Nada se entiende sin conocer el contexto en el que nos movemos. Las europeas, esas elecciones a las que la mayoría de los españoles no hacíamos caso, se han convertido en un plebiscito, un duelo por ver quién queda primero, o en el peor de los casos, ver que la diferencia entre bloques se aproxima. Ya no hace falta ver la escena nacional, con el show de Milei, o el panorama europeo, con las posibles alianzas entre los conservadores y los partidos ultras, la propia Comunitat Valenciana se ha convertido en un campo de batalla, en el que las líneas blancas del terreno de juego se han borrado (sin necesidad de que lo hiciera la ansiada lluvia) y en el que se aplaude la ocurrencia más gorda, o se contraataca con la sinceridad más cruda, a pesar de que hace un año se dijo todo lo contrario.
Hace dos semanas ya tuvimos dos muestras, con el acto de la Víctimas del Exilio de Alicante o la presentación del estudio de impacto de la segunda pista del aeropuerto. Los actos institucionales se han convertido en mítines. Solo asisten los adeptos de un bando. Da igual que la calle clame una cosa; o que las decisiones administrativas o judiciales vayan en una dirección. No hay reparo. No hay reflexión. El contraataque es una ofensa, es un desafío, todo ello, muestra del momento que vivimos.
La huelga educativa del jueves es un ejemplo de cómo este pulso al que asistimos, y del que no sabemos cuándo se acabará. Bueno sí, cuando las encuestas comiencen a moverse en una dirección diferente. No voy a explicar las razones que han llevado a la huelga de la comunidad educativa. Ni si quiera los resultados. Cada uno que extraiga las conclusiones que quiera. Ahora bien, si que es necesario saber qué a una semana vista de la jornada de protesta, los organizadores estaban preocupados por el impacto. No había mucho ambiente. Las reuniones previas ya dejaron entrever lo que es el momento: la Conselleria de Educación no está, por ahora, por la labor de revisar o corregir ninguna de sus medidas. "Es un compromiso electoral", es el argumento del equipo de José Antonio Rovira (quienes le conocen de su anterior etapa en la conselleria, dicen que está desconocido).
Y si no había bastante con la apariencia de inflexibilidad, quizás por el mismo motivó por el que Rovira criticó la huelga, es decir por ser política, en esas apareció la diputada de Vox Julia Llopis para dejar evidencia de ello. La ex concejala de Alicante -antes en las filas del PP-, que llamó a los profesores "vagos que han estado escondidos” y "Estómagos agradecidos" (cómo se puede ver en el tuit colgó Joan Baldoví). ¿Algún toque de atención? ¿Alguna llamada al orden? En todo caso risas, y aplausos. Desde luego, si el objetivo era ridiculizar al colectivo de docentes (con el riesgo de meterlos a todos en el mismo saco), de lo que puede estar satisfecha la señora Llopis es de haber logrado el efecto contrario: movilizarlos todavía más. Y la prueba, más que la huelga educativa, fueron las manifestaciones y las concentraciones en las ciudades, más multitudinarias que los propios organizadores esperaban los días previos.