Opinión

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El eurocristiano tibio

El papel de los cristianos en la Transición

"Santiago Carrillo no solo no cedió, sino que abrió el partido a los cristianos"

Publicado: 30/11/2025 ·06:00
Actualizado: 30/11/2025 · 06:00
  • El cardenal Vicente Enrique y Tarancón.
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Con motivo del quincuagésimo aniversario del fallecimiento del general Francisco Franco, dictador vitalicio, se ha puesto de moda hablar de la transición a la democracia. En este Tibio abordaré el papel de los católicos en ese proceso.

“Levantamos nuestro corazón al Señor, agradeciendo con Vuestra Excelencia el don de la paz y la victoria con que ha querido coronar el heroísmo de vuestra fe y caridad, inspirados en el deseo de defender los derechos de Dios y de la religión". Tal era el texto del telegrama que, desde el Vaticano, el papa Pio XII envió el 19 de abril de 1939 a Franco, cuyas tropas se habían proclamado vencedoras en la recién finalizada guerra civil. Esas elogiosas palabras traían causa de la cruenta persecución a la que los republicanos habían sometido a los sacerdotes, los frailes y las monjas en aquel período. Y con ellas se iniciaba oficialmente la simbiosis entre la Iglesia Católica y las autoridades franquistas que se plasmó en el llamado nacionalcatolicismo español.

“España, como unidad política, es un Estado católico, social y representativo que, de acuerdo con su tradición, se declara constituido en Reino”. Ocho años después, en el mes de julio de 1947, los españoles aprobaron en referéndum la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado. Otorgando al dictador vitalicio la capacidad de elegir quién habría de lucir la corona cuando él falleciese, en su primer artículo la ley declaraba que el catolicismo era la religión oficial del Estado español. A continuación, el 27 de agosto de 1947, se firmó un Concordato entre el Estado español y el Vaticano. Obviamente, este acuerdo reforzó la influencia eclesiástica en nuestra sociedad.

 

El carácter profundamente renovador del Concilio Vaticano II acarreó que los dirigentes de la Iglesia Católica española se distanciasen del franquismo"

 

En octubre de 1958 falleció Pío XII, y fue sucedido por Juan XXIII, que inauguró el Concilio Vaticano II en octubre de 1962. Tras ese hito, ocho meses después falleció, y fue sucedido por Pablo VI. El carácter profundamente renovador de aquel concilio acarreó que los dirigentes de la Iglesia Católica española se distanciasen del franquismo. El nacionalcatolicismo empezaba a decaer. Así, en el otoño de 1964 un catedrático de Filosofía del Derecho de convicciones católicas, Joaquín Ruiz Giménez, organizó muy discretamente un seminario sobre el pensamiento del jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin. Aquel profesor había sido nombrado en 1948 embajador de España en el Vaticano, un puesto desde el que jugó un papel fundamental en las negociaciones sobre el Concordato entre la Santa Sede y el Estado Español. Y en 1951 fue nombrado ministro de Educación, entre cuyas competencias figuraba la dirección de las universidades.

En 1956 fue destituido a consecuencia de unos disturbios universitarios madrileños, en los que unos estudiantes falangistas se enfrentaron a otros opuestos al régimen franquista. Consciente de que su intento universitario aperturista había fracasado, se distanció del régimen y se aproximó a la democracia cristiana, tan importante en Italia. Y por eso en 1964 estaba divulgando la obra de Teilhard, un paleontólogo que había pergeñado una grandiosa visión poética en la que relacionaba el cristianismo con la evolución cósmica. Las ideas de Teilhard fueron recibidas con recelo por los expertos del Santo Oficio, después Congregación de la Doctrina de la Fe. De hecho, prohibieron la lectura de sus libros porque contenía "ambigüedades e incluso errores graves que ofenden la doctrina católica". Esa advertencia, que paradójicamente orlaba las ideas de Teilhard con un especial atractivo, explicaba el carácter casi clandestino de los seminarios de Ruiz Giménez. Su iniciativa delataba que estaba alejándose del nacionalcatolicismo típico del franquismo y acercándose a posiciones democristianas. Y como por entonces fundó la revista Cuadernos para el Diálogo, se confirmaba esa sospecha. Probablemente era su forma de contribuir al espíritu de renovación de la doctrina cristiana característico del Concilio Vaticano II, que había clausurado Pablo VI el ocho de diciembre de 1965, día de la Inmaculada Concepción.

En abril de 1969 nombraron director de El Correo de Andalucía al sacerdote oscense José María Javierre. En la década de los 50 había residido en Roma, donde fue vicerrector del Colegio Español, una en la que etapa conoció a los dirigentes de la democracia cristiana italiana. Trasladado a Sevilla, se dedicó a escribir excelentes biografías de santos y a popularizar las tesis de la democracia cristiana en el periódico que dirigía.

Aunque la División Azul española había combatido junto a los nazis en el frente oriental durante la Segunda Guerra Mundial, eso podía interpretarse como una expresión de la voluntad franquista de luchar exclusivamente contra los comunistas. Así, en el contexto de la sobrevenida Guerra Fría, el 27 de septiembre de 1953 se firmaron los acuerdos de Defensa entre el gobierno español y el estadounidense en cuya virtud los americanos instalaron varias bases militares en nuestro territorio. Decepcionados, los socialistas y los comunistas españoles tuvieron que asumir que las potencias democráticas occidentales no derrocarían al régimen franquista.

 

 Carrillo proponía que los franquistas moderados participasen en la transición, por lo que figuraba implícita la idea de la reconciliación nacional que posteriormente divulgó"

 

En 1965 Santiago Carrillo presentó un informe en el VII Congreso del Partido Comunista de España, del cual era secretario general. Ese informe dio origen a un libro titulado Después de Franco, ¿qué?. Ahora Carrillo apostaba por un proceso de transición a la democracia, que no debía ser solo política, sino también social. Puesto que proponía que también los franquistas moderados participasen en dicha transición, ya figuraba implícita la idea de la reconciliación nacional que posteriormente divulgó. Estaba naciendo el eurocomunismo, una forma nueva de socialdemocracia que pretendía liberarse de la sujeción a las autoridades soviéticas. Incluso llegó a aceptar la monarquía parlamentaria como forma de Estado. Ese revisionismo fue criticado por varias escisiones, unas prosoviéticas y otras prochinas, pero Carrillo no solo no cedió, sino que abrió el partido a los cristianos. Varios de ellos, como Alfonso Carlos Comín, trabajaron por la democracia junto con los eurocomunistas.

En julio de 1974 se presentó en público la Junta Democrática de España. Presidida formalmente por el jurista Antonio García-Trevijano, reunía a varios partidos y personalidades bastante dispares: junto al PCE, el Partido Socialista Popular de Tierno Galván, la Alianza Socialista de Andalucía de Rojas Marcos, el Partido del Trabajo de España, diversas personalidades monárquicas y el sindicato Comisiones Obreras.

También estaba el Partido Carlista, del que formaban parte muchos cristianos, pero se separó para unirse a la Plataforma de Convergencia Democrática. Constituida en junio de 1975, la conformaban el Partido Socialista Obrero Español de Felipe González, el Movimiento Comunista, la Izquierda Democrática de Ruiz Giménez, y la Organización Revolucionaria de Trabajadores, en la cual se habían integrado bastantes cristianos de base.

Como se ve, varios grupos cristianos ya se habían pasado al campo de la democracia, un cambio avalado por el cardenal Enrique Vicente Tarancón, presidente de la Conferencia Episcopal Española. Si se tiene suficiente sentido del humor, se podría aducir incluso que Suárez legalizó al PCE en la Semana Santa de 1977.

Aprobada por referéndum el 6 de diciembre de 1978, la Constitución Española garantizaba la libertad de culto y precisaba que ninguna religión tendría carácter estatal. No obstante, teniendo en cuenta las creencias de los españoles, establecía que los poderes públicos mantendrían relaciones de cooperación con la Iglesia Católica. Con esa norma se esfumaba el nacionalcatolicismo típico de la etapa anterior y se iniciaba el luego llamado “Régimen del 78”. En suma, diversos sectores cristianos, aunque no todos, colaboraron en la transición a la democracia.

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