Ya en la visita que el primer Trump presidente hizo al Vaticano pudimos observar, en las fotos oficiales del encuentro, la marcada seriedad del papa Francisco. Era evidente el malestar que le producía figurar al lado del hombre anaranjado. Ahora, confirmando aquellas sensaciones, el reelegido presidente se nos aparece como un necio que se cree tan cercano a una entidad divina como para desatar tronados intentos de dominación sobre el resto de la Humanidad.
De hecho, la agresión arancelaria que ha iniciado es una forma de guerra aunque algunas de sus consecuencias supongan dispararse a sí mismo y a los intereses globales de EEUU. Es una guerra estúpida: lo que ha esgrimido para defenderla no son argumentos económicos aceptados por la ciencia y el derecho, sino proclamas de una ideología avasalladora alimentada por las tripas y depósito de prejuicios, incluidos los más insólitos y ridículos. Con ello asistimos al encumbramiento, como pretendido amo del mundo, de un ser mediocre, ignorante, demagogo y mentiroso que guarda una gran capacidad para odiar, difamar y destruir: tanto a personas como a países; tanto a las instituciones internacionales creadas para pacificar las pasiones políticas como a los valores y principios que forman parte de la cultura democrática de su propio país.
Trump desprecia todo lo que no controla, todo lo que no entiende y todo lo que se le opone: mentir, negar y atacar es su divisa. Lo mismo le da pasarse por el forro a la Organización Mundial de Comercio que a la Organización Mundial de la Salud. Expulsar a los palestinos de sus tierras para crear un resort turístico, a imagen de Palm Beach, que repartirse con Putin Ucrania y el Ártico. Lo mismo debilitar a los países amigos que hacerlo con la libertad de expresión en EEUU, la demolición de la ciencia norteamericana, la deportación ilegal de inmigrantes y el intervencionismo macarra en las mejores universidades de su país. Lo mismo le da empobrecer a sus conciudadanos que hundir en la miseria y la enfermedad –sida, tuberculosis, cáncer- a países que, como Lesoto, forma parte de los más pobres del mundo: a los aranceles añade el inmenso perjuicio humanitario causado por el desmantelamiento de la Agencia de Ayuda Internacional USAID.

- Donald Trump. -
- Foto: ANDREW LEYDEN/ZUMA PRESS/CONTACTO PHOTO
Y, de momento, esto sólo constituye el principio de la pesadilla porque el fenómeno Trump es un espécimen de esa otra cultura del siglo XXI que crece y avanza soportada por la crueldad, el desdén hacia los derechos humanos y la búsqueda de “hombres fuertes” al margen de la sinceridad democrática: seres inhumanos adheridos a la indiferencia ante la muerte de quienes quedan lejos de sus intereses, como los palestinos y los ucranianos. Una cultura que adora la brocha gorda de los insultos y que vomita sobre las circunstancias y cambios que ha traído el siglo XXI: el reconocimiento del cambio climático, la bondad de la investigación, incluida la de las vacunas, la identificación política de nuevas minorías y la aplicación a éstas de derechos civiles y criterios de igualdad. Una cultura que muestra una particular aversión hacia la Unión Europea como espacio demostrativo de que un modelo político y económico con ansias de justicia social es posible; un lugar en el que se comprueba, con todos sus defectos, la superioridad ética del diálogo y de la estrecha colaboración entre países mediante la negociación permanente.
Este modelo europeo de ser y vivir se encuentra ahora amenazado desde fuera y desde dentro. Lo está aunque no lo percibamos del todo enfrascados, como estamos, en las reyertas internas que catalizan el malhumor público. Frente a éstas es momento de preguntarse si tenemos derecho a seguir siendo mansos con los agentes de la polarización que persiguen enconarnos y enfrentarnos a unos contra otros. Vivimos, -también la Comunitat Valenciana-, un momento existencial, un tiempo en el que progresa la demolición de las culturas civilizatorias acudiendo a los procedimientos más destructivos: el totalitarismo, el autoritarismo, el control del 1% más rico sobre los demás, el uso de inteligencias manipuladoras y divisorias y la fagocitación de las fronteras políticas por la fuerza militar y la extorsión económica.
No son tiempos para aislarse en lo doméstico cuando la bestia y sus lameculos se creen revestidos de omnisciencia, omnipotencia y omnipresencia. Frente a esa deidad bárbara y maligna, Europa, -y España y la Comunitat Valenciana-, necesitamos, antes que nada, reconstruir y defender los lazos internos buscando, cuando resulte necesario, mediadores de la unión, del reencuentro entre quienes, siendo discrepantes, conciben su presente y su futuro anclados al modelo democrático y social europeo y a la profundización de la Unión Europea mediante la cesión de nuevas parcelas de soberanía.

- El presidente de Estados Unidos, Donal Trump. -
- Foto: EP/ZUMA PRESS/ANDREW LEYDEN
No se puede mirar hacia fuera con sangre de horchata y, al mismo tiempo, concentrar toda la pugnacidad en las bregas caseras cuando las instituciones europeas son el primer objetivo de los nuevos aspirantes a emperadores mundiales. Se precisa de una sociedad civil que aplique sus mayores energías a detenerlos. Se requiere la ampliación de esa misma sociedad y la implicación de otros actores que, como las Iglesias, pueden recalar con facilidad en el estuario del humanismo. Se necesita la acción de los medios de comunicación partidarios de las sociedades abiertas y la denuncia honesta y firme de los excesos presentes en las redes sociales.
Y sí: los nuevos amos podrán disfrazarse de dioses como si la existencia humana fuera un carnaval y el planeta su tiovivo. Pero su imbecilidad no impide que dispongan de estrategia; de hecho, han adoptado la más tradicional de todas: la del miedo y la humillación. En comercio, una nueva sesión de mercantilismo, cuatro siglos desde que se pusiera de moda y cerca de un siglo después de demostrar sus fatales consecuencias. En recursos naturales, relanzar lo que para Hitler era el espacio vital y, para los nuevos amos, son el Ártico, Ucrania, Gaza, Groenlandia y lo que se necesite en el futuro. En relaciones internacionales, destruir la civilización multilateral construida desde 1945 y disponer de manos libres para todo tipo de abusos y atropellos. En cultura social, cultivar el odio, el rechazo del otro, la vejación del diferente. Y, en todos los espacios disponibles, explotar las contradicciones ahogando los discursos conciliatorios y levantando nuevas barreras que diluyan la cohesión social.
Frente a ello, contra ello, movilización social para que Europa, y los países del mundo que sigan su ejemplo, se constituyan en antígenos contra los bárbaros del siglo XXI. Frente a ello, contra ello, las voces retumbantes de instituciones y ciudadanía.