ALICANTE. Se nos presentaban unos días libres y no tuve ninguna duda del destino: iríamos a disfrutar de uno de los paraísos del Mediterráneo, Alicante. Al entrar a la ciudad, la luz cambia. Alicante tiene una luz diferente: cálida y acogedora. Y tras la luz, con un cielo azul como un lienzo de Sorolla, ahí estaba una de las siluetas más famosas de la Costa Blanca: el Castillo de Santa Bárbara, presidiendo la ciudad en lo más alto del monte Benacantil. Un hito sobre la bahía que inspira el día a día de los alicantinos.
Subimos por el tradicional barrio de Santa Cruz, disfrutando de las casitas blancas con puertas de colores, hasta llegar hasta el Parque de la Ereta. Tras la ruta por la parte alta de la ciudad, quise demostrarle a mi familia qué fantásticos son los arroces se cocinan en “la terreta”. Elegir restaurante es complicado en Alicante: la oferta hostelera es enorme y de gran calidad. Elegir el menú fue más fácil. De entrantes, unos salazones de la tierra: mojama, hueva y una deliciosa coca salada de atún y sardinas, todo productos de primera calidad. Como plato principal, cómo no, arroz. Nos costó bastante ponernos de acuerdo, son cientos los arroces que ofrecen aquí las cartas. Nos decidimos por el exquisito arroz a banda, uno de los más famosos de la ciudad.
Pero a un buen comer no le puede faltar un excelente beber. Y a Alicante tampoco le falla eso. Tierra de buenos caldos, del merlot al moscatel, pasando por el delicioso monastrell. Para el postre, un helado de turrón, de esos con trocitos de almendra. Todos quedaron encantados tanto con los helados como con el paseo por la Explanada, donde saltaron sus inconfundibles olas de mármol de colores.
Al caer la tarde anduvimos desde el Parque de Canalejas a la Rambla, visitando sus comercios, grandes y pequeños, llenos de productos típicos y de esa cercanía que solo una ciudad como Alicante te ofrece. Terminamos la jornada en la Plaza de Gabriel Miró, uno de los rincones con más encanto de la ciudad. Un hermoso lugar que, aún estando en el mismo centro, disfruta de una gran tranquilidad y en el que se puede contemplar la majestuosidad de los ficus de más de 6 metros de altura.
Nuestro alojamiento estaba justo enfrente de la playa. Me desperté temprano para recorrer la que siempre fue mi ruta favorita: la del cabo de las Huertas. El sol brillaba y la temperatura era perfecta. El agua estaba en calma, mínimamente alterada por un par de aficionados a la vela. La oferta náutica deportiva de Alicante es inmensa: surf, windsurf, paddle surf , kayak, piragua, vela o remo deportivo son solo algunas de las modalidades que se pueden practicar en la ciudad. Difícil elegir solo una. Optamos por unos kayaks.
Por la tarde, como buenos amantes del golf, alquilamos unos palos y terminamos nuestra visita disfrutando de una actividad en familia. Alicante cuenta hoy dos campos de golf de 18 hoyos, todo un deleite para nosotros.
Tres días no son suficientes para todo lo que esta ciudad ofrece, pero sirven de delicioso aperitivo de una experiencia para la que se necesitan los cinco sentidos. Sin ellos no se puede saborear su gastronomía, su historia, sus playas, sus museos, sus deportes, sus comercios o sus gentes. Alicante es luz, Alicante es vida y sí, ya estamos organizando nuestra próxima escapada a la “millor terreta del món”.
Madrid como capricho y necesidad. Me siento hijo adoptivo de la capital, donde pasé los mejores años de mi vida. Se lo agradezco visitándola cada cierto tiempo, y paseando por sus calles entre recuerdos y olvidos.
Después de dos años de confinamiento y vacaciones 'en casa', parece que la gente está deseando subirse a un avión para volar a cualquier lugar