La semana pasada Alicante batió récords con el atraque de dos cruceros, 10.000 turistas entre ambos, que se supone que repercutieron en la economía de la ciudad en 600.000 euros. Se supone: son datos oficiales del Ayuntamiento y del área de turismo, y que en este lote van los 2,7 euros que cuesta el ascensor al Castillo. Habría que ver el detalle: a los que les cayó el gordo de esta lotería fue a los puestos de una especie de mercadillo medieval en el citado Castillo de Santa Bárbara que se resumió en un par de tenderetes de comida y no más de cuatro de artesanía. “Ponen más en La Explanada que en el Castillo...un desperdicio de oportunidad”, me comenta una persona que pasaba por allí y que es extremadamente observadora.
De igual modo habría que analizar con lupa la previsión de 30 millones de euros que según la Concejalía de Turismo van a dejar los cruceros a lo largo de 2023. Habría que deducir de ese importe los gastos que generan las hordas de cruceristas en lo que respecta a servicios públicos, desde el consume de agua (10.000 personas entrando y saliendo de los wc) hasta la seguridad ciudadana, pasando por la limpieza. De 9 de la mañana a 6 de la tarde. No se trata de ponerse un talibán, a la manera de Ada Colau, pero en algún momento habrá que pulir y reflexionar sobre el modelo turístico de la Costa Blanca (Benidorm, Torrevieja...además de la capital de la provincia) si no queremos rozar el modelo Magaluf: que nadie quiere eso. Unamos el grave proceso de gentrificación que se produce en el centro de Alicante, con especial incidencia en el Casco Antiguo; no hay más que contar los establecimientos comerciales existentes (panadería, tiendas de barrio...): cero patatero. Baretos, litronas y ruido. Por el día, un desierto, salvo un puñado de restaurantes en el entorno de la con-catedral y en la calle Labradores.
Yo antes, mea culpa, creía que las hordas de turistas, los récords del aeropuerto Alicante-Elche (casi 2 millones de pasajeros en 2022), los índices de ocupación hotelera en Benidorm, siempre en crecimiento exponencial (pongamos paréntesis con la pandemia), generaban riqueza para la provincia y para el conjunto de PIB de la Comunidad Valenciana, un 15%. Y posiblemente eso sea bueno aunque habrá que empezar a meditar en los límites y en las fronteras. Hace un mes aproximadamente el nuevo ministro de Industria, Comercio y Turismo, Héctor Gómez, se planteaba en un foro en Benidorm (Congreso Digital Tourist) en la necesidad de incidir en la calidad de empleo que genera el turismo, no sólo en la cantidad. Bingo. No es lo mismo una “kelly” explotada por 700 euros al mes, con un supuesto contrato parcial, que otra que cobra como dios manda y con elevadores automáticos para no deslomarse haciendo camas. Exportemos el mismo ejemplo a la legión de camareros, fijos discontinuos en no pocas ocasiones, que se “benefician” en el sector. O recepcionistas cualificados y plurilingües. O guías turísticos. O...