Opinión

Opinión

BITÁCORA DE UN MUNDO REINVENTADO

¿Está loco este hombre?

Publicado: 25/04/2025 ·06:00
Actualizado: 25/04/2025 · 06:00
  • El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Suscríbe al canal de whatsapp

Suscríbete al canal de Whatsapp

Siempre al día de las últimas noticias

Suscríbe nuestro newsletter

Suscríbete nuestro newsletter

Siempre al día de las últimas noticias

Desde que Donald Trump empezó a copar todas las cabeceras de los telediarios, esta es la pregunta de moda. Suena tanto que está a punto de convertirse en una música de fondo, pero no oigo a nadie que lo afirme, porque salta a la vista que no lo está. A los locos, no me canso de decirlo, hay que disociarlos de las malas personas. Quien sí lo fue, un loco, y además un loco de película, fue el genial John Nash, premiado con un Nobel y una esquizofrenia. Russell Crowe encarnó su tragedia en Una mente maravillosa.

Es curioso que un mercachifle narcisista como el presidente americano parezca un enfermo y que, alguien realmente enfermo como fue Nash, obsequiara a la humanidad con las bases teóricas de la economía cooperativa. Demostró matemáticamente que, para ganar, no es preciso que los demás pierdan o, dicho de otro modo: que las decisiones unilaterales ponen en desventaja a quien las practica. Sus teorías sobre el juego revolucionaron la toma de decisiones en economía y otras ciencias sociales, mostrando cómo los individuos pueden responder racionalmente a las acciones de otros; ojalá Trump hubiera leído a Nash. Ojalá Trump leyera alguna vez o, al menos, escuchara con humildad a quienes sí lo hacen. 

Hoy asistimos despavoridos a los gestos golpistas del señor naranja y su Make America Rich Again y me pregunto qué significa ser europea o norteamericana. Hace dos veranos viajé a Nueva York y sentí la ciudad como un lugar hiperbólico y libre, lleno de contrastes y bostezos, infectado de velocidad y de cansancio y, sobre todo, un lugar que expulsaba su pasado. Pero existe un lugar en Nueva York que tiene el aroma de un anticuario europeo y es la Morgan Library. Visitarla me provocó una extraña distensión, me sintonizó de nuevo con los detentadores del tiempo, sus guardianes, el señor Morgan y su corte de acólitos financiando excavaciones arqueológicas y el expolio de las colecciones de arte con la misma codicia que el British Museum.

No sabía que el gozo de atesorar momentos críticos, puntos de inflexión en la Historia, pudiera ser tan norteamericano; no sabía que había (como en todas partes) dos Américas. Quizá no quede ya un lugar bajo el sol que no esté polarizado. Quizá este sea el país en el que esa brecha se exhibe de forma más espectacular porque es el país de los focos y el escenario, de la performance. ¿Despertará pronto la otra América, la de John Nash y los derechos humanos, la racionalidad y el multilateralismo?, ¿o lo hará tan tarde que ya nos habremos caído todos por el sumidero? 

En Harlem, cerca de nuestra calle, había una boca de incendios averiada que escupió agua a presión durante días y varios vecinos instalaron piscinas de plástico para sus pequeños. Nadie parecía tomar interés por arreglarlo. En este lugar en que todo se derrocha, me dije, nada tiene valor pero todo tiene precio. No tenían valor los recursos, la energía, el agua, los loosers, las personas que se descuelgan del sistema, los caídos por el fentanilo que cubrían portales y rincones cada cien metros; nada valía nada, pero todo estaba tasado.

  • El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. -

Si alguien se preguntaba por todos aquellos homeless no apuntaba al gobierno ni a la desigualdad, sino a la providencia divina, apelaba a My Lord o a la maldad de los chinos que (supuestamente) introducían la droga en sus fronteras. En los restaurantes vi a la gente sacando sus tarjetas y los móviles de forma tan despreocupada como si el dinero, feliz sueño del anarquismo, se hubiera cancelado por fin. Un simple paseo por la 5ª avenida me recordaba lo lejos que estamos aún de ese sueño. Ahora asistimos a un régimen gobernado por billonarios y cruzamos los dedos por el lugar donde quedará la democracia que están desmantelando.  

En la Morgan pensé que un país tan nuevo también podía respetar el Pasado con mayúsculas. En su salón magnífico, el filántropo se presentaba retratado encima de la chimenea: lo esperaba más soberbio y esnob, pero un óleo lo enseñaba sobrio y concentrado, en estricto negro, con un bastón de mando en su mano derecha. A medida que conocí su patrimonio me hermané con él, me plegué a él y le perdoné toda su obscena riqueza. Un puñado de nuevos ricos como él querían igualarse en caché a sus iguales europeos y financiaron la creación de la Public Library, donaron sus bibliotecas, engordaron sus colecciones personales hasta que sus herederos vieron el negocio y las abrieron al público.

Un pueblo con doscientos años de historia y más de cien sándwiches como patrimonio gastronómico: se me antojó un puñado de escolares queriendo igualarse a sus mayores en el patio. Los biznietos de Morgan puede que llevaran al mundo al colapso cien años después, cuando Morgan Stanley infló las hipotecas de su país, pero doblando el 1900 este hombre sólo había adquirido su mansión en la Madison Avenue y se había cansado de flirtear por todos los salones de la alta sociedad, por todas las escenas de La edad de la inocencia, de la Wharton. Usó su fortuna para fijar el pasado, clavar el tiempo como un himenóptero en un panel, para la exhibición y el gozo estético, quizá para sentirse más dios que todos sus colegas que dilapidaban billetes en coches, divas de Broadway o empresas que ya están olvidadas. 

Su colección de tablas cuneiformes, sus sellos mesopotámicos y sus relicarios góticos me asombraron, pero las cartas son las que me dejaron de piedra. Leyendo una de ellas asistí al momento en que Volta, físico y químico italiano a quien le debemos el nombre de Voltio, escribía a su colega alemán Barth hace dos siglos y le compartía sus hallazgos felices con la pila voltaica (citaba a su colega Galvani que había dado parte de la electricidad animal en las ancas de rana).

Todo ese baño de luz que se enciende hoy en Times Square estaba contenido en ese instante, en esa caligrafía febril y ondulante del científico que acababa de recoger el fruto de su trabajo y no podía esperar a compartirlo con su colega. Las líneas estaban en francés y fechadas en mayo de 1801. Más de dos siglos después, se les marca un pulso a las universidades, ¿dónde irá este país si deja ser líder en desarrollo científico?, ¿cómo se supone que seguirá siendo una súper potencia?

Harvard, la Organización Mundial de Comercio, el presidente de la Reserva Federal y hasta su mismo Tribunal Supremo: nunca imaginé vivir semejantes ataques. Sin embargo, aquél verano en Nueva York recuerdo salir de las pequeñas y exquisitas salas de la Morgan meditabunda y golpeada. Jamás imaginé que sería testigo de las noticias distópicas que conocemos ahora. Entonces pensé simplemente en las cartas manuscritas que ya no se conservarían, en el desprecio contemporáneo hacia los momentos inaugurales de nuestra historia, ¿cómo podrían guardarse nuestras cartas de hoy?, ¿viajarían por los siglos los emails, los zumbidos de miles de píxeles, los códigos binarios que conforman un mensaje informático? 

Vivimos un presente comprimido, el baile del tiempo hoy se estanca y se esfuma, como una caída de red, y parece que la humanidad no tenga nada que dar en ofrenda a sus sucesores, o ni le importe. Nada más siniestro que un pueblo que se prepara para la amnesia. Es algo que, realmente, parece cosa de locos.

Recibe toda la actualidad
Alicante Plaza

Recibe toda la actualidad de Alicante Plaza en tu correo