VALENCIA. Europa nació en el sur. No en la mitología escandinava ni en los cantos de suevos, francos, turingios o jutos, sino cantando la cólera de Aquiles en las costas de Asia Menor. El principio de la literatura europea (y Occidental) narra la historia de la batalla contra Troya y del interminable regreso a Ítaca: la victoria de Aquiles y el regreso de Ulises. Entre estos dos mitos fundacionales, un mar enorme de dioses y monstruos, marinos y pescadores, comerciantes y enemigos, serviría de escenario para las historias que se cantarían durante tres mil años y para que las civilizaciones de su cuenca se encontraran más allá de sus horizontes, alentando la guerra o celebrando la paz. Acrecentando así una mitología que no cesa.
Europa versus Mediterráneo
Fue Fernand Braudel, a mediados de siglo XX, quien fundó una mirada destinada a ser “mediterraneísta”. El estudio de las civilizaciones del Mare Nostrum en el siglo XVI parecía relegado por la monumental historia de aquella Europa que se desangraba por las guerras en Flandes, y por aquellos imperios que miraban al otro lado del Atlántico para proyectar su expansión hacia América, o hacia Asia bordeando el Cabo de Buena Esperanza. El comercio marítimo en el Mediterráneo quedaría encogido ante la gran navegación transoceánica.
Consumidos el Imperio Romano, la época de esplendor del Antiguo Egipto y la Grecia clásica, las casas y los reinos poderosos de Venecia, Génova o España delimitaron una frontera cultural a base de batallas y crónicas épicas: en el norte estaría Europa y su Cristianismo; en el sur y en el este, quedarían África y Asia con el Islam y el resto del mundo conocido.