ALICANTE. Si nos asomamos a las listas de los libros más vendidos que ofrecen los suplementos culturales y nos fijamos en las de “no ficción”, podemos encontrar obras de todo tipo: ensayo, biografía, diarios… pero, salvo en aisladas ocasiones, ninguna de viajes, ni de autores españoles ni extranjeros. La explicación de esta anomalía viene de lejos. Los libros de viajes nunca han gozado de demasiado arraigo en nuestra literatura, y, además, la crítica siempre ha mostrado cierto desdén hacia esta modalidad literaria que la ha considerado un género menor. Por el contrario, en los países anglosajones ha sido siempre más valorada, contando con el interés de escritores y lectores. Recordemos los viajeros británicos del siglo XVIII, como R. Twiss y J. Townsend, entre otros, que recorrieron Europa incluyendo la geografía española.
Un siglo más tarde es cuando se empiezan a poner de moda los viajes en nuestro país. Al respecto, hay un artículo de gran interés firmado por Ana Mª. Freire, titulado España y la literatura de viajes en el siglo XIX, publicado hace diez años en Anales de Literatura Española, que está basado en una conferencia que impartió en el IAC Juan Gil-Albert. En dicho trabajo, que aborda el auge de los viajes por la mejora de las vías de comunicación, señala la difusión de las guías para viajeros, pero subrayando que estas obras no se pueden considerar verdaderamente literarias. Asimismo, quiero mencionar que cita el artículo Libros de viajes norteamericanos referentes a España, del alicantino Rafael Altamira, publicado en la revista La Ilustración Española y Americana en 1896.
A lo largo del siglo XX nos encontramos con numerosos escritores viajeros entre los que podemos destacar, por citar unos pocos ejemplos, a L. Durrell, D. H. Lawrence, A. Tabucchi, P. Theroux y A. David-Néel, una autora inmerecidamente ignorada (recomiendo consultar su fascinante biografía). En la literatura española, habría que retrotraerse a la generación del 98 para encontrar a escritores como Unamuno y el alicantino de Monóvar Azorín que cultivaron este género literario. Este primer paso podría haber impulsado su continuidad, pero el transcurso del pasado siglo demostró lo contrario. Tras ellos, vino un largo periodo de sequía —con contadas excepciones— que se rompió cuando irrumpió Javier Reverte, que desgraciadamente nos dejó hace poco más de dos años. Por su relevancia, merece que nos detengamos, aun someramente, en su figura.
Javier Reverte
Nació en Madrid en 1944 y, tras estudiar periodismo y filosofía y letras, se decantó por el ejercicio del periodismo. Trabajó en prensa como articulista, crítico y corresponsal, así como en radio, escribiendo guiones de programas, y televisión donde formó parte del equipo de reporteros del aclamado espacio En portada.
Tras un tiempo volcado al periodismo, decidió entregarse por completo a la escritura de libros de viajes. Su primer gran éxito llegó con su Trilogía de África, empezada a publicar en los noventa. Siguieron otros libros que lo encumbraron como el mayor autor español contemporáneo de la hasta entonces olvidada literatura de viajes, aunque también brilló en otros géneros como la novela, la biografía y la poesía. Pero es justo recordar a otros dos autores españoles (hay alguno más) que también han contribuido a este género como son Josep Pla y Manuel Leguineche.
Los libros de Reverte nos acercan a los lugares y a las gentes de una forma amena y con un fino sentido del humor, y nos proporcionan una información histórica que se combina sabiamente con el relato, salpicada de reflexiones personales.
Resulta interesante conocer su opinión sobre los mejores libros de viajes de la literatura universal (remarca que muchos de ellos son novelas): La Odisea de Homero, Don Quijote de Cervantes, Moby Dick de H. Melville, El corazón de las tinieblas de J. Conrad, Las aventuras de Huckleberry Finn de M. Twain, Napoles 1944 de N. Lewis, La piel de C. Malaparte, México insurgente de J. Reed, París es una fiesta de E. Hemingway y Viaje en autobús de J. Pla.