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y así, sin más

Envejecer y otras verdades

ALICANTE. No conozco a ninguna persona inteligente que sea fea. Si alguien nos parece feo es porque, al final, no es inteligente. Algo así me pasa cuando pienso en la suma de los años. Tampoco conozco a nadie que esté mejor a los veinte que a los cuarenta. La edad, al final, es algo así como un gran reserva: cuantos más años, mejor. La belleza se condensa, atrae y permanece con el paso de la vida. Es como que reposan las facciones entre las marcas de expresión. La lacra de la edad que ha arrastrado nuestra sociedad desde antaño es un mal que ha causado mucho más daño del que somos conscientes, porque parece que no nos esté permitido envejecer.

La arruga es bella”, dijo Adolfo Domínguez hace muchísimo tiempo, en un intento de hablar de algo más que de dejar de planchar la ropa. Y así nació su filosofía de marca, en 1982, cuando la campaña publicitaria caló en nosotros de forma irremediable. 

La excusa era perfecta: presentar una nueva colección de prendas confeccionadas en lino y señalar que, a pesar de que esa ropa no estuviese impecablemente planchada, debido a ser un tejido fácilmente arrugable, quienes lo vistiesen continuarían estando elegantes, convirtiendo aquellas piezas y ese género textil en una segunda piel. La pregunta a la sociedad era clara: si las prendas pueden arrugarse, ¿nosotros no?

El lema de la campaña, creado por el publicista Luis Carballo Tabaoda, tuvo tal repercusión que acabó convirtiéndose en mucho más que una simple frase publicitaria, incorporándose como un popular dicho en el lenguaje popular, aunque con el tiempo se le ha ido dando más sentido y significado hacia las arrugas que aparecen en la piel a causa de la edad.

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