VALÈNCIA. La canícula y el cansancio se han apoderado de nuestro aliento. Jornada tras jornada, los termómetros marcan 780 °C de asfixia, sudor y sueño. Mientras reptamos agotados hacia las vacaciones, se nos derriten el alma, el bazo, las corvas. Se nos asan las pestañas. Flaquean las fuerzas. En este tórrido verano en el que existir se parece bastante a una excursión por las entrañas del averno, resulta indispensable contar con un plan de fuga. Y si el ser humano ha sido capaz de concebir una vía de escape infalible, esa es la ficción.
Ansiamos evadirnos, pero también conseguir trucos para dar cuerda al preciso engranaje de la imaginación. Deseamos huir y, al mismo tiempo, anhelamos la oportunidad de construir otros escenarios, otras cartografías, otros presentes. Queremos la fábula, pero también la posibilidad.
Con el afán de poner en marcha esos mecanismos de la fantasía veraniega, en Culturplaza hemos preguntado a unos cuantos profesionales de los asuntos culturales sobre qué parajes ubicados en una obra de ficción elegirían para entregarse incondicionalmente al rey estío. De la palabra escrita al fotograma, del acorde musical a la pincelada.
Gracias a sus respuestas, recorremos distintos enclaves italianos o japoneses, pero también geografías inexistentes, trazadas únicamente para el deleite del público. A golpe de página, fotograma, acorde o pincelada nos deslizamos por tejidos urbanos, bosques, playas y océanos; viajamos a otras décadas y exploramos también realidades paralelas en las que la vida se rige por códigos distintos.
Quizás no se trate tanto de gobernar durante unos días el imperio absoluto del asueto como de llevar pedazos de espíritu vacacional bien aferrados al pecho durante todo el año; de encontrar en el arte nuestro propio verano invencible (inserte guiño a El Verano, de Camus, aquí).
Francesc Miró, periodista cultural
“De irme ahora mismo a algún sitio, me iría sin dudarlo a Koriko, la ciudad en la que se ambienta Nicky, la aprendiz de bruja. Koriko no existe en la realidad, es una invención del equipo de Studio Ghibli, pero aun así es un escenario que permanece muy vivo en mi memoria.
La protagonista ejerce de repartidora a domicilio -suerte de rider montada en una escoba voladora característica de las brujas como ella- en una urbe isleña cuya arquitectura y tejido urbano se inspiran en ciudades del norte de Europa como Visby, la más grande de la isla sueca de Gotland. Aunque al mismo tiempo, sus paseos marítimos, playas y carreteras costeras me recuerdan a ciudades bañadas por el sol y el mar mediterráneos. Una mezcla estética singularísima que genera un espacio único y puramente veraniego en el que no se respira el bochorno que vivimos aquí.
Me pasaría horas en sus playas, leyendo o charlando con amigos como la misma Nicky. Me escaparía a visitar la cabaña de Úrsula, compraría en la panadería artesanal de Osono y pasearía por sus plazas y callejuelas hasta caer la noche. Entonces, y solo entonces, brindaría con un vino blanco en un buen restaurante antes de volver a mi hostal y caer rendido ante tanto stendhalazo. Ojalá existiese un lugar como Koriko, aunque siempre nos quedará la película en la que sí lo hace”.
Olga Abad, librera en Librería La Primera
“Me quedo con Venecia de Jan Morris (Gallo Nero). Recorrería la Venecia de Morris, la que transcurre con ‘una lentitud errática’ lejos del bullicio del turismo de crucero (para irse de crucero que sea con Foster Wallace). Una ciudad que, si al visitarla ya encandila, a través de la mirada de la autora adquiere una nueva personalidad deslumbrante. Me encantaría perderme por los callejones que se describen, lejos de la plaza San Marco o el puente Rialto y compartir cicchetti con los lugareños de carácter ‘hogareño, y apegado’.
El libro de Morris es considerado uno de los mejores libros de viaje que se han escrito, pero es más que eso. Es una apasionada investigación de la historia e idiosincrasia de una de las ciudades más singulares de Europa, que nos ofrece un atractivo ‘sorprendentemente empírico’”.