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en la frontera

El Puente Rojo, un horror

  • Vista del cajón de acceso ferroviario a Alicante con el Puente Rojo al fondo. Foto: RAFA MOLINA

Se debate estos días con cierta intensidad sobre la idoneidad o no de mantener el Puente Rojo en Alicante, el mismo que inauguró Joan Lerma en 1990 como conclusión, broche final que dicen los cursis, para poner en marcha la Gran Vía, una de las infraestructuras vitales de las últimas décadas junto con la remodelación de la fachada marítima y el desplazamiento de las actividades industriales portuarias hacia San Gabriel. Todo ello siendo alcalde José Luis Lassaletta. En el 90 tenía todo el sentido del mundo construir un puente para sortear por elevación las líneas del tren.

Cuando culmine el enterramiento de las vías, tal y como se contempla en ordenamiento integral de la zona (OI/2), el Puente Rojo será perfectamente prescindible y la Gran Vía podrá transcurrir a ras. Los Presupuestos de la Generalitat ya han previsto una partida para ver qué hacer con el muerto. Hay varias razones para su eliminación partiendo por la ya citada: ya no será preciso y propiciará un clima de mucha más armonía urbanística. Y mayor confort para los vecinos que lo contemplan desde sus balcones o ventanales a dos palmos de sus narices, y esnifando todo el C02 que transita por ahí. En segundo lugar, y no menos importante, es el significado del Puente Rojo que hace de frontera/tapón entre los barrios que atraviesa, La Florida y San Blas básicamente. Frontera física y visual. A ver qué familia cruza por debajo en horas nocturnas...

Un apartheid similar al que han venido ejerciendo las vías del tren entre todos los distritos que hacen límite, Ciudad de Asís, Benalúa/Florida y San Blas entre otros. Eliminar esa barrera es uno de los objetivos esenciales de la sociedad Avant (Adif, Generalitat, Ayuntamiento) con el fin de liberar un inmenso espacio que se traducirá en un gran parque central y unas 1.500 viviendas en unos terrenos de casi medio millón de metros cuadrados. El portavoz municipal de Izquierda Unida, Manolo Copé debería graduarse la vista. Medio millón de metros en pleno centro de Alicante. Díaz Alperi, y sobre todo Sonia Castedo, pretendían plantar un pequeño Manhattan, para costear la operación; era los años locos del ladrillazo con plusvalías de infarto.

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