Era un espectáculo verlo trabajar. No era aquello de que uno trabaja y cuatro miran que se decía antes de quienes hacían faena en la obra pública o en la privada. No. Es verdad, era extraordinario ver cómo regulaba el tráfico. Es cierto que había muchos menos coches que ahora, pero también lo es que entonces no existían rotondas, ni pasos subterráneos ni elevados, ni semáforos, para regular el tráfico rodado en la ciudad.
Lo recuerdo en la Plaza del Mar o en el cruce de la cuesta del hotel Maya. Con su uniforme y su casco blanco en verano y de color gris oscuro en invierno, que luego fue evolucionando a uno cada vez de menor corte militar. A veces subido en un pedestal, otras a ras del asfalto, se hacía notar y se le veía de lejos. Otras, además, estaba bajo una sombrilla de franjas azules y blancas, con los colores de la bandera de Alicante, para soportar mejor las inclemencias del tiempo.
Sin semáforos ¿cómo se regulaban los cruces de caminos? El personaje del artículo de hoy lo resolvía con maestría con sus gestos, con sus maneras. Conseguía que no importara tanto esperar un poco más tu turno y que el coche de tus padres o el autobús del colegio arrancara para pasar al otro lado de la carretera sin riesgos ni accidentes. Supongo que ya saben que me refiero al sargento Moquillo, un policía municipal que hizo historia en Alicante y que es recordado con cariño por los alicantinos. Unos porque han oído mucho hablar de él, otros porque lo conocimos. Acompáñeme, leyendo este articulo, para recordarlo e incluso para saber un poco más de él.