Alicante y Elche / Elche y Alicante no se lo merecen.
Tal vez sea por desidia, por desconfianza histórica o por razón de una incomprensión mutua jaleada por los instintos más básicos de quienes leen la vida en clave binaria o la interpretan bajo la óptica apasionada de la contienda futbolística.
Puede que, si hablamos de política y retórica partidista, se trate de una manifestación epidérmica de un lamentable ejercicio de populismo en su derivada más íntima y municipal que sirva para arañar unos cuantos votos, o quizás, la exhibición de la incapacidad de nuestros líderes para encabezar una empresa gigante que requiere de un liderazgo fuerte, generoso y audaz. O puede que, como dice mi amigo Gonzalo, que, por razón de su profesión, atesora tantas millas aéreas como George Clooney en Up in the Air, se trate, pura y simplemente, de un recurrente ataque de boina que sólo se cura viajando y aprendiendo.
El caso es que, en la España actual, ora policéntrica, ora radial, las dos capitales del Sur de la Comunidad Valenciana, llamadas a ejercer un peso e influencia política y social mucho mayor que el que hoy desempeñan, se contentan –con ostensible autocomplacencia- en seguir disputándose las inversiones, las infraestructuras y los recursos públicos en interminables partidas al juego del pañuelo, corriendo una detrás de la otra o enredándose, acaso, en una competición de sogatira en torno al estéril relato sobre la capitalidad provincial, que sólo beneficia a los apóstoles del inmovilismo y la cerrazón, desperdiciando una oportunidad irrepetible para nuestro territorio.
Y es aquí donde se hace necesario enmarcar este error estratégico que nos acompaña desde hace décadas y que radica, fundamentalmente, en la incapacidad institucional, política y empresarial de ilicitanos y alicantinos de articular estrategias eficaces de colaboración, concierto y progreso de carácter supramunicipal, elevando recíprocamente la vista más allá de esa suerte de zona desmilitarizada (en el sentido más coreano del término) que separa a los dos municipios (y que me perdonen los vecinos de la pedanía de Torrellano).
Es cierto que, sin ir más lejos, este esquema de tensión sexual no resuelta entre ambas entidades territoriales se reproduce, igualmente, en el plano de la relación entre Alicante y Valencia (con idénticas dosis de desafección victimismo e indolencia entre pares) pero la dimensión geoestratégica se impone con tozudez en el affaire Elche-Alicante, condenando a los dos territorios a entenderse. Por su bien.
En efecto, si hablamos en términos de gobernanza global resulta indudable que vivimos el nacimiento de un nuevo tiempo en el que se anuncia un papel relevante para las Ciudades y los Gobiernos Locales, que se han convertido, por méritos propios y tal vez, por demérito de Estados y Regiones y por un deterioro general de la idea de poder (el poder ya no es lo que era), en verdaderos actores de la política mundial, con una indudable y creciente capacidad de marcar y definir las agendas públicas y gubernamentales.
Pongamos un ejemplo que nos ayude a entender este nuevo escenario. No es casualidad que Sadiq Khan, que sucedió a Boris Johnson como Alcalde de Londres, -hasta hoy una de las capitales mundiales con mayor proyección global-, decidiese, tras conocerse el descorazonador resultado del referéndum sobre el Brexit, poner tierra de por medio con la emergente retórica proteccionista y provinciana en su país, corriendo a encontrarse con la mediática Alcaldesa de París, Anne Hidalgo, para reivindicar la vocación universal y abierta de la capital inglesa y su capacidad para establecer alianzas fértiles con otros territorios con los que comparte, por razones geográficas, comerciales y sentimentales, intereses y estrategias comunes, sin importar que entre ambas medie un océano, dos lenguas hegemónicas y una cosmovisión irreconciliable sobre el rebozado del pescado. No se puede confiar de un país con tan mala comida, decía el expresidente francés Jacques Chirac sobre el Reino Unido.
En todo caso, conscientes como somos de que una buena parte de los retos del Planeta para las próximas décadas se declinan en clave urbana (y no me refiero únicamente a los más que evidentes estragos derivados del cambio climático), los ciudadanos deberíamos exigir que la política, la buena política municipal, se ocupara de ofrecer respuestas que estén a la altura de los desafíos que nos impone la (sana) competición global entre territorios, en un escenario caracterizado por la escasez y pugna territorial por los recursos y el presupuesto, sin desatender las crecientes desigualdades económicas y la fragilidad de nuestros ecosistemas sociales y productivos.
Ante esta ventana de oportunidad y en el contexto actual mundial de comercialización ‘total y por entregas’ de los activos y el relato de las ciudades y de las áreas metropolitanas que las articulan geográfica y funcionalmente, muchos reclaman un papel principal para una nueva generación de líderes locales, ungidos por el don de la globalidad, la audacia y el pragmatismo, sin que ello suponga renuncia a la identidad, la cultura, la autenticidad o a la atención a las singularidades y necesidades de cada territorio. Lo que no parece aceptable, vista la conformación del tablero global de intereses y las estrategias concertadas de otros territorios con los que competimos es que por aquí estemos a por uvas (o a por arroz o carteles, en su caso).
Hace unas semanas, invitados por este medio de comunicación, y muy bien acompañado por excelentes profesionales y pensadores de nuestra región, vocacionalmente comprometidos con su territorio, pudimos debatir en Elche sobre las claves del futuro de la ciudad, su área de influencia y el área metropolitana que conforma con Alicante (casi 800.000 habitantes), al calor de la redacción del Plan de Acción Territorial que impulsa el Gobierno autonómico. En este encuentro se puso de manifiesto el meritorio trabajo y visión de un creciente sector de la sociedad civil, académica y profesional de ambas localidades, que, en contra de la inercia, la comodidad y el relato dominante, trufado de agravios y desdén, apuestan por un impulsar un diálogo fértil entre dos capitales que conforman un área funcional, urbana y sentimental, aun a costa de ser estigmatizados como aquella cuota de afrancesados que en la España de Carlos IV creyeron descubrir en las tropas napoleónicas a los heraldos de la una Ilustración y un Siglo de las Luces que tanto necesitaba el país.
Sin duda, los tiempos han cambiado, pero Alicante y Elche / Elche y Alicante necesitan, como el agua, un nuevo relato y una reflexión crítica, abierta y constructiva sobre su modo de ser y estar en un mundo híper-conectado, así como un replanteamiento de su estrategia de influencia en aquellos lugares en los que se toman las decisiones que nos afectan a todos.
Lo demás, es poesía.