Viernes por la tarde a finales de junio. Circulo feliz porque comienza el fin de semana. Llevo la música muy alta. Escucho el tema Enchochado de ti de Don Patricio. Voy más rápido de lo que debiera. Antes de darme cuenta me topo con un control de la Policía local, cerca de la avenida Ausiàs March, en València. Un agente me da el alto.
—¿Me enseña la documentación, por favor?
Después de mucho rebuscar encuentro el permiso de circulación en la guantera. El seguro no lo quiere. En cambio, me pide el DNI.
—No ha pasado la ITV.
Pongo cara de circunstancias y busco una excusa peregrina, la primera que se me viene a la cabeza, para convencerle de mi buena voluntad.
El amable agente se compadece de mí y me deja marchar. Pero antes me advierte:
—Busque mañana un sitio para pasar la ITV. València está llena de controles de policía.
Su aviso era cierto. Manejaba información privilegiada. Al martes siguiente, en una avenida próxima a la Ciudad de las Artes, me encuentro otro control policial. Me pongo nervioso y lo advierten. En la radio ponen Mía de Bad Bunny. Me hacen detener el vehículo.
—Documentación.
Esta vez el agente no es simpático ni agradable.
—¿Ha bebido?
Le digo que no.
Insiste:
—Míreme a los ojos.
Me quito las gafas y cruzo la mirada con la suya, de un azul otoñal como la mía. Me siento como Romario en su encontronazo con Luis Aragonés.
Me pide la documentación.
—No ha pasado la ITV.
En esta ocasión la excusa no me sirve de nada. Me multa con 200 euros y se olvida de mí. Será un joven agente el que me entregue la denuncia. Al ver mi cara de consternación, se disculpa diciéndome que lo hacen por mi bien porque si tengo un accidente, la aseguradora se lavará las manos con una ITV caducada.
La ITV me sale desfavorable
Hasta que encuentro una tarde libre para pasar la ITV, viajo al trabajo en metro. Me siento más seguro. Por fin me decido. En julio no queda una sola hora libre para pedir cita previa. Hay que hacer cola. Una hora de espera, bajo un sol que quema. Me atiende un joven muy flaco con un aro en cada oreja. Me tutea en valenciano. La ITV me sale desfavorable. Hay que joderse. Mi vehículo sobrepasa el límite de emisión de gases contaminantes, que se ha endurecido. Mi verdadero problema es que no tengo pasta para comprarme un coche eléctrico que respete la salud del planeta Tierra.
—¿Y ahora qué hago?
—No es mi problema —me contesta.
Después de insistir me recomienda ir a un taller, donde le pondrán un líquido a mi coche para trucar el motor y así pasar la segunda inspección. En el taller me reciben con los brazos abiertos. No soy el primer cliente que les llega con esta cantinela. El dueño se ofrece a arreglármelo por 100 euros.
—Pero me los pagas en efectivo —puntualiza.
—¿En efectivo? —pregunto, asombrado.
—Sí, porque si te hago factura te toca pagar el IVA.
¡Eso sí que no! Pongo cara de ofendido y le digo que con quién se cree que está tratando, que yo soy un honrado ciudadano que paga todos sus impuestos, y tal y tal. Lo hago con tal convicción, pongo tanto ardor en mis palabras, que me pide sinceras disculpas. Al marcharme del taller, me río por la bajini.