Quedo a tomar un café con María Teresa Molares porque anda liada con un proyecto y requiere de mi colaboración y la de otros periodistas: echar una mano en la cárcel de Villena para una revista que publican los presos, a ver cómo se puede mejorar. La cosa viene de atrás, su interés por las cárceles: ha mediado para que los cursos de extensión universitaria de la UA, donde fue profesora titular en Sociología durante muchos años, lleguen a los presos y presas de este centro de máxima seguridad gracias, subraya, a la inestimable predisposición de la vicerrectora Catalina Illescu. “Las cárceles son lo que vomita la sociedad”, me dice en este café que sin darnos cuenta se prolonga un par de horas. Tiene 80 años y no para de darle vueltas a la cabeza, con proyectos e ideas, “tengo que hacer muchas cosas antes de morirme”, ironiza esta licenciada en Filosofía Pura.
Molares fue el alma mater de Izquierda Unida/Esquerra Unida en Alicante, bendecida por la mano de Julio Anguita, y portavoz municipal en el mandato de 1987, con José Luis Lassaletta de alcalde, y en 1991, con Ángel Luna. Queriéndolo o sin querer, ejerció un poco de látigo de ambos. Un poco. O un mucho. Nuestra protagonista es como una mujer en llamas (me apropio del título de la película de Céline Sciamma), siempre en la lucha por las causas perdidas. Siempre sin cortarse un duro en poner de vuelta y media a determinados popers de la izquierda. No cito nombres porque nos tendríamos que exiliar durante una temporada, por lo menos a Tabarca. Las cárceles: “¿Qué propones, una segunda revolución a la manera de Concepción Arenal?”. “Sí”, me responde sin cortarse un duro y sin un ápice de soberbia; hay confianza, nos conocemos desde hace más de 30 años y nos reencontramos como el Guadiana. “Yo siempre te he apreciado mucho”, espeta. “Lo sé”, respondo con unas décimas de rubor. Siempre he sido un poco cactus para esas cosas.
Deduzco tras una charla tan intensa que uno de los grandes hitos de su vida fue su tesis doctoral La evolución de la propiedad rústica en Alicante 1950-2020: tiene escrita una versión divulgativa, para que la entiendan hasta en la barra del bar del penúltimo barrio, que se titula Alicante de campo a ciudad, labradores, piratas, señores. El título lo dice todo: sostiene que durante décadas Alicante se forjó en buena medida a través de turbios intereses y negros pozos de codicia. Cita a Carlos Pradell, el extinto Banco de Alicante, Convensa y su polémica quiebra, que “dejó a medio hacer la plaza del doctor Gascuñana, en Virgen del Remedio”. Cita también al inventor de Arenales del Sol, Tomás Durá; el triángulo del mal. Sale, cómo no, el nombre de Enrique Ortiz, “su padre fue el que medió con Lassaletta para obtener adjudicaciones”. Lo de “piratas” no acaban de digerirlo sus editores. Molares en estado puro: un trago de aguardiente. “Menos mal que ya no eras concejala con Luis Díaz Alperi y Sonia Castedo”, le susurro mientras me la imagino echando espuma por la boca y girando la cabeza como la niña del exorcista.