ALICANTE. “Sin dudar iré a buscar un hombre de verdad…” gritaba Alaska en su canción. Todos pensaron que buscaba algo que, con el paso del tiempo, hemos demostrado que era tan volátil como el impacto del soplo del viento sobre una pluma. Una masculinidad frágil y construida dentro de un paradigma machista y patriarcal que exige a los hombres el ser fuertes, insensibles, esconder los miedos y emociones. Tan siquiera ella buscaba lo que todos pensábamos.
Nos vendieron que las mujeres se maquillaban y los hombres, que llevaban bigote y barba, se dejaban los cuidados de lado –a no ser que fueras metrosexual, que venía a ser en la boca de 'señoros', un hombre que se dedicaba, mínimamente, unos minutos al día para su estética. Un término machista del que nadie quería formar parte–. No podía ser al revés y si lo era, había un error, algo que se debía de solucionar. “Los chicos no lloran, tienen que pelear”, llegó a decir una de las canciones de los noventa. Y así, entre todos, creamos las masculinidades tóxicas.
¿Qué es la masculinidad tóxica? Sería un modo masculino de habitar y estar en el mundo, que favorece la negatividad, la relaciones de desigualdad, el sufrimiento y no es nada saludable. Lo masculino se refiere a un modo de hacer las cosas, a una manera de expresarse y que va vinculado al ser hombre. Y eso, al final, está presente en todos los lados. Porque nos educamos con ello.