Imagínese Alicante en los inicios del siglo XIX. Es una ciudad en plena transformación, en un siglo de cambios de todo tipo: económicos, sociales, políticos, culturales, urbanos, demográficos... Ya saben, se juntó el hambre con las ganas de comer, tomando como bueno este refrán popular español para definir una época muy movida.
Las transformaciones políticas en ese siglo en España dejaron huella en Alicante. “Los alicantinos se decantaron mayoritariamente a favor del liberalismo y en defensa de las instituciones del nuevo régimen”, en palabras de Glicerio Sánchez Recio, Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alicante (La ciudad entre los años 1800 a 1860).
Con este espíritu abierto, motivador, alentador, fue naciendo la idea de emanciparse, de ser libre, de imaginarse y poner en práctica aquellos proyectos que antes parecían un sueño y que ahora tenían sentido. Como un adolescente que quiere libertad antes de hacerse adulto y manifestar con hechos de lo que uno es capaz lejos de la protección paterna. Con esas ganas de emprender solos y de estar convencidos que podían hacerlo, un grupo de personas fueron creando el caldo de cultivo para hacer de un sueño, una realidad. Poco a poco fue naciendo la ilusión para que Alicante fuera una provincia más del Reino de España, desvinculada de Valencia. Incluso con una entidad y personalidad propia separada de las provincias limítrofes.
Este fue el “propósito vehemente de los liberales alicantinos, el de constituir una provincia, separada de Valencia”, en palabras del historiador Vicente Ramos en su libro Historia de la provincia de Alicante. Como todo hecho trascendental, hay una fecha determinante que dio el primer paso, público y notorio, para emprender esta nueva senda cuyo objetivo era la provincia de Alicante. Esta es el 19 de abril de 1820. Ese día cuarenta y nueve alicantinos enviaron a su Ayuntamiento constitucional un escrito en el que manifestaban expresamente una petición: emanciparse de Valencia.
Aún a riesgo de extenderme, creo importante reproducir y compartir aquí buena parte de ese escrito. En sus inicios, dice así: “Nada más conforme a nuestros sentimientos que el identificarnos con los de paz, unión y armonía que animan al resto de la gran nación a la que pertenecemos. Ofensa fuera en mengua de nuestro carácter moderado y dócil, si, al pronunciarnos por nuestra emancipación de la Capital de Valencia, nos apellidase la maledicencia enemigos del orden público, faltos de obediencia a la ley y respeto a las autoridades constituidas o amantes de novedades groseras” […] “anhelamos sólo el momento que colme nuestra ventura” [...] “Ni la Capital de Valencia, ni las muchas Poblaciones numerosas que encierra su Gobierno Civil y Militar, ni los hombres ilustres de la Nación, ni el Gobierno Supremo, en fin, podrían desaprobar nuestro pensamiento cuando se convenzan de la utilidad que va a reportar en su ejecución”. Fue el inicio de una contundente intención de motivos.
Seguían insistiendo en ese escrito, vean. “A quién se ocultará que Alicante, su Partido y el territorio que abraza, por el Ramo de Aduanas y Estancadas, Consulado y Contribuciones, es una posesión, casi la más escogida de la provincia, que ¡puede formar otra separada de la capital de Valencia!, por lo menos sin alterar por ahora lo militar y judicial hasta que las próximas Cortes verifiquen la correspondiente división, conforme al capítulo 1º, artículo 12, de la Constitución Política de la Monarquía” […] “Es, pues, indispensable, ilustres ciudadanos, - siguieron manifestándose - que, sin perder tiempo, se trate de la felicidad de un pueblo y sus agregados, que tantas circunstancias reúnen para que se gradúe de justísima nuestra pretensión, reducida a crearse en nueva Provincia Alicante con la independencia ya indicada”.
Fueron muy sinceros en sus pretensiones sobre una tierra que amaban y que deseaban para todos los alicantinos. En ese escrito se decía también que Alicante “es una de aquellas posiciones distinguidas por la Naturaleza, en donde el clima, el genio de sus habitantes y lo pacífico del charco que compone su rada, convivan a la concurrencia de extranjeros de todos los países y a los españoles de diversas partes del Reino”.
Afirmaron más cosas. Dejaron escrito lo que inicialmente consideraban su extensión, que luego habría otras modificaciones, incluso inesperadas para algunos. Escribieron que “la situación topográfica de esta ciudad es casi céntrica, tomándola por la línea del mar, entre los cabos de la Torre de la Horadara, a la parte de poniente, y el de San Antonio, por la de levante, con la diferencia de dos leguas, poco más o menos, teniendo al norte la ciudad de Jijona y la villa de Alcoy, capitales de partido, pero estas y sus pueblos, dependientes de esta plaza en lo tocante a rentas o hacienda Pública. A estas se agrega la ciudad de Orihuela y su partido, por la parte de levante, que todos forman la demarcación de las rentas; por manera que los cuatro partidos de Alicante, Alcoy, Orihuela y Jijona tienen cuatro ciudades, treinta y dos villas por lo menos, cuarenta y siete lugares e infinitas aldeas, y el número de almas por un cálculo, el más cierto es de 225.000”. Afirmaron cuál era su reivindicación, sin dejar a nadie fuera, o eso creían, que algunos se sumaron a caballo ganador, mientras era mejor ver el toro desde la barrera.
Respaldaban este derecho en manifestaciones como la que sigue en la que dejaron que “apoya la idea emancipadora la distancia enorme de esta ciudad y pueblos de su demarcación, de la capital de Valencia, por lo que es consiguiente el atraso considerable en la circulación de los decretos y órdenes”. No querían conflictos, ni pelearse con nadie, sólo reivindicaban lo que creían justo y alicantino. Dijeron que “manifestamos a la Nación entera que Alicante, sin perturbar la tranquilidad ni atentar contra persona alguna, quiere se establezca su emancipación de Valencia para ser otro de los baluartes de la Independencia nacional, el modelo de amor y respeto al Rey Constitucional, al Código fundamental de la Monarquía, y el centro de la justicia y el bien de una numerosa Población que forman los Pueblos que han de agregarse a su distrito”.
Unos días después, el 23 de abril, una manifestación muy numerosa del pueblo alicantino se congregó frente al Ayuntamiento de Alicante reivindicando para esta ciudad la capital de la provincia, separada de Valencia. Sus representantes rogaron a las autoridades locales que trasladara esta petición a quien correspondiese. Desde el Ayuntamiento se manifestó tener “toda la razón a su favor por las circunstancias particulares de esta ciudad y mejor despacho de los negocios, en que considera una evidente utilidad pública, que no puede verificarse subsistiendo todo el Reino sujeto a Valencia, cuando por el gran número de Pueblos, se hace imposible la atención a cada uno de ellos con la meditación que se requiere”. Esa petición colectiva (23 abril 1820) de la ciudadanía, del Consulado, del Ayuntamiento y del Gobernador, se trasladó a la Capital del Reino para que la dilucidaran las autoridades pertinentes. Constituido el nuevo Concejo el 29 de julio de ese año por José Pobil, Domingo Morelló, Francisco Montenegro, Roque Blanquer, Manuel Escalambre, José Matrás, Joaquín Linares, José Lozano y Juan Bautista Conesa, ratificaron y mandaron esta solicitud al Secretario de Estado. El 25 de agosto lo volvieron a solicitar con una petición al Congreso Nacional.
Ante la falta de noticias, meses después el Concejo Municipal reitera esta petición. Dicen que los alicantinos somos cabezotas y que cuando nos empeñamos en algo, no paramos hasta conseguirlo. Cierto o no, cada uno saque sus propias conclusiones cuando trate con alicantinos de cuna en su vida cotidiana. Volvamos al siglo XIX, que la cosa estaba traviesa. Entonces los regidores volvieron a la carga el 13 de abril de 1821 y reiteraron su reivindicación ante el Congreso Nacional, conociendo ya la oposición del Ayuntamiento de Valencia. En esos días, José Pascual del Pobil Guzmán, Barón de Finestrat, era el primer alcalde de la ciudad, y Luís Cassou, el segundo. Estaba claro que sería una instancia superior quien tendría que dilucidar este asunto.
En marzo de ese año se habían presentado en las Cortes el proyecto de Ley sobre división territorial de España. Por fin llegó el día tan esperado. El 5 de octubre de ese año, las Cortes concedieron a la ciudad de Alicante el rango de capital de la provincia de su mismo nombre. En agradecimiento a esta decisión, el Ayuntamiento de Alicante mandó una Declaración de Gratitud al Congreso Nacional (3 noviembre 1821) de la que bien merece mencionar ahora algunos párrafos. “Padres de la Patria: A vosotros, formando el soberano Congreso de la Nación, estaba reservado el día placentero de los habitantes de la siempre fiel ciudad de Alicante y sus comarcanos, erigiéndola, cual le correspondía de justicia por su localidad y circunstancia que reúne, en Capital de Provincia” […] “Gratitud eterna al Augusto Congreso que, con su infatigable celo, supo proporcionar a esta Ciudad el rango y clase que le correspondían”. Este documento iba firmado por el Barón de Finestrat, Luís Cassou, Ignacio Ansaldo, Francisco Montenegro, Roque Blanquer, Manuel Escalambre, Juan Bautista Lafora, José Matrás, Luís Bellón, Mariano Piqueres, y José Hernández de Padilla.
Posteriormente, hay otra fecha importante: el 22 de enero de 1822 las Cortes aprobaron la división administrativa y civil de España. Desde esta fecha, Alicante se convierte en una de las 52 provincias españolas. Hay más fechas que van conformando este cambio. El 21 de marzo se comunicó al Ayuntamiento de Alicante el nombramiento como Jefe provincial a Francisco Fernández Golfín. El 25 de marzo se cantó un Te-Deum en la Colegiata y se divulgó un Bando del Ayuntamiento en señal de júbilo, además de organizarse un concierto de la Capilla de Música interpretado desde los balcones de las Casas Consistoriales.
Unos diez años después, el 30 de noviembre de 1833, la Reina Regente María Cristina firmó un decreto relacionado con la constitución de las provincias en el que se recogían las 49 provincias españolas, clasificando la de Alicante de segunda clase junto con Córdoba, Murcia, Toledo, Oviedo, Valladolid y Zaragoza. Desde ese momento, Alicante tuvo 202 pueblos repartidos en los siguientes partidos judiciales: Albaida, Alcoy, Alicante, Altea, Callosa de Ensarriá, Callosa de Segura, Cocentaina, Denia, Elche, Gandía, Jijona, Monóvar, Novelda, Onteniente, Orihuela y Pego. Posteriormente, con una Real Orden, en 1836, se agregan a Alicante el partido judicial de Villena (hasta ese momento pertenecía a Almanza); Sax (del partido de Yecla); Biar (del de Jijona); Benejama (del de Alcoy); y se segregaron los de Onteniente, Albaida y Gandía. Como escribió en una ocasión el periodista Fernando Gil Sánchez en una de sus Crónicas Alicantinas, la creación de la provincia de Alicante fue fruto de “tantos afanes y vehemencias puestos de manifiesto a lo largo y a lo ancho de dos lustros”.
La ciudad evolucionó deprisa al convertirse en capital de provincia. Esta se diseñó alrededor de Alicante. Estaría bien comunicada con Madrid y la Meseta a través del ferrocarril a partir de mediados del siglo. También lo estaría con las ciudades cercanas y de la provincia, vertebrando las comunicaciones a partir de ella, para convertirse en una ciudad de servicios. A su vez, el puerto aumentó su importancia para aglutinar y transportar las mercancías por mar a cualquier puerto del mundo, y al mismo tiempo fue receptor de novedades culturales y políticas singulares que iban calando en la sociedad. Con todo, el desarrollo urbanístico de la ciudad fue espectacular, pero eso permitan que se lo cuente otro día.