ALICANTE. Que se queme lo viejo y que venga lo nuevo. Sí; tópico y típico, pero no menos cierto. En pocas ocasiones habrá tenido más razón esta tradición que la que ha ostentado esta vez la fiesta de Fogueres. La necesidad que había de pasar una de las páginas más trágicas de nuestra historia reciente se ha hecho palpable en estos días de la fiesta grande alicantina y ha rebosado con la cremà. Era el momento.
La emoción del público al sentir el calor de las llamas acabó en muchos casos brotando en forma de lágrimas para después eclosionar con gozo y jarana. La gente que vive la fiesta desde una comisión o una barraca, quien ostenta un cargo de representación festera, todo esto lo ha vivido más intensamente —es evidente—, pero también significaba mucho para la ciudad entera. Era ese revulsivo que desahogaría, aliviaría y ayudaría a dejar el pasado atrás. Y así ha sido.