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SILLÓN OREJERO

'Yo, comandante de Auschwitz', las memorias del protagonista de 'La zona de interés' 

VALÈNCIA. Se hace cansino convivir con una cartelera en la que todas las películas son obras maestras. Tal vez la crítica debería hacérselo mirar. Como toquen un tema histórico especialmente sangriento, la probabilidad de que sean obras maestras tiende a uno. Encima, como hay redes, el público entra en tropel gritando ¡obra maestra! ¡obra maestra! Y el efecto es desasosegante. En este caso, no se puede decir que sea una película mediocre, como la laureada La sociedad de la nieve (salvada por el chiste de Pantomima Full, solo por eso ha merecido la pena), pero esta es una más. Y van muchas.

Lo que no quiere decir que sea inútil. Aproximarse a la figura de Rudolf Höss tiene un interés histórico. Para empezar, porque es un nazi del que tenemos unas memorias, Yo, comandante de Auschwitz (Arzalia, 2022) las cuales fueron escritas durante el año que pasó en prisión antes de ser ejecutado en el patio contiguo del que fuera el horno crematorio de Auschwitz. En ese texto, se reconoció culpable –de la muerte de un millón de personas- pero recurrió a la figura de la obediencia debida, solo cumplía órdenes. 


El primer dato de interés en el libro lo tenemos por una alusión a los españoles. Concretamente a los de Mauthausen, de los que dice que se dividieron en dos grupos “fuertemente hostiles”. Pero no es un cliché debido a nuestra tan cacareada naturaleza cainita, sino un plan preconcebido por la lógica de la organización de ese tipo de instalaciones: “En los campos de concentración, la propia administración sostiene y fomenta esas rivalidades, llegando hasta introducir discrepancias raciales y de categorías, además de las políticas. De esta manera se trataba de impedir una cohesión demasiado estrecha entre los reclusos que, de prosperar, no le hubiera permitido dominar a esos millares de presos”. 

En cuanto a las políticas franquistas, se confirma lo ya conocido. En un anexo, cuando explica las dificultades que se encontraron en la segunda mitad de la guerra para seguir localizando, deteniendo y exterminando judíos, menciona el caso español. 

Eichmann era el que lideraba las operaciones y negociaba con los gobiernos húngaro, búlgaro y rumano, que si bien no estaban en contra, tenían sus exigencias. En Italia estaban teniendo serios problemas por la oposición del Vaticano y la casa real, además de “todos los enemigos de Mussolini” y, en la península ibérica, dice: “En última línea venía España. Algunos medios influyentes se habían acercado a los representantes del Reich expresando su deseo de ser liberados de judíos, pero Franco y sus círculos allegados se oponían a tales medidas. Eichman no creía que la extradición pudiera tener lugar”. 

Sobre su cometido, los meandros son dignos de leerse. Dice que no estaba de acuerdo con la arbitrariedad con la que se fijaban los plazos de internamiento, pero al prestar servicio en un campo de concentración tenía que “aceptar las ideas y las normas allí vigentes”, aunque “sin perder la esperanza de encontrar, algún día, otro empleo”. Y remata: “me había sometido a lo inevitable, pero no deseaba permanecer indiferente al sufrimiento humano. Siempre experimenté esos sentimientos y, aún así, admito que la mayoría de las veces no los tuve en cuenta, porque no me estaba permitido ser blando. Así pues, para que no me acusaran de débil, quise hacerme el duro”. 

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