VALÈNCIA. Michael Jackson falleció el 29 de junio de 2009 a causa de una sobredosis de medicamentos, cuando se preparaba para hacer frente a veintiún conciertos en Londres, un desafío que, de haberse podido llevar a cabo, le habría redimido artísticamente.  El morbo que años atrás habían suscitado sus presuntos abusos a menores, sumado a las circunstancias de su muerte, parecen haber terminado eclipsando los méritos artísticos de una estrella irrepetible. Y en esta afirmación no cabe discusión alguna. Michael Jackson cambió la música pop de una manera radical, con una fuerza inusitada. Lo hizo como compositor, como intérprete, y también como ídolo. 

Debutó con el grupo de sus hermanos en 1964, cuando aún se llamaban The Jackson Brothers. Tenía seis años y su cometido era bailar y tocar las maracas acompañando a sus hermanos mayores en conciertos que a menudo eran en bares de strippers y burdeles. Tan sólo dos años más tarde, rebautizados como los Jackson 5, Michael ya era la voz principal del quinteto. El patriarca y mánager Joe Jackson le empujó a superarse a sí mismo a base de amenazas. Pero a pesar de los golpes con el cinturón, Michael era dueño de un talento natural que iba más allá de cualquier cálculo posible, y la fama no hizo más que potenciar sus dotes artísticas. Su deslumbrante talento le llevó al estrellato, por lo que pasó su infancia y su adolescencia bajo los focos. En resumen, fue propiedad del público hasta el día de su muerte. Los Jackson 5 cosecharon un buen número de hits en su etapa con Motown, así que cuando abandonaron el sello en 1975, no lo hicieron en buenos términos. Por motivos legales, tuvieron que acortar su nombre artístico y se enfrentaron a un futuro incierto, situación que resolvieron cuando Michael, libre de las imposiciones de Berry Gordy Jr., el tirano de Motown, cogió el timón del grupo y comenzó a componer. Regresaron a los primeros puestos de las listas con más títulos memorables como “Can You Feel It”, “Shake Your Body Down To The Ground” y “Blame It To The Boogie”. Era inevitable que Michael terminara volando solo.

  • Michael Jackson en 1980 -

En 1979 dio comienzo una nueva etapa, la de su máximo apogeo comercial. Off The Wall, su quinto álbum en solitario fue también el inicio de su relación laboral con Quincy Jones, al cual conoció rodando la película The Wiz –un remake en clave afroamericano de El Mago de Oz protagonizado por Diana Ross-, haciendo de él una supernova del pop gracias a una fusión de soul, funky, pop y rock. Su tema principal, “Dont Stop Till You Get Enough” llegó en plena fiebre de la música disco y fue uno de sus temas insignia, haciéndole reinar en la pista de Studio 54. También se metió en los hogares de toda América gracias a la balada “She’s Out Of My Life”, escrita por Paul McCartney. Ambos establecieron una alianza de talentos que benefició a ambas partes hasta que Jackson se hizo con los derechos editoriales del catálogo de los Beatles a traición. Todo lo contenido y apuntado en Off The Wall quedó empequeñecido por el disco que llegó tres años después. Thriller fue el primer disco en el que un artista negro mezclaba estilos y trascendía su mercado natural por todo lo alto. Fue una mina de singles perfectos –“Billie Jean”, “Beat It”, “Thriller”…- en los que la melodía, el ritmo y la exquisitez de la producción de Jones daban forma a una piedra filosofal que nadie, ni siquiera los propios responsables de esta proeza, lograron repetir. Y no fue sólo la música. El vídeo que acompañaba a la canción que da título al disco hizo historia, y tuvo que ser emitido entero –era casi un corto, dirigía John Landis- cada hora por la MTV –tan poco dada entonces a emitir vídeos de músicos negros- para satisfacer la demanda del público. El álbum cambió la manera en que era percibida la música pop, y aunque inauguró la época en la que Madonna y Prince compartirían gloria con Jackson, Thriller nunca tuvo parangón. Cuando Jackson murió, Thriller llevaba 100 millones de copias vendidas y seguía facturando una media de 135.000 ejemplares por semana solamente en Estados Unidos.

La noche de la gala del 25 aniversario de la Motown, el 25 de marzo de 1983, el público estadounidense –audiencia estimada: 43 millones de personas- se quedó a cuadros. La ceremonia, llena de estrellas de la discográfica, de Marvin Gaye a Diana Ross, fue una celebración por todo lo alto de la cultura afroamericana. Pero el momento álgido llegó cuando Michael Jackson salió al escenario e hizo por primera vez los llamados pasos de moonwalking. Aquellos movimientos no eran invento suyo. Fred Astaire –que le telefoneó tras la gala para felicitarle y que le dijo, “hijo, hay mucha rabia en tus pies”- y Cab Calloway ya los habían practicado muchas décadas atrás. Pero Jackson descubrió la técnica viendo moverse a Jeffrey Daniels, del grupo Shalamar, al cual pagó 1000 dólares para que le enseñara a moverse como él. Y lo que América –y el mundo- vio desde sus salones de estar, fue mucho más que unos inocentes pasos de baile. Jackson aseguraba que era célibe, pero se movía como si estuviera poseído por un arrebato sexual. Aquella gala terminó de convertirlo en la primera gran estrella negra de la música pop, el primer negro que abrió la puerta del mainstream a sus congéneres. También fue el primer astro afroamericano del pop en que logró estar a la altura de Lennon, Dylan, Bowie o Jagger.

  • Michael Jackson y los zombis de Thriller -

A medida que su éxito y su fama crecieron, Jackson fue encerrándose en su propio mundo. Lo hizo al estilo de deidades excéntricas del siglo XX como Liz Taylor, Elvis o Marlon Brando. Al final, el personaje acabó devorando al artista todos los niveles. Al principio fueron la cama hiperbárica, los tratamientos cutáneos, la compra de los restos de John Merrick, El hombre elefante, la amistad con su chimpancé Bubbles, el rumor de que tomaba hormonas para mantener su voz aniñada. Como dijo Quincy Jones, nadie está preparado para un éxito semejante, quizá el más grande de la historia del pop. A medida que pasaba el tiempo y fuimos constatando que Jackson  era incapaz de superar sus propios hitos, los discos pasaron a un segundo plano. El foco se colocó en el personaje inexpugnable que botaba una estatua suya por el Támesis, era acusado de abusar de menores y celebraba matrimonios sospechosos. Firmar los conciertos londinenses en el O2 fue la gran oportunidad que tuvo de revalidarse como artista. Pero la presión pudo más y acabó matándolo. Su muerte fue como la de esos iconos más grandes que la vida –Lady Di, Lennon…-, se convirtió en un circo al cual asistieron sin piedad los medios, una situación que no mucho tiempo después, cerró su propio ciclo con la muerte de Any Winehouse.

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