Uno/a escucha a Francisco Camps y a Sonia Castedo, y los ve convencidos. Y, a grandes rasgos, con cierta razón: la estructura del PPCV está paralizada —también lo están las de otros partidos— y solo responde a los impulsos de la política nacional. Viene Feijóo, viene Tellado, y la organización se mueve. Lo hemos visto con las recientes visitas de líderes a Alicante, y posiblemente lo veamos el viernes en la apertura del curso en Benidorm.
Pero desde la fatídica tarde del 29-O, el PPCV ha entrado en una etapa de prudencia, sobre todo en la provincia de Valencia. La distancia hace más manejables las visitas de Carlos Mazón a determinadas ciudades. Sin embargo, es cierto que el PPCV no muestra el vigor de antaño, ni siquiera para denunciar determinadas decisiones o medidas del Gobierno. Al comienzo de este mandato, en Alicante, el presidente provincial, Toni Pérez, junto con algún diputado/a nacional, solían comparecer para criticar medidas relacionadas con la política hídrica, principalmente, o con la falta de inversiones. La Diputación de Alicante era un frente contra el Ejecutivo; ahora, responde, con desgana, y por inercia. Todo eso ha desaparecido. Y supongo que también en las otras provincias de la Comunitat. Las sedes están cerradas a cal y canto; no hay ruedas de prensa y todo se ajusta al compás de la política nacional.
El viernes, en la cena de Alicante, tanto el expresident de la Generalitat como la exalcaldesa de Alicante se quejaron de esa inactividad de la formación y también del desprecio —no lo dijeron textualmente, pero lo insinuaron— hacia una parte de la militancia y hacia los antiguos líderes que encabezaron gobiernos de mayorías absolutas. A ello se suman otras afirmaciones, oportunas y oportunistas, de Camps y Castedo: el deseo de volver al PP de las mayorías absolutas —como si otros líderes populares no lo desearan también—; la tibieza del PP en determinados asuntos, que estaría provocando el trasvase de votantes a Vox (aunque no lo mencionaron); y la defensa del bipartidismo, que ambos reivindicaron con ahínco. También buscan enganchar a los jóvenes, algo que les honra: algún lección de lo que hace la Democracia y cómo funciona no viene mal ante las pantallas disuadoras de mentes dispersas.

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- Foto PEPE OLIVARES
Es cierto que ambos insistieron en la militancia como la verdadera correa de transmisión del partido. Camps subrayó que el PP no tiene otra correa que los afiliados, a diferencia de otros partidos. Y, en parte, tiene razón, pero no es ningún descubrimiento: el PP siempre ha manejado a la militancia a su antojo, de forma vertical, casi siempre de abajo hacia arriba. Solo cuando los escándalos acechaban a la formación y a sus líderes, una parte de la militancia ha levantado la voz y ha provocado cambios en la estructura y en su funcionamiento. Mientras la organización estaba en el poder y, por tanto, en una posición de fuerza, las decisiones emanaban de la cúpula hacia la militancia, y no al revés.
Por eso está bien que ahora Camps y Castedo reclamen dar voz a la militancia para que pueda elegir a sus dirigentes. Aunque, no sé si cabe la comparación, habría que recordar lo que en su día dijo Carme Chacón en el PSOE: “Si hacemos primarias, que sea de verdad”. En este caso, si a las bases del PP se les da voz, que sea con al menos dos candidaturas y con votaciones con porcentajes mínimos. Camps señaló el viernes que solo participa en las votaciones internas el 10% de la militancia, lo cual dice mucho de la cultura de la participación en las filas populares.
Más allá de motivar a la militancia, los discursos de Camps y Castedo evidenciaron —sin mencionarlo directamente— una enmienda a la totalidad a la gestión de Carlos Mazón. Se proyectaron vídeos de las grandes obras de etapas anteriores del PP —sin importar la deuda que generaron— y, sobre todo, se reclamó una actitud más beligerante frente al Gobierno de Pedro Sánchez. En definitiva, un respaldo con la boca pequeña a los actuales dirigentes del PP en todas las instituciones; una denuncia sobre la imposibilidad de que determinados cargos públicos pudieran asistir a la cena; y, sobre todo, un mensaje al estilo García-Page, pero con Mazón como destinatario y Feijóo como rehén. Porque, sean muchos o pocos, da la sensación de que Camps y Castedo no van a parar. Si García-Page se queja de los acuerdos con los independentistas, ellos lo hacen de las cesiones a Vox; si el líder manchego denuncia el cupo catalán, la dupla popular critica la pasividad ante el Gobierno central… y así unas cuantas más. Y hubo para todos. Dos días antes, Castedo también había mandado un mensaje al alcalde de Alicante, Luis Barcala, en una entrevista en Radio Alicante: “No me siento identificada con esta ciudad; no me gusta”. Y eso, siendo del mismo partido. Castedo no quiere volver, no quiere cargos, dice, pero enseña el cuchillo.
No sé cómo acabará la cosa. Si Camps y Castedo han dado este paso es porque huelen sangre. Desde luego, mientras no se cumpla lo de “un militante, un voto”, lo tienen complicado. Si el congreso se decide con delegados compromisarios, conociendo la historia del PP —de la que Camps y Castedo forman parte—, sabrán que no lo tienen fácil y que la dirección podrá maniobrar, si quiere. Otra cosa sería que se repitiera el congreso provincial del PP de Alicante en Orihuela, en 2008, que fue el inicio de aquella división con apellidos muy conocidos. Y no parece que Feijóo quiera una batalla en vísperas de la posible caída de Pedro Sánchez. Otra cosa es cómo discurra la causa judicial de la Dana. Visto lo visto, es la única que puede acelerar algunos plazos. Sánchez va a estirar la cuerda todo lo que pueda.