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‘Chamanes eléctricos en la fiesta del sol’, un refugio cataclísmico de Mónica Ojeda

Anclados todavía a la falsa creencia de los cinco sentidos, la mayoría, ignorantes de lo que supone no contar con alguno de los sensores biológicos con los que nos ha equipado la evolución, vive sus días dando por supuesto lo que es realmente asombroso: los seres vivos, configuraciones de la materia animadas, somos, según algunos, el universo percibiéndose a sí mismo. Lejos de la euforia new age, esto tiene un alto porcentaje de verdad: lo vivo, a escala infinitesimal, no se diferencia en nada de lo inanimado. El Dr. Manhattan de Watchmen, en su artística omnisciencia, lo tenía claro: para él lo vivo no era más  especial que las derivas geológicas de un planeta inerte como Marte. Para nosotros sin encargo, que no conocemos otra cosa que ser y saberlo —y está consciencia no es necesariamente positiva—, lo vivo forma parte de una categoría especial. Es cierto que luego, en el día a día, no lo demostramos: si bien son solo unos pocos los que matan (a congéneres), no es que a los demás nos resulte este hecho algo insoportable. 

Nos hemos acostumbrado, se podría decir, para sobrevivir sin trastornamos. O bien, siendo sinceros, llevamos conviviendo con la aniquilación del otro desde que nuestra capacidad para confirmar grupos numerosos de individuos nos permitió extinguir a otras ramas de homínidos que durante mucho tiempo convivieron con el Homo sapiens, que ahora es el único en su piso del árbol de la vida, pero que en épocas pretéritas, era un producto de la evolución muy similar a otros. No es cuestión de ser negativo, como se suele decir. Es solo nuestra historia. Retomando la cuestión de los sentidos, sentimos devoción por la vista, nuestra herramienta principal: en comparación con otros animales, nuestra vista es bastante competente en términos de nitidez, profundidad, o cromatismo, pese a que —está bien documentado— el olfato es el gran motor de los recuerdos, el tacto los proporciona una enorme cantidad de información en su gran despliegue de la piel, y el oído nos induce estados de ánimo hasta el punto de ser capaz de modificar por completo todo nuestro aparataje emocional. 

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