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LA LIBRERÍA

‘La última vez que fue ayer’ en el barrio de Agustín Márquez

Es un mundo en el que todos hemos habitado, pero el recuerdo es sustancialmente distinto: el barrio puede ser el paraíso perdido, el escenario de guerras de globos de agua.y después de las primeras experiencias con el cuerpo ajeno -tetas, culos, coños o pollas adolescentes-, el territorio de los descubrimientos sexuales cuando uno no conocía todavía el funcionamiento de sus genitales pero intuía que algo pasaba ahí, que lo que había escuchado de boca de los más precoces tenía que albergar algo de verdad, y por eso luego, de vuelta en casa, extendía las Interviús y se frotaba hasta ese instante de conexión con el otro lado, ese impasse en el que el cuerpo se convertía en un vehículo que tenía como destino la madurez, el mareo, la incertidumbre, el sentirse parte del capítulo de la vida adulta y del abandonar para siempre la edad de la fricción ingenua, del aspirar a formar parte del cosmos orgásmico de los mayores. Dicen algunos que sintieron la llamada de la sexualidad con la esquina de una mesa o con una escena de una película que los padres nos supieron censurar a tiempo, qué más da, lo cierto es que la pulsión estaba ahí y que el escenario de este teatro de los deseos era el barrio, el parque, la urbanización ambigua donde las familias más prósperas acogían a los amigos de los hijos menos afortunados. El barrio es el teatro de los deseos de todos, de los más harapientos y de los prósperos, de los que ostentan la corona del reino de una planta baja y de aquellos cuyos padres pueden alardear de un sueldo eterno de funcionario.

El barrio es el estadio en el que juegan los que tienen una oportunidad y los que no, el campo de los desarrapados y de los aristócratas: en el barrio se equiparan los de buena cuna y los hijos del mercado, los más espabilados, los que averiguaron antes que nadie los mecanismos del placer visionando con paciencia las señales codificadas del porno cuando el porno no era todavía la sustancia elemental de eso que llamaríamos internet -hay un dicho que dice que si existe hay porno sobre ello-. No todo el mundo ha vivido en un barrio pero los que lo han hecho lo llevan consigo incluso cuando lo han abandonado y se han incorporado al bloque marmóreo del centro gentrificado. Es sencillo abandonar las costumbres de siempre y adoptar una higiene postural estándar, una pose todoterreno que sirva tanto para un cumpleaños como para un happening -ya nadie dice happening-, para una inauguración de esas en las que hay un patrocinador que ofrenda cervezas y en las que los asistentes saludan a otros asistentes y todos juegan el juego de la apariencia. El barrio a veces evoluciona y se convierte en otra cosa: hay negocios, comercios al por mayor, prostitutas anunciadas en portales gestionados por emprendedores que obtienen beneficios de la sed de sexo de pago. El barrio es un ecosistema en peligro de extinción, un poblado zíngaro de otra época: ahora los barrios son no lugares abandonados o zonas eternamente emergentes.

Por suerte hay quien extrae de los barrios la materia necesaria para construir un libro, un paisaje literario como el de La última vez que fue ayer de Agustín Marquez, un mosaico de instantáneas que el autor explica tal y como sigue:

-¿Dónde has crecido?

-Agustín Marquez (autor de La última vez que fue ayer (Candaya, 2019): -He crecido en un barrio parecido al de la novela; de hecho, cuando me planteé escribir la novela una de las máximas era que no fuese autobiográfica, pero si puede decirse que hay algo autobiográfico quizás sea el barrio.

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