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el muro

Espía como puedas

  • Foto: SORA SHIMAZAKI/PEXELS

Con el diluvio que asusta, la crisis social que nos persigue, las carencias que acompañan a nuestro entorno o los agujeros económicos que tenemos en los bolsillos y ahora resulta que como sociedad debemos preocuparnos, mucho no, muchísimo por el espionaje. Como si no formara parte de nuestro ADN. Todos somos cotillas y, por tanto, espías de nuestro entorno más próximo y hasta medianamente lejano. A veces también hay que desdramatizar los límites. Sí, ya sé que no está bien cuando se cruzan territorios y son impuros e insanos. Pero forma parte de nuestra condición humana. El saber no ocupa lugar. Es lo que nos enseñaron de niños. Y para algo tenemos Justicia que ponga a cada uno en su sitio.

Así que, ahora en lugar de preocuparnos de qué forma pagar facturas, llegar a final de mes o encontrar un trabajo digno nos debemos preocupar por si un día investigaron a unos y otros mientras nos marean o desvían la atención.

Hay que ser ingenuo y estar muy mal aconsejado para convertir asuntos de cierto nivel en cuestiones de un Estado descuidado que espía y se deja espiar como parte del juego político y la geopolítica.

Creía que en este mundo tan globalizado lo que estaba realmente de moda era espiarnos todos. Pero se ve que cuando toca ciertas fibras está muy mal visto. Pues en ese caso lo mejor es el silencio. Pasar página si no se tiene nada que esconder o uno no es tan ingenuo para ser pillado in frangati cuando asume o lleva de mochila responsabilidades de altura y un sequito de contraespionaje.

Imagen de recurso de espionaje. Foto: COTTONBRO/PEXELS

A mí me espía un vecino cada vez que piso mi terraza; a un famoso, un periodista de Hollywood que remueve hasta su basura, y a una actriz como Pamela Anderson los vídeos con los polvos que pegaba con su ex, Tommy Lee, el baterista de los Motley Crüe con el que pasó meses de pasión y desenfreno. Viendo como lo hacemos en un país de 45 millones de cotillas no sé de qué nos escandalizamos tanto mientras no esté verdaderamente en duda la absoluta seguridad del propio Estado. La algarabía no está en el espionaje sino en que nos digan lo que averiguaron, que es donde está lo mollar, como bien nos han demostrado esos programas de cotilleo que durante años han sido y continúan siendo líderes de audiencia en nuestra televisiones frívolas y hasta supuestamente serias, tanto estatales como autonómicas.

Esta sociedad a veces parece un capítulo más de la serie de Superagente 86. Lo importante no está en el quién sino en el qué. Y de no ser así no sé para qué todos los países tienen sus propias agencias de información si no es para espiar al vecino a través de sus espías oficiales. Además, cuestan una pasta a los respectivos estados, protegen supuestamente su identidad y hasta le dan caché internacional.

Sin embargo, aquí espía desde el director de Recursos Humanos de cualquier empresa que quiere contratar a un trabajador -sólo con mirar Face o Instagram ya tiene bastante información- hasta los ojeadores del fútbol que siguen a jóvenes promesas para cobrar una comisión. Espía hasta la competencia los precios del día en un mercado de frutas y verduras.

Continúo sin entender por qué desde el Gobierno y el Congreso nos quieren meter en ese círculo vicioso, ruidoso y mediático del espionaje cuando llevamos desde la adolescencia espiando a una vecinita o mirando con unos prismáticos qué hace nuestro vecino en su lancha frente a los apartamentos de la playa, con quién vuelve nuestra hija de madrugada o con quién sale.

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