ALICANTE. Este año se cumple el centenario del nacimiento de la arqueóloga sueca Solveig Nordström, fallecida hace dos años. Como homenaje a su figura quiero recordar en estas líneas la tarde que tuve el privilegio de conocerla personalmente.
La primera vez que supe de la Sra. Nordström fue por Enrique Llobregat, director del Museo Arqueológico Provincial, ubicado entonces en la planta baja de la Diputación. Como es sabido, a principios de siglo se trasladó al antiguo Hospital Provincial, pasando a denominarse MARQ.
Conocí a Llobregat cuando era profesor de Historia el año que cursé 1º de Filosofía y Letras en el neonato CEU de Alicante, justo el anterior de decantarme por Medicina. Impartía las clases de forma muy didáctica y eso fue la llama que me inculcó la pasión por la historia y la arqueología. Como al finalizar las clases solía dirigirme a él para formularle preguntas sobre el tema que acababa de dar, fue naciendo entre nosotros una amistad que se prolongó durante muchos años.
En una de las jornadas veraniegas en las que me uní a sus excavaciones de los Baños de la Reina de El Campello (las primeras veces más que ayudar trataba de evitar romper alguna sigillata), le vino a la mente en un alto de los trabajos el nombre de Solveig Nordström. Me contó con su peculiar gracejo y hablar casi entrecortado, que en ocasiones le aparecía pues pensaba deprisa, el valiente acto que protagonizó Nordström una década antes.
Aconteció a principios de los sesenta, en pleno boom turístico y de especulación urbanística, cuando impidió que fuera destruido el Tossal de Manises —donde se localiza Lucentum, el antiguo Alicante— para levantar bloques de viviendas. Completó su semblanza sobre ella destacando que desarrolló una importante labor de investigación en la provincia y que él le profesaba una gran admiración.
Casualmente, varios años después, charlando un día con mi colega galeno Francisco Verdú salió a colación y me comentó que la conocía. Me aclaró que como su padre era fotógrafo del museo y que desde niño solía acompañarlo, poco a poco, se fue despertando en él su interés por el mundo antiguo. Me explicó que una de las veces que se encontraba en el recinto se topó con ella y le preguntó sobre una escultura que estaba observando en ese momento. Estos encuentros se fueron repitiendo y con el paso del tiempo surgió un mutuo aprecio que se prolongó hasta que falleció ella.