tocarse, sentirse, olerse y, aunque ya sabemos que eso es una quimera, el resultado de mi empeño tiene las consecuencias que voy a mostrar.