Antes era todo diferente, no quiero decir que fuera mejor o peor, pero si había ciertos respetos humanos, determinados decoros que hoy en día parecen haberse volado con los tiempos posmodernos que vivimos. Nueva cocción que ha enfriado todo a su paso, congelado las entrañas de unos y de otros volviendo frívolo el ambiente. Bajando tanto la temperatura que se hace insoportable, incómodo estar en las estancias de determinados entornos cafeteros o de camarilla. Si antes determinadas acciones o gestiones hubiesen tenido como consecuencia el repudio público o el olvido de todo tipo de alarde institucional, ahora se justifican ciertas alabanzas a nuestros gobernantes a palmadas de sus acólitos. Un gobierno de España tan en el ojo del huracán del escándalo no podría sacar tanto pecho como lo hace si mantuviéramos los reparos añejos. Carlos Mazón sería tratado de una forma más austera si se le exigiesen unas mínimas responsabilidades.
No di crédito la pasada semana cuando al president de la Generalitat Valenciana se le ofreció un mosaico de odas en un acto en una ciudad de la Comunitat. Mientras se enzarzan unos y otros en verificar de quién fue la culpa del desastre, o más bien, de no haber tenido una reacción a la altura de las circunstancias, los damnificados siguen viviendo debajo del barro. Olvidamos muy pronto, o esa es mi impresión. De respetar lo sucedido, de tener el decoro que hemos perdido con el trajín de esta sociedad del vacío que decía Lipotevsky, las cosas se harían de otra forma. Más que la era inocua vivimos en la era de un vacío congelado por la apariencia en la que no existen las consecuencias de los actos. Mejor dicho, se amortiguan o se estimulan esas circunstancias para el propio beneficio de determinados interesados, se ha despojado de nuestro ser la serenidad. Los que atacaron o amenazaron hace unos días a Carlos Mazón están igual de descolocados que los que tienen el cuajo de aplaudirle en unas circunstancias como las vividas. En cualquier otro lugar seguramente no solo no se le aplaudiría por mantener los niveles de acción-recompensa que debe tener la política (¿si alabamos al que lo hace mal qué mérito tendrá aplaudir al que ha acertado?) sino que ya no sería él el que diese los discursos. En el ambiente valenciano que calienta nuestra sangre enfriando los instintos afectivos no estamos calibrando el impacto de lo ocurrido. En la mayoría de los casos se debe apagar la euforia, de los que insinúan que a Mazón le dan igual las víctimas y de los que han corrido un tupido velo ignorando el calibre de lo ocurrido.
No sé si nos estarán viendo, a lo mejor en Madrid no somos más que unos desamparados como lo fueron en Canarias hace unos años, algo me dice que lo nuestro ha trascendido a más escalas, quizá porque no nos separa del resto de regiones el mar atlántico; el océano que nos limita lo han erosionado las propias circunstancias. El caso es que los que estén viendo la actitud de nuestra camarilla socio-política se quedarán helados ante las ingentes dosis de frivolidad. Tenemos a un gobierno de la Generalitat que es ovacionado allá por donde va sin saber muy bien porque se le aplaude. Una oposición hiperventilada más pendiente de sacar rédito político que de solucionar el problema; saben que de consumarse la reconstrucción habrá alguna posibilidad de que Mazón siga como presidente en 2027. Cual abogado del diablo intentan que no haya redención posible para la Generalitat, quieren que el caballero blanco Gan Pampols se caiga del caballo pero sin conversión. En alardes mesiánicos, sin guardar ningún tipo de respeto a lo sucedido, el otro día convirtieron la moción de censura a Carlos Mazón en un coro de berridos, de gritos, transformado las Cortes Valencianas en la guardería más grande de la región.
No aplaudan a Mazón, pero déjenle trabajar y por lo menos hagan algo.