VALÈNCIA. Cuenta Lidia Caro (València, 1990) que tras la portada de su primera novela, Los años que no (Editorial Barrett, 2022), se esconde una curiosa historia. Se inspiró en una niña que había visto tendida en posición horizontal, boca abajo, en Cabo de Gata. Le sugirió algo así como «me he muerto de la vida», puntualiza a las puertas de la librería Bangarang, donde nos hemos citado con ella para hacer la entrevista. Posteriormente (y con el beneplácito de la editorial), decidió recrear aquella instantánea con la ayuda de amistades y la cámara del fotógrafo Kike Taberner para que fuera la carta de presentación visual de la que es su segunda obra publicada tras Hijas de algo (Festiu, 2021).
Otra experiencia muy diferente, menos divertida, es la que da sentido al contenido de Los años que no, que gira en torno al trauma que deja tras de sí una violación. «Me di cuenta de que podía convertir algo traumático en material para la escritura para reapropiarme del relato: convertir el dolor en algo productivo», precisa Caro, que reconoce la clara influencia que ha ejercido Annie Ernaux, a quien admira, en su escritura.
Firma habitual de Culturplaza o Guía Hedonista, Caro también dedica parte de su tiempo a organizar eventos literarios (como los que realiza en la librería Bangarang), presentaciones y encuentros culturales. A ninguno de ellos falta últimamente Cloro Antón Chéjov, su compañero de cuatro patas y coprotagonista también (no podía ser de otra forma) de esta conversación.
-¿Podemos definir Los años que no como una novela de autoficción, como una autobiografía…?
-En las primeras hojas del libro hay una cita de Aixa de la Cruz que habla precisamente de esto: qué absurdo es eso de «autoficción» o «novela ficcionada», «memoria», «biografía», etc. Desde que empiezas a recordar algo ya estás ficcionando: ya estás escribiendo. Así que yo le llamo «novela» y me gusta pensar en el concepto de «personajes». Al escribir se produce un distanciamiento y una reflexión (y bastante ficción) por el sentido que tiene para la escritura.
-Nos contaba hace unas semanas Inés Martín Rodrigo, ganadora del Premio Nadal 2022 por Los años del querer, que la ficción le había servido como herramienta para adquirir esa distancia, para situarse en un lugar seguro desde el cual escribir.
-Total. Ha sido como colocarse en una situación superior donde lo ves con distancia (con mucha distancia) para que no te afecte a la hora de escribir. Hay cosas más complicadas, pero desde ahí, con el distanciamiento del tiempo y de la escritura, se hace mucho más fácil. Y funciona. Disfrutas del proceso de escritura. No es rememorar solo algo negativo.
-¿Cómo ha sido el proceso de escritura?
-Tardé muy poco en darle forma, sorprendentemente. Supongo que mentalmente ya iba pensando ciertas cosas. Empecé en verano de 2020 y en abril de 2021 firmé el contrato de edición. En realidad, fue Bárbara Blasco, que había ganado el Tusquets, la que me animó a presentarla a ese mismo certamen. Y tenía la fecha de entrega del premio en mente, así que me puse intensamente con la novela. La presenté, y en ese momento de «limbo» decidí enviarlo también a editoriales. Conocía a Barrett (por los eventos que montamos aquí en Bangarang) y les pregunté qué pasos debía seguir si quería mover la novela. Me pidieron una sinopsis, algunos capítulos, y finalmente todos. Al cabo de unos días me dijeron que querían publicarla, que era lo que estaban buscando como voz.
-Pese a ser una novela con sus personajes y demás, la protagonista lleva tu mismo nombre y apellidos. ¿Por qué?
-Cuando estaba escribiéndola, probé a ponerle a los personajes nombres que no se correspondían con los reales, pero no me sentía tan cómoda; era como si estuviera haciendo algo falso. Me frenaba.
También estaba el hecho de que, si estaba hablando de una violación y del proceso y la vida que hay después de eso, me parecía una chorrada usar otro nombre. Al final son nombres comunes; no hay ninguno que se llame Rigoberto [ríe]. Bajo esa idea de «esto le puede pasar a cualquier persona», los límites desde la ficción y la realidad y cómo se cuestionan, decidí poner mi nombre porque me parecía que si no era traicionar la escritura.