El Partido Popular pudo haber sufrido esta semana otro pequeño tsunamí de haberse presentado las dos mociones de censura que se estudiaron contra sus alcaldes en Orihuela y en Benidorm, Emilio Bascuñana y Toni Pérez, respectivamente. El PSPV intentó en ambas ciudades el efecto Pedro Sánchez, pero no se han dado las condiciones de excepcecionalidad -ni el tiempo ni el convencimiento de todos los agentes implicados- para que ambas operaciones surtieran a efecto.
Fueron más faroles que otra cosa lo que se puso encima de la mesa porque, a diferencia de lo que pasó en el Congreso de los Diputados, ni en Benidorm ni en Orihuela la izquierda tiene suficientes números y, por tanto, había que convencer a Ciudadanos, que, pese a su pérdida de protagonismo en los últimos meses, vive instalado en el tacticismo de no no mover ninguna ficha y que sea el pueblo, en mayo de 2019, qué decida quién debe ser la fuerza hegemónica del centro-derecha, o ellos, o el PP.
En Benidorm faltó, además de convencer a Ciudadanos, un verdadero programa de gobierno. El líder socialista, Rubén Martínez, que con el anuncio, por lo menos, ha demostrado tener algo de iniciativa -si la hubiera tenido antes para apartar a Agustín Navarro, hoy tendría un panorama mejor-. Y de tener programa de gobierno y algo más de tiempo, posiblemente hubiera acongojado más al PP benidormí. Con la sentencia de Gürtel y la referencia a la famosa a la cena pagada por la trama no bastaba, según recoge el fallo judicial que se ha llevado por delante a Rajoy. Se ha demostrado: Benidorm es una sociedad poco proclive a los cambios -el negoci sigue pesando mucho- y para hacer el voto de censura, Martínez necesitaba el concurso de Gema Amor y de Ciudadanos por igual, visto que no había despecho alguno al que sumar.
Así que una vez fracasada la operación, se ha demostrado que el no también es gestionable al día siguiente. Por ejemplo, Gema Amor no perdió ni un minuto en ser la protagonista del no: fue ella, y no Ciudadanos, la que se adelantó a los acontecimientos y aguó la fiesta a Martínez. Ciudadanos ya llegó tarde. No ha pasado nada, pudo pasar. El PP lo interiorizó y queda demostrado que de volver a una corporación fragmentada, los populares son lo que más tienen que perder. Ahora bien, el aspirante socialista debe mostrar más determinación para un cambio de esta envergadura, una vez que el efecto Leopoldo Bernabeu se esfume el próximo mandato.
En Orihuela pasó algo parecido. La izquierda -PSOE y Podemos- lo tenían claro, pero sólo suman 10 de 25. Necesitaban a Ciudadanos. Y la formación liderada por Juan Ignacio López-Bas, sabedora de los líos que vive el PP oriolano, con un alcalde que tiene precio por parte de la dirección de su partido, ha preferido esperar a que el también conservador voto oriolano dé una oportunidad al cambio tranquilo. Falta por ver si hay madurez suficiente para ver si eso produce. O vuelve a ser el PP, con una escoba de cartel, vuelve a ganar por inercia. Con las peores crisis económica y política -de la ciudad- se ha quedado a uno y dos concejales de la mayoría absoluta. Es decir, a poco que el PP acierte puede tener fácil ganar. Gobernar es otra cuestión.
Al igual que su compañero Rubén Martínez, la lideresa socialista oriolana, Carolina Gracia, ha buscado un golpe de efecto sin Gürtel de por medio. Gracia pide decencia ante el guerracivilismo popular de querer apartar a un alcalde bajo el error que cometen los suyos de dividir entre buenos y malos. El análisis debe ser más amplio. ¿El malo es Bascuñana? ¿Sólo Bascuñana? ¿Y el bando de Eva Ortiz? ¿Y Dámaso? En el PP se ha cometido el error de querer matar un alcalde reduciéndolo todo a afinidades y deslealtades.
La visión debe ser más amplia: el PP ha pasado en Orihuela por situaciones peores que la actual y lo ha solventado cambiando caras de cromos sin atajar el problema de raíz: sigue sin haber transparencia en determinadas cuestiones y la democracia interna es un pulso por tener más afiliados como quien cuenta cabezas de ganado. Hasta las primarias del PP entre Casado y Soraya han demostrado que el PP es otra cosa, que la dirección provincial no acaba solventar. Es más, sigue contribuyendo al debate entre buenos y malos, entre filias y fobias, que se hacen la puñeta por la espalda o generan sospechosas alianzas en los juzgados.
El panorama puede cambiar con un Ciudadanos fuerte, y la posibilidad de que una suma con el PSOE les puede desplazar. Mientras eso no vea, el PP no debe tratar Orihuela como el patio de su casa. El electorado lanza avisos, y en el 2011 ya se dio la combinación mágica para pasar a la oposición. Esta vez, la moción ha sido un farol, pero en 2019 puede ser real. El multipartidismo ha llegado para quedarse, al menos, por un tiempo largo. Y eso mismo es aplicable a otras tantas instituciones, y, visto lo visto, todo puede cambiar por momentos, de ahí que los análisis y las reflexiones deben ser de mayor calado.