Alicante y Elche han vivido esta semana sus autoexámenes: los grupos políticos de ambas corporaciones han examinado el estado de sus respectivas ciudades y la conclusión que se puede extraer es que hay poco optimismo, y poco nivel. Poco proyecto, y mucha estrategia para conservar lo que hay.
En ambos casos hay mucha bronca. Normal. Estamos en periodo preelectoral, pero si miramos un poco más allá del día a día, sólo de Elche invita al optimismo, aunque sea parcial y cojee por todo lo que adolece el centro de la ciudad. Por lo menos, tiene lo del Parque Empresarial y su campus tecnológico en el horizonte, aunque el casco antiguo se desconche (comercialmente) cada día que pasa. En Alicante, ni eso. Ni los de antes ni los de ahora nos ofrecen algo a los que agarrarnos. Solo el Distrito Digital impulsado por la Generalitat inspira algo de atracción para corregir e impulsar un modelo diferente para la ciudad. El resto sigue como lo dejó Sonia Castedo (al menos por fuera).
Pero tampoco la oposición, la de Alicante, invita al desenfreno de la ilusión. La sensación que da es que la ciudad, gobierne quien gobierne, funciona a modo de piloto automático, que no reacciona ni para mejorar la limpieza viaria, pese al signo político del inquilino de la Alcaldía. Y digo yo, ¿no hubiera sido mejor pagar más por tener limpia la ciudad que bajar los impuestos? ¿A caso había un clamor en todos los sectores de la ciudad por la bajada del IBI? ¿Tuvo Alicante algún problema de fiscalidad con uno de los recibos de tasa por recogida de residuos más baja de la Comunitat?
Lo que falta es valentía política para hilvanar un proyecto político global y ambicioso, y no parches electorales. Y Alicante hace tiempo que no tiene proyecto. Vive de un cúmulo de circunstancias del pasado que le otorgan el privilegio de la capitalidad, y su buen clima. Poco más. Ya sabemos que el PP no está para echar las campanas al vuelo, sobre todo, si se mira las últimas encuestas, pero a Luis Barcala hay que exigirle algo más que compararse con el fracasado tripartito. Para contener lo que hay o había, no hacía falta dar el paso de tomar la Alcaldía. Y máxime si ahora queda viva la bomba del supuesto fichaje del asesor amigo de Nerea Belmonte; el supuesto bulo de Elsa Martínez ya ha quedado archivado, pero la primera aún puede explotar. Pero si el PP espera seguir siendo la fuerza más votada en Alicante ciudad -el futuro Gobierno de la Diputación está fiado ahí- no puede seguir viviendo de las rentas del pasado, el clientelismo y los besos y los abrazos. El electorado es más exigente. Y la marca, cuenta, para lo bueno y lo malo.
Y justo la marca es lo que esté impulsando a Carlos González a tener seria opciones de ser la fuerza más votada en Elche, algo que no pasaba en las elecciones municipales de 2017. Elche tiene otros problemas, muy diferentes, pero en esencia, falta algo muy parecido a lo de Alicante: liderazgo para quitarse complejos localistas y sumar sinergias con sus vecinos. En Elche quizás sea por falta de proyección en extramuros; en Alicante, da que pensar si es por disidia general. Esto lo que reclama, más o menos, la plataforma Elche Piensa, algo que a González nunca le ha convencido. Ha preferido trazar un camino recto, de bajo perfil, de necesidades básicas, pero con el campus tecnológico como bandera, antes que vender titulares, grandes proyectos o un pacto con Alicante.
Las pedanías ilicitanas son una amenaza, después de muchos años de desatención, y el centro de la ciudad, la gran asignatura pendiente. Las dos están en manos del ayuntamiento. Y por lo tanto, nada ni nadie puede excusarse en elementos externos. El ayuntamiento no debe olvidar que la ciudad la componen el principal núcleo urbano y 31 pedanías, a las que debe cuidar con equidad y atención. Y en lo de centro urbano, alguien, algún día, deberá pensar en el día después, con Mercado o sin él, pero con algo más que genere un plus de atracción respecto a otros competidores si Elche quiere ser algo más allá de una ciudad de negocios.
Ahora, bien, ni en el caso, Alicante, ni en el otro, Elche, se augura poco o nada nuevo, o diferente. Este es el nivel, y no invita nada al optimismo. O muy poco, después de lo visto en los debates del estado de la ciudad.