VALÈNCIA.
À. Sí, es el título del párrafo. Lo repito: À.
Si analizamos los acontecimientos ocurridos en los últimos 30 años, se puede afirmar que en València sólo creemos en el “sentido de la historia” cuando el futuro previsible parece favorecer nuestros intereses. Y como nos hemos resignado a la creciente asimetría del mundo, acabamos siempre falsificando las medidas a nuestro favor, para sacar tajada. Material, por supuesto. No les pongo un ejemplo porque no pienso hablar de la o el À., pero sí les escenifico otra consecuencia en forma de anécdota: un amigo bastante tosco lleva varios meses dando clases de cata para ponerse a la altura de las circunstancias (sí, se acaba de separar) y por fin quedamos, delante de una botella de vino, para que desplegara sus conocimientos con público. Después de paladear largamente el contenido de la copa nos hizo saber su conclusión organoléptica: “És molt negre, el fill de puta!”. Wunderbar.
Por eso poca gente en esta ciudad llora por sentimiento: aquí se llora de rabia, de envidia, por impotencia, por desesperación. Sorpresa: la semana pasada una amiga me confesó que había llorado. Había acudido al Centre del Carme a asistir a una reflexión sobre el hoy y la pérdida de esa dimensión sacra y ritual, componente fundamentalísimo de toda comunidad: la memoria. Vio que solamente habían acudido dieciséis personas (ella no era amiga, ni familiar ni estaba vinculada a nada más que al arte) y le brotaron las lágrimas a los ojos.
Atribúyanlo a la astenia primaveral, al climaterio y sus traiciones hormonales, pero también creo que dentro de la iniciativa FOTOGRÁFICA, la instalación de Consorci de Museus en colaboración con el MuVIM, del conocido director de teatro y escenógrafo Giancarlo Cauteruccio, era digna de piedad y llanto. Lloremos: donde no va Vicente, no va la gente.