El Partido Popular mira a la Comunitat Valenciana desde Extremadura. Saben que, más allá del paripé presupuestario, Vox acabará cediendo para investir a María Guardiola. La costumbre es siempre sustitutiva de derecho, y en la formación conservadora conocen de buena tinta la tendencia de los de Abascal a dar siempre su brazo a torcer.
Si han sido un socio sumiso a la hora de investir a un nuevo presidente en la Generalitat Valenciana, Extremadura no será la excepción. Especialmente por la anomalía que representa la situación en el Gobierno de la Comunitat. Tras un rosario de comisiones judiciales, parlamentarias y mediáticas que han evidenciado una preocupante incompetencia, Vox no ha hecho nada mejor que decir "sí, bwana". Han actuado como si habitaran una realidad cotidiana, ajena a la desdichada catástrofe de la DANA.
Es evidente que la izquierda ha querido explotar la tragedia, pero su detonación ha sido tan descontrolada que les ha terminado explotando a ellos mismos. Sin embargo, se ha acreditado que algunos equipos al frente del Gobierno de Mazón —y los heredados por Pérez Llorca— estaban llenos de incompetentes. Aunque se han "refrescado" nombres en las consellerias, como el de un José Antonio Rovira a quien han desplazado a los números de Hacienda donde se siente de verdad cómodo, no alcanzo a comprender rescates salvavidas como el de Ruth Merino. Resulta llamativo que una funcionaria de carrera, en lugar de volver a su plaza, prefiera seguir en política tras ser degradada a una secretaría autonómica. En los cargos de confianza se vive muy bien; la entiendo perfectamente.
Aunque Vox intenta proyectar la imagen de ser el "dóberman" de la derecha, las filias congénitas de haber formado parte de la camada del PP siguen traicionando su conciencia. Admiro su sentido de la responsabilidad en lo referente a la Comunitat Valenciana; sin embargo, tendrían que haber forzado más la máquina. Ya advertí en su día que no entendía tanta demora para alcanzar un acuerdo con el PP si al final iban a ceder de forma blanda.
Vistos los acontecimientos de las últimas semanas, donde ha quedado acreditado el nivel de la "tropa" elegida para el anterior Consell, no hubiese sido descabellado forzar elecciones autonómicas. Unos comicios en los que, por cierto, Vox habría salido reforzado y en los que la izquierda difícilmente habría alcanzado la orilla de la victoria, lastrada por los escándalos que afectan al PSOE y el "bluf" que representa Diana Morant.
Este recelo institucional ante una crisis me recuerda a la situación de Volodímir Zelenski, parapetado en el poder bajo el argumento de que unas urnas serían el tiro de gracia para el país. Conviene recordar que, en 1944, Estados Unidos celebró elecciones presidenciales en plena Segunda Guerra Mundial. Esos remilgos estatalistas son, en ocasiones, la mejor excusa para el inmovilismo.
Algo me hace pensar que María Guardiola no es de la cuerda de Alberto Núñez Feijóo. Desde Génova sabían que convocar elecciones en el mejor momento demoscópico de Vox era un suicidio para los intereses de la presidenta extremeña. Quizá el deseo de Guardiola de esconder al aparato nacional durante la campaña no era más que una proyección de la propia ilusión de Feijóo: deshacerse de ella para poner a un candidato de su confianza. No olviden que la actual presidenta extremeña fue elegida en los tiempos en los que la sombra de Teodoro García Egea dominaba la estructura del partido; la misma mano que designó a Mazón, muy a pesar de la dirección actual.