Llevo semanas pasando de puntillas por el monotema nacional: la investidura de Pedro Sánchez tras ceder a las exigencias del inquilino de Waterloo. No me parece decorosa una amnistía a boleo, ni me parece decoroso el referéndum, ni la condonación de la deuda, ni un régimen fiscal similar a todos los efectos al del régimen foral de Navarra (y, parcialmente, País Vasco). Siempre he pensado que se tenían que haber repetido las elecciones, ya que ninguno de los dos partidos mayoritarios (PP y PSOE) tenían una mayoría nítida para formar gobierno: al PP no le salían las cuentas y el PSOE ha tenido que negociar con ciento y la madre.
Estar en desacuerdo con el pacto alcanzado con Junts (heredero de la antigua CiU) no me provoca sarpullidos; ni echar espuma por la boca. Más bien me aburre soberanamente: aún así, albergo la convicción de que la maniobra de Sánchez tendrá tarde o temprano un efecto bumerán para los socialistas españoles, incluido un amplio sector de votantes que asisten atónitos al espectáculo. Los ultras toman la calle ante las sedes socialistas; Wyomin y Ferreras les prestan toda su atención. La Sexta, el brazo tonto de Vox. Vox, el brazo tonto del PSOE. Los ultras se tiran al monte, llamando a rebato. Algunos obispos (el de aquí) también. Portadas apocalípticas: “El PSOE humilla al Estado” (ABC). Abascal en su salsa: y Sánchez también. Y la izquierda a la izquierda del PSOE siempre dispuesta a combatir el fascismo. A ver quien vomita más y mejor. Nadie, como escribía ayer Lucía Méndez en El Mundo, se manifiesta por los pobres, por la especulación, por la infravivienda, por los severos apuros que pasan miles de familias en los extrarradios de las grandes urbes...
Ante la crispación, opto por refugiarme en la alegría. En La tentación de existir, subvirtiendo el sentido del libro de aforismos de Cioran. Asisto el viernes a un concierto de Rodrigo Cuevas: dos horas de vida y de desenfado. Rodrigo Cuevas tiene el cuerpecillo de Prince, el bigote de Freddie Mercury, además de la sabiduría de leer entre líneas el folclore popular, con perversiones textuales y gestuales: sus contorneos queer. Reventón en el Gran Teatro de Elche y una ovación que hacía siglos que no escuchaba en un coliseo. Interpretó Rambal, su himno, en inmenso homenaje a las minorías sexuales disidentes del tardofranquismo; y de hoy. Y suplicó al respetable que disfrutara sin límites de cualquier rendija de libertad. Enhorabuena al programador, Julián Sáez. Menos mal que no acudió ningún edil de Vox... Hay vida a pesar de Vox.