VALÈNCIA. “Hay un sitio que no conoce mucha gente”. Antonio Ariño (Teruel, 1953) nos conduce por los pasillos del histórico edificio de La Nau como si no escondieran secretos para él. El vicerrector de Cultura y Deportes de la institución (también doctor en Sociología) nos invita a pasar a una estancia que deslumbra por su aspecto: altos techos con vigas, alguna maqueta solitaria al fondo, enormes ventanales. “Queremos convertir la sala de vigas en un centro de memoria arqueológica o histórica para que toda la historia del edificio y su entorno esté aquí y pueda ser visitado”, cuenta Ariño desvelando, así, uno de los propósitos que tiene la universidad en materia de cultura para el año recién inaugurado.
Una foto aquí, otra allá. Ariño se deja retratar mientras, en las manos, sostiene el libro Culturas abiertas. Culturas Críticas (Tirant Lo Blanch, 2018); publicación que ha presentado recientemente y que sirve de excusa para hablar con él y conocer un poco mejor los planes, propósitos y retos de 2019. Paso a paso. “Estamos diseñando un proyecto, todavía en fase inicial, que seguramente se llame Imagolab. Queremos que sea un laboratorio donde combinaremos el trabajo del Aula de Cine, de Creación Literaria, de Artes Escénicas, de Cómic y el Taller Audiovisual para que los estudiantes puedan imaginar o diseñar innovaciones socioculturales que respondan a problemas sociales reales”, indica. Solo es uno de los tantos proyectos e inquietudes que bullen dentro de la institución.
Este mismo año, sin ir más lejos, se ha despedido de Igualdad, área que hasta hace poco se englobaba dentro de sus competencias. “La he llevado desde el año 2003, pero ahora hay un vicerrectorado específico, algo que resulta magnífico”, alaba. “Sin embargo, que no esté no implica que vayamos a suprimir ciclos como el de Dones Creadores o dejar de darle importancia al trabajo que hemos venido haciendo con Dones Fotògrafes. La Igualdad es uno de los ejes que vamos a seguir trabajando”. Es (o parece) una promesa.
Culturas abiertas, culturas críticas. Al ser preguntado por el título de su libro, a Ariño se le despierta la mirada. “No hay una ‘cultura’: hay una multiplicidad de expresiones culturales. En plural y con minúscula. Y no son buenas per se. Depende de qué cultura sea”, menciona. Aquella que manipula, que difunde bulos, que genera guerras y desigualdades no le provoca ninguna simpatía al vicerrector. Alejado del concepto purista (elitista) del término, apuesta por una cultura viva, completa, y no por ello menos compleja. Porque, frente a lo que se pueda pensar, “la cultura no nos hace libres, no nos salva, no nos da salud”. “Hay gente a la cual la cultura le hace pensar que las vacunas, por ejemplo, son malas. Y le genera un verdadero problema. A mucha gente la ata, la domina, la subyuga”, apunta. Bien lo sabe; mejor lo cuenta.
-Acabas de presentar Culturas abiertas. Culturas críticas, ¿qué nos cuenta este libro?
-Las culturas son expresiones de la vida de determinados seres vivos. Y, como la propia vida, cambian, mutan, se transforman. El día en que la cultura deja de cambiar, sencillamente, perece. A veces mueren formas culturales porque la sociedad para la cual tenían sentido ya no existe. Y esto significa que son “abiertas”: siempre están en transformación y cambio. Incluso en aquellas sociedades que dicen que hay que cerrarse sobre sí mismas; como en el caso de los británicos o los norteamericanos (“América primero”, que dicen). Parten de un supuesto falso: de que existe una identidad o esencia originaria y auténtica de la cultura y que todo lo demás son añadidos. Eso no existe. La cultura siempre está en cambio y todas sus manifestaciones tienen la misma legitimidad o valor desde ese punto de vista.
Por otro lado, en el libro abordo las culturas “críticas”. Estoy convencido de que todos los seres humanos tienen capacidades ordinarias de carácter crítico: saben criticar. De hecho, lo hacen constantemente. Somos insatisfechos por naturaleza. El problema es si esa crítica está basada en un método científico y riguroso; o es, directamente, una “criticonería”. Somos personas que nos dedicamos a poner verdes a los demás. Y eso no es.
Vivimos en un mundo donde la producción de mentiras se ha industrializado. Cambridge Analytica es un caso clarísimo: la utilización de datos de los individuos a través de la información que obtenían de Facebook permitía dirigirles hacia mentiras frente a las cuales fueran más sensibles. La concepción crítica de la cultura que yo defiendo debe estar constantemente sometiendo a evaluación y juicio.
-De hecho, un artículo muy interesante de Yuval Noah Harari advertía de lo que hablábamos: ya se está investigando cómo piratear el cerebro para que pinchemos en determinados anuncios y enlaces; y para vendernos políticas e ideologías…
-La atención es un bien escaso. Suelo poner un ejemplo: ¿Cuántos litros de agua necesitamos ingerir al día? Pongamos que uno. ¿Qué pregunta se hace Coca-Cola o Heineken referente a esa cuestión? Pues, de ese litro, cuánto nos tomaremos de Coca-Cola o de Heineken. Es decir: qué cuota puede ocupar. ¿Qué pregunta se hace en última instancia Google o Facebook? Cuánto tiempo de nuestra atención puede retener. Por eso la aparición de anuncios en aplicaciones y webs que nunca fueron pensadas para ello. La publicidad en la sociedad digital es muy importante.
Hoy conquistan nuestra atención, como decía Harari, de una manera personalizada. Aparece un anuncio de un libro sobre el cual yo he hecho alguna búsqueda. “¿Cómo es posible?”. Porque utilizan un excedente de información del uso que yo hago de las redes. Al mismo tiempo que estoy manteniendo una conversación con alguien mi móvil está emitiendo mensajes. Me descargo un libro de Amazon y se sabe en qué página he acabado cada vez que lo he interrumpido. Incluso en que línea he detenido más mi mirada. Y si he subrayado algo. Me dice: “Esta frase la han subrayado 15 personas antes que tú´”. Todo esto va en la línea de lo que dice Harari: nosotros les estamos proporcionando constantemente información sobre nosotros mismos que va más allá de lo que sabemos. ¿Por qué nos deja Google o Facebook acceder gratuitamente sus páginas?